Análisis XXI

El esteta incomprendido

Luis II de Baviera.

Luis II de Baviera.

Hablamos de Luis II de Baviera, aquel excéntrico monarca amante de las artes que derrochó gran parte de la fortuna de su reino en la construcción de opulentos castillos. Padrino de Wagner, referente para los poetas simbolistas y postrománticos, en vida fue vituperado por su séquito y sus vasallos, pasando a la historia como "el rey loco".
Luis Otón Federico de Baviera nació el 25 de agosto de 1848 en el palacio de Nymphenburg, en la ciudad de Múnich. Hijo del rey Maximiliano II de Baviera y de María de Prusia, que a su vez era hija del rey de Prusia Federico Guillermo I, quien más tarde se convertiría en el káiser de Alemania. Desde pequeño tanto él como su hermano Otto fueron sometidos a una educación muy estricta y severa. Algunos de sus biógrafos explican el origen de sus excentricidades en la presión con la que creció como heredero y futuro rey de Baviera.
 
Desde muy pronto Luis se mostró como un niño sensible que disfrutaba de las artes, la música y la poesía. No hay que olvidar que su familia procedía de la dinastía de los Witteslbach, famosa por su amplia labor de mecenazgo, apoyando a artistas y comprando obras de todos los lugares de Europa. Estas inclinaciones estéticas no iban a ceder en el futuro, sino que acabarían por moldear la personalidad del príncipe como un hombre especialmente sensible y de buen gusto. Vivió para el arte, alejado de las agitaciones de la política prefería pasar el tiempo en soledad. Veía el mundo a través de un prisma estético en el que el gusto por la belleza ocupaba el centro de su vida.
 
La abdicación de su padre hizo que el joven Luis subiera al trono con tan solo 18 años en 1863. Su carácter excéntrico y solitario le hacía sentir hastío por sus obligaciones en las cuestiones de gobierno. Era un momento realmente convulso en donde las revoluciones obreras cada vez tenían más presencia en la sociedad. Marx ya había publicado su manifiesto comunista, y ya habían tenido lugar los acontecimientos de la Comuna de París en 1848, cuyos ecos seguían resonando en toda Europa. Al mismo tiempo, estaba teniendo lugar la industrialización técnica de Alemania y la búsqueda de su unidad política. El padre de Luis se había mostrado partidario de la unión aduanera con los distintos reinos alemanes. Sin embargo, había otros elementos que entorpecían la unificación del país, tan querida por la clase burguesa y mercantil. No hay que olvidar que Baviera era un reino de tradición católica, razón por la que se sentía más cerca de Austria que de Prusia. Esta última, con Bismarck a la cabeza, era quien lideraba el proyecto de unificación alemana y quien acabaría triunfando.
 
Muchos de sus biógrafos han atribuido esas características a su supuesta homosexualidad
Mientras tanto, el joven Luis dedicaba el tiempo a dar largos paseos a caballo, a asistir a conciertos y a leer poesía. Se prometió con su prima Elisabeth, sobrina de la famosa emperatriz Sissí de Austro-Hungría. Ambos se escribían numerosas cartas en las que queda de relieve que Luis era un romántico empedernido, un hombre que padecía los avatares de una sensibilidad mórbida. Por otro lado, muchos de sus biógrafos han atribuido esas características a su supuesta homosexualidad, lo que parece que era muy probable, teniendo en cuenta que otro de los sobrenombres por el que será conocido Luis II era el de “rey virgen”, por el escaso interés que mostró para con el género femenino. El matrimonio con Elisabeth no llegaría a realizarse nunca.
 

Su relación con Wagner


Uno de los hechos que más importancia tuvieron para Luis II fue cuando asistió el día de su cumpleaños, el 25 de agosto de 1866, a la representación de la obra Lohengrin de Wagner. Fue a partir de entonces cuando el joven rey quedó completamente fascinado por la personalidad y la obra del genio de Leipzig. A partir de entonces, Luis II se encargará personalmente de pagar todas las deudas personales del músico y de proporcionarle todos los medios materiales a su alcance para que Wagner pudiera dedicarse por entero al arte de componer. Se ha hablado mucho de la relación de amistad entre Wagner y Luis II de Baviera. Parece que el joven rey pudo sufrir algún tipo de trastorno obsesivo con la figura del gran compositor alemán. Algunos incluso consideran que la profunda fascinación que este sentía se explica porque el joven rey estaba enamorado de Wagner.
 
