El año pasado, el jurado del Premio Alegría, que convoca la colección Adonáis de poesía, tuvo a bien otorgarle el galardón a un joven poeta navarro, Santiago de Navascués, por su obra Otro cielo. Los premios siempre despiertan suspicacias, sobre todo en aquellos que no resultan ganadores. En este caso, no hay lugar. La obra de Navascués ofrece un nuevo aire a la joven poesía española; aires de madurez repentina y sobrevenida que pugna por buscar su cauce.
Puede llamar la atención que predomina la métrica más o menos clásica a lo largo del libro, con especial preferencia por los endecasílabos. Esto no hace al libro mejor o peor. El lector ávido de poesía seguro que en más de una ocasión se ha topado con sonetos o alejandrinos horrorosos. No es el caso de Navascués. No hay en el libro ningún poema tal. A lo largo de Otro Cielo, el joven poeta navarro demuestra un gran conocimiento de la tecné métrica, que sería puro artificio sino fuera porque, además, plasma en cada poema una mirada poética que aúna originalidad y tradición, rebosante de hondura poco juvenil –o lo que, tristemente, se entiende hoy por tal– y, por eso, doblemente sorprendente.
El poema que abre el libro, Vida contemplativa, anuncia el tono general de la obra. “Cierro los ojos y contemplo: todo/tiene ahora la forma de mi sueño/Las nubes cubre los desnudos bustos/mientras trazo la luz en estas líneas/y agoniza el verano estoicamente”. El ir y venir desde uno mismo a lo externo; el convertirlo todo en materia poética es, quizá, el elemento más reseñable de todo el libro. Otro cielo acaba sosteniéndose entre abismos. El poeta, conteniendo su poético caudal, por momentos se desborda sobre el verso, ofreciendo al lector una polifonía de intensidades que por momentos invita al silencio y el reposo, y por otros, agita al lector, lo remueve de su asiento.
Otro de los poemas señeros de Otro cielo es el titulado Fugitiva, que encabeza una cita de un poema de Julio Martínez Mesanza (junto con Miguel d’Ors, dos de los referentes que se dejan notar en el libro). “No muere cada tarde en el ocaso,/sino la luz del día que desciende/por torrentes de cielo/el norte inalcanzable de las aves”. Este poema es el que mejor muestra otra de las notas características del libro: la certera construcción de cada pieza. Como de la mano, el lector va descendiendo por él hasta encontrarse con esa idea fundadora del poema, en la que se desvela, ofreciendo un momento de placer lector poco comparable con otros.
El libro está organizado en cuatro epígrafes o vientos (del este, del oeste, del norte, del sur…) y un quinto, denominado, puntos cardinales. Todos los vientos aportan al conjunto de la obra. En todos hay más de uno y de dos y de tres elementos que no sólo los justifican, sino que los convierten en un dulce para la boca del lector. Un tanto oneroso resulta el encaje del capitulo final, conformado por un conjunto de haikus, aunque resucita con el largo poema final, titulado Walt Whitman.
Otro cielo supone la inauguración de una obra poética que se espera fecunda y que seguro, irá acumulando galardones y elogios. El único “problema” al que se enfrente el poeta navarro es el de su siguiente paso. Si el primero es de tan alta calidad, ¿cómo habrá de ser el segundo? Sea como fuere, los lectores –entre los que me encuentro– lo esperamos con entusiasmo.
Ficha técnica |
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| Título: | Otro Cielo |
| Autor: | Santiago de Navascués |
| Editorial: | Colección Adonáis (Ediciones Rialp) |
| Páginas: | 47 |
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