Una mirada posmoderna

Una mirada posmoderna

Paula López Montero, Madrid, 1993. Crítica cultural, ensayista y escritora. Colabora en la crítica cinematográfica de la revista Cine Divergente, y ha apoyado proyectos emergentes como la red cultural Dafy, y promovido y organizado eventos poético-musicales en la capital. Graduada en Comunicación Audiovisual por la Universidad Carlos III de Madrid, con estancia en la Universidad King´s College de Londres, y actualmente cursando el Máster en Crítica y Argumentación filosófica en la Universidad Autónoma de Madrid. Su tesis gira en torno a la dialéctica entre el cine y la filosofía, aunque encuentra en la poesía y en la música una alimentación espiritual necesaria en el frenesí contemporáneo.

Una mirada posmoderna, es un acercamiento y cuestionamiento de nuestro yo, y nuestro proceso como civilización dentro del marco histórico-cultural, desde una mirada joven, deconstructivista y, sobre todo, crítica.

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Blog | Una mirada posmoderna

La entrevista como mayéutica

Hace unas semanas con la anterior entrada al blog La crítica, una cuestión necesaria, quedaba expuesta la -siempre humilde- perspectiva personal en la que la necesidad de revisionismo crítico es motor de cambio, y de acceso al menos a las puertas del camino hacia la –que siempre es alguna- verdad. Y no por reiteración una hace suyo el aprendizaje, quizá ésta sea la peor táctica jamás utilizada en los colegios de primaria en aquellas viejas leyes que fomentaban el aprendizaje memorístico. Soy precisamente partidaria de que el aprendizaje debe ser buscado por uno mismo, y hasta que no se haga suya la misma satisfacción por el aprender, no seremos capaces de cuestionar ni si quiera el método de aprendizaje mismo y mucho menos comprenderemos el mecanismo que nos envuelve a todos bajo una misma perspectiva. Y ¿cómo se llega a esa satisfacción? preguntaréis, pues del asombro, la curiosidad, el poder participar de esta realidad que nos rodea, hacer nuestras también las leyendas y los próximos cuentos, pero sobre todo y gracias a modelos de virtud, a maestros que den ejemplo de la vida virtuosa, que no es otra, -como ya apuntaba el estagirita- que la felicidad, sea esto para cada cual lo que desee. Y aquí estamos para esto, no para dar ejemplo –que ojalá-, sino para cuestionar y hacer vuestra la única perspectiva posible del mundo: la propia.
 
En los anteriores apuntes mencionaba la necesidad del periodismo como vehículo de crítica, de búsqueda de la verdad fuera de lo económico-ideológico, y diálogo con el ciudadano que es quién en nuestro tiempo exige una mayor honestidad en los discursos. Entonces mencionábamos a Sócrates, en un libro excelentemente comentado, como el inicio de nuestra civilización a la renuncia de la verdad. Bien, haciendo referencia de nuevo al maestro ateniense, creo –y espero lo hagáis conmigo- que la mayéutica es método de aprendizaje, olvidado de antaño en nuestra sociedad. La mayéutica precisamente porque hace reflexionar sobre la verdad a partir de nuestras propias contradicciones, y nos fomenta a hacer nuestro, tanto el error como la búsqueda del sentido mismo a nuestra pregunta. Parece que el periodismo pudiera haber olvidado ese diálogo bilateral, del que debe beber y dar respuesta, a favor de una unidireccionalidad marcada por el poder de la persuasión de los medios de comunicación. Pero no seamos pesimistas, las cosas están cambiando.
 
El título expuesto en este apunte, La entrevista como mayéutica, parecía que se definía a sí mismo, y así es en cuanto que la entrevista es el motor de pregunta, pero hoy hago de cuestionadora para preguntaros ¿a qué fin –como principio- obedece la entrevista? Para mi gusto, y viendo la trayectoria e inercia alcanzada de los años que llevamos de periodismo está muy clara, acercamiento al pueblo de unas ideas determinadas de una persona concreta, un culto a la personalidad en toda regla. Una definición correcta para un periodismo partidista, que no partidario.
 
Lo que aquí yo quiero proponer no es precisamente al periodista como sabio conocedor de la verdad –que en parte debiera- sino al periodista capaz de llevar al entrevistado a la reflexión misma de sí, de lo que ahí se está exponiendo, para tomar precisamente consciencia, ver los errores y fracturas que muchas veces tienen los discursos ensayados, y así comprometernos con una verdad buscada en los confines del tiempo. Sin velos ni máscaras. Sócrates sabía que no sabía, pero llevó a sus discípulos a los más altos grados del saber y conocimiento de la verdad.
 
Y puede tenderse a confundir este ejercicio de cuestionamiento crítico, de retórica, un despotismo del propio entrevistador, pero nada más lejos que eso,  lo que se propone es precisamente, y no sólo en el campo del periodismo –que debiera de atender como comunicación