Grandes poetas como Rimbaud, Apollinaire o Cernuda le dedicaron grandes elogios y hermosos poemas
Durante los años 1868 y 1869 es cuando toman forma los grandes proyectos arquitectónicos de Luis II, que se tradujeron en una serie de castillos en medio de la espesura de los bosques alemanes. Uno de los más destacados fue el castillo de Neuschwanstein situado sobre un risco elevado desde el cual domina la población de Hohenschwangau y los lagos adyacentes de Schwan y Alp. Dicho castillo había sido proyectado por los arquitectos Dollman, Riedel y Hoffmann, y las obras se llevaron a cabo bajo la supervisión y la voluntad del Rey Luis. El maravilloso estilo decorativo de sus estancias interiores recuerda al de los castillos de los cuentos románticos, e indudablemente concuerda con la estética creada en las escenografías de las obras de Wagner. Precisamente muchas de las pinturas que decoraban las habitaciones eran de temática wagneriana: retratos de Lohengrin, representaciones de la leyenda de Tannhäuser, imágenes de Tristán e Isolda... Dichas obras supusieron un gran gasto a costa del erario público, lo que disgustó a sus ministros, que empezaban a hartarse de las excentricidades del rey, al que nada le interesaban las cuestiones políticas de su reino.

Castillo de Neuschwanstein.
 
Con el tiempo la influencia de Wagner sobre el rey se consideró una de las causas que alejaban a Luis II de sus obligaciones como gobernante, no solo por los ministros del rey sino incluso por sus propios familiares. Las presiones fueron en aumento hasta que finalmente Wagner tuvo que abandonar el país, lo que supuso un duro golpe para Luis II del que jamás llegó a recuperarse completamente. La melancolía invadió su espíritu atormentado; cada vez más incomprendido por sus lacayos, se sentía desplazado de todo el mundo. Los hombres del reino estaban cada vez más preocupados por la dejadez de su rey en las cuestiones políticas, lo que hizo que sus ministros buscaran una solución eficaz para sustituir a Luis II y colocar a alguien en el trono que resolviera los problemas de Baviera. Así pues Luis fue declarado loco e incapacitado para gobernar, lo que le obligó a abdicar en su hermano Otto, que también padecía serios trastornos mentales –se decía de él que se creía un perro-. Pocos días duró en el trono hasta que fue sustituido por su primo el príncipe Luitpoldo, quien aceleraría la anexión de Baviera al futuro Estado alemán.
 
Los últimos años de vida de Luis II los pasó recluido en su majestuoso castillo de Neuschwanstein, atendido por uno de los mejores psiquiatras de la época, el doctor Gudden. La mañana del 13 de junio de 1886 Luis II fueron encontrados ambos ahogados en el lago de Berg. Según la versión oficial de los hechos, el rey había intentado suicidarse en el lago y su psiquiatra, que había intentado impedirlo, habría muerto en el intento.
 
Todo lo que Luis II hizo por las artes le fue devuelto a través del arte. Los poetas simbolistas, contemporáneos suyos, vieron en él a un referente, un hombre para el que la belleza lo suponía todo. Grandes poetas como Rimbaud, Apollinaire o Cernuda le dedicaron grandes elogios y hermosos poemas; el gran compositor Anton Bruckner le dedicó una sinfonía; se ha escrito numerosas novelas sobre su trágica existencia, siendo la más destacada la de Klaus Mann, hijo del famoso novelista Thomas Mann; el gran director de cine Luchino Visconti hizo una película, Ludwig, en 1972 homenajeándole. La figura de Luis II de Baviera sigue despertando admiración, por su estrafalaria personalidad y su misantropía.  
Álvaro Arias

Álvaro Arias

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