Sobre Pedro Antonio Urbina

Un cooperador de la Belleza

Pedro Antonio Urbina

Pedro Antonio Urbina

Foto de archivo.

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Parece casi una extravagancia traer a un fallecido escritor a la palestra sin que medie aniversario o conmemoración alguna, sólo por el mero hecho de recordarle, si se tercia, dar a conocer un poco más su obra y sobre todo, homenajearle y agradecerle lo que tanto hizo por los jóvenes escritores y poetas pululaban como nobles moscas a su alrededor para intentar hacerse con algo del polen de sus palabras y consejos, de su mero porte. Pues ese es, precisamente, el caso; y el poeta, Pedro Antonio Urbina. Casi seguro, un total desconocido para la inmensa mayoría de lectores, lo que no resta ni un ápice a la calidad de Urbina y sí dice mucho de nosotros los lectores.

           

PAU, como solía firmar las cartas y le llamaban los amigos, logró una amplísima obra literaria entre novelas, relatos, ensayos, libros de poemas y obras de teatro que, ahora, años después, se desvela como las coordenadas vitales del autor que conviven con una sorprendente coherencia de calidad y fondo intelectual. Por ello, hablar de su obra es siempre arriesgado y si es de su poesía aún más, así que de antemano, perdónenme los amigos del poeta, tan cariñosamente celosos siempre de su legado.

           

El propio autor ha dado el mapa para poder hacerlo: su Filocalía o amor a la belleza, un ensayo acerca de la creación artística en el que, indagando en el BBV – Bien, Belleza y Verdad que acaban confluyendo en un mayúsculo Él- expone una concepción total de la creación, situándola a caballo entre la militancia y la contemplación, haciendo del pensamiento una forma de acción. Tomando pues esa obra como el mapa del tesoro, lo que quizá haya que hacer sea derruir tópicos. El primero de ellos, el de “poeta católico”. Cabe para ello lo que escribió José María Valverde sobre el añorado Carlos Bousoño cuando le adjudicaban la misma etiqueta: es, sencillamente, una simpleza. Siempre lo son los reduccionismos, pero este, si cabe, lo es aún mas porque es intentar condensar en una etiqueta de revistero la proyección de toda una vida. Que PAU era católico nunca lo ocultó y, además, es evidente para cualquier lector. Pero de esto suele darse un salto automático y erróneo que sitúa al escritor en el terreno de la moralina, la hagiografía y el proselitismo. Y ni moralinas, ni vidas de santos – si acaso, su vida con los santos – ni mucho menos, proselitismos. Pierda el lector constreñido todo temor, que si lee a nuestro poeta no habrá sarpullidos ni supuraciones, ni estará leyendo una encíclica versificada.

           

Urbina es un poeta que sabe a camino. Desde Mientras yo viva (1979) hasta Incesante clamor (2002) traza los límites de su propio camino, en el que, por lógica y coherencia, aparece la fe, pero de forma mucho más potente, aparece su amor y búsqueda constante de la Verdad. La concepción de PAU era tan sencilla y a la vez tan continental: la obra de arte tiene que ser de verdad, no cabe la simulación y la verdad para él es sinónimo de realidad, es decir; aquello que es por sí mismo fuera de mí, autónomo de uno. Por eso sus poemas parecen tener vida propia, están dotados de una heroica independencia, colean en el pensamiento como propios pensamientos, pero inacabados. Porque siempre queda el regusto del final no alcanzado, tan sólo intuido, esbozado en unos versos. Y es que, en contra de lo que el pensamiento-tópico pueda creer, Urbina no ofrece máximas ni sentencias sino ideas y latidos que, como en toda literatura, tienen que ser completados por el lector; por eso ese regusto a final no coronado y por eso, para el lector, esa saciedad intelectual y sentimental al completarlos.

           

No es un poeta esotérico, ni mucho menos. El amor de Urbina por el cine –pocas cosas hay que sean más exotéricas– tenía también su evidencia en la poesía, con poemas que son imágenes, algunos tan palpables que hasta pesan, huelen y saben.

 

A sí mismo se tenía como un cooperador de la Belleza. La angustia del artista es, precisamente, no poder crearla, sino tan sólo imitarla. Una angustia parecida a la que Kirkegaard (no en vano la obra de Urbina El seductor, está basada en el filósofo alemán) plasmó en su Concepto de la angustia, y que definió someramente como lo que sintió Dios justo antes de iniciar la creación. Esa forma de mirarse a sí mismo, de tenerse como mera herramienta dio a luz una poesía sobria, desprovista de algaradas, pero extraordinariamente bella y emocionante. Tanto la palabra precisa en el final de un verso, alumbrada tras el uso del escalpelo lingüístico, como los puntos suspensivos – un elemento constante en su obra – son una apelación a la intimidad; tanto la mayor de las concreciones, como el más abultado de las abstracciones, acaban, como su propio pensamiento, confluyendo en el recodo en el que el hombre forja sus aspiraciones, sus pasiones, sus esperanzas; en el fluir íntimo del hombre, coronado por la certeza de una Esperanza. Que esto no haga que el lector piense en Urbina como un poeta de difícil comprensión, en una especia de poeta tan sólo alcanzable para los iniciados. Para leer a nuestro poeta sólo hace falta tener una cosa clara, que magistralmente advierte Julio Martínez Mesanza: que para Urbina “la poesía existe en lo que nos rodea”, “que no son las palabras las que hacen poéticas las cosas, sino que son éstas, poéticas en sí mismas, las que dan vida a las palabras y despiertan el canto del poeta”.  Y el alma del lector.

 

Sus libros de poesía:

 

Los Doce Cantos, Ed. Algar (Colección Única de Poesía). Madrid, 1979.
Mientras yo viva,
Ed. Oriens (Colección Arbolé). Madrid, 1979.
Estaciones cotidianas,
Ed. Rialp (Colección Adonais). Madrid, 1984.
La rama,
Asociación Prometeo de Poesía. (Colección "Puerta de Alcalá"). Madrid, 1988.
Hojas de calendario,
Publicaciones Librería Anticuaria El Guadalhorce (Colección Cuadernos de Raquel). Málaga, 1988.
Hojas y sombras,
Ed. Andrómeda. Madrid, 1990.
Las edades como un dardo,
Ed. Endymion. Madrid, 1991.

A. Petit

A. Petit

Álvaro Petit Zarzalejos, es periodista y escritor. Fundador y editor de Ritmos 21, ha entrevistado a algunas de las personalidades más relevantes de la cultura española de los últimos años. Como escritor, ha publicado el poemario Once Noches y Nueve Besos (Ediciones Carena 2012) y Cuando los labios fueron alas (Ediciones Vitruvio).

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