Sobre la experiencia poética

Elohim creando a Adán, de William Blake (Fuente: Wikipedia)

Elohim creando a Adán, de William Blake (Fuente: Wikipedia)

Decía Tatarkiewicz (uno de los grandes estetas del siglo XX) que el rol esencial de la experiencia poética lo constituye “la descarga de la vida personal interior”. Reflexionemos sobre ello. Descarga, como palabra tomada fuera de todo contexto, se nos presenta amplísima.

Demasiados significados. Caprichosamente el primero que se nos ocurre es el asociado con la electricidad: “descarga -eléctrica- de la vida personal interior”. El cuerpo se convulsiona, retorcimiento de entrañas. El alma incómoda busca espaciarse sacudiendo sus contornos. Poético, pero demasiado impreciso, aunque para algunos la poética consista exactamente en un juego de ambigüedades. Queremos reflexionar, abogamos por el raciocinio. Sabemos que la materia prima de la poesía son las emociones y los sentimientos, pero la precisión con que se expresan requiere lucidez. Cuando nos emocionamos sabemos que lo que estamos experimentando es una emoción gracias a la razón. Otra cuestión es entender de dónde y por qué brota esa emoción, cosa que también se puede llegar a conocer.


Busquemos otro significado. Descarga: “quitarse un peso, acción que implica que un cuerpo descanse sobre otro cuerpo”. En arte se dice que el peso de la bóveda descarga sobre los arcos fajones y los contrafuertes. Paseamos por una catedral. El silencio y la luz nos envuelven, pero más allá de su aparente reposo se esconden a nuestros ojos fuerzas invisibles, tensiones brutales de pesos y contrapesos que de quebrarse su equilibrio nos aplastarían en un momento. Comprender una catedral supone, entre otras cosas, entender el juego de cargas y descargas de sus elementos constructivos. Nos desviamos; volvamos al principio. Poesía: descarga de la vida personal interior. El cuerpo permanece en reposo, pero se ve afectado, siente dentro de sí una fuerza. No se mueve, se conmueve.
 
Llegamos al punto decisivo: “vida personal”. La poesía tiene que ser relato de vida o no ser. Poesía es experiencia vivida condensada en palabras. El poema es una forma de liberarse, de aligerar la propia vida, desprenderse de esa experiencia personal, sacarla de uno mismo, enajenarla para ofrecérsela a otro, incluso ofrecercérsela a uno mismo (yo-escritor) como si fuera otro (yo-lector). Así pues habrá que establecer una distinción entre el autor que se descarga y el lector sobre el que se descarga. El lector, cuando entra en comunicación directa con el poeta, sentirá honestamente que, en su interior, tiene lugar una experiencia estética, recreación de una experiencia de vida anterior en la que ambos se identifican. Es memoria compartida.
 
El poeta ha vivido. Recuerda, pero no le basta. Por eso escribe. En su vida ha encontrado algo -el hallazgo es el germen de todo poema-, una verdad que trasciende su propia vida. Quiere contarla, a otros o a sí mismo. Aquí el discurrir de las ideas se complica. ¿No está el yo sujeto a la memoria, al pasado? ¿Y no está el pasado sujeto a constante análisis desde el presente? ¿Y no está el presente sometido a continuos cambios? “Nuestra historia cambia como las formas de Proteo”. Borges tiene razón. Sin embargo hay experiencias, situaciones y vivencias determinadas que tenemos la necesidad de fijar de algún modo, para no perder por completo el sentido de la orientación en la existencia. Necesitamos puntos de referencia, estrellas brillantes que guíen nuestro navegar por el oscuro y agitado mar de la vida. Entiéndase por estos puntos lo que se quiera: la propia experiencia vivida, la propia experiencia ficcionada del poema o incluso los poemas de otros que  han marcado. Los poemas con los que nos identificamos son aquellos que pasan forman parte de nuestro mundo interior porque nos revelan parcelas de la realidad que desconocíamos, que antes de su lectura sólo llegábamos a intuir vagamente. Cosas que hemos vivido y que nos parecían inexpresables. El poeta viene y nos alumbra con palabras aquello que nosotros no sabíamos decir. Las hace en cierto modo abarcables.
 
Sabemos de todas formas que la experiencia poética no se agota con lo que aquí se ha dicho. No está en nuestra mano decir cómo, pero defendemos que la poesía es también una forma de arquitectura, en el sentido de que puede y debe ser tomada como una técnica, una artesanía que tiene unos fines determinados y unas formas de proceder para llegar a ellos. Todo pasa por el lenguaje y por el buen uso que se dé de él para alcanzar lo que nos proponemos. Biedma, por tomar un ejemplo, quería que sus poemas fueran “el simulacro de una experiencia”. Para ello se dedicó a ir juntando, como lo haría un químico, los componentes pertinentes para que tuviera lugar en la mente del lector la reacción que deseaba conseguir. Cogía las ideas -la amistad, la pérdida-, las investía de forma -las palabras que quería utilizar, el tono- , y las colocaba dentro de una estructura -el cuerpo del poema- con un orden adecuado. Los pasos pudieron darse en otro orden o simultáneamente. Pero sabemos cuán larga y dura labor suponía para él hacer poesía. En definitiva su poesía, como la de todo buen poeta, consiste en una forma de arquitectura, en una sabia distribución de la fuerza de las palabras, consiguiendo no solo que el conjunto no se derrumbe, sino plasmar lo que parece destellos fugaces de una vida humana insatisfecha que quiso trascender fuera de sí y llegar al otro.
Álvaro Arias Fernández

Álvaro Arias Fernández

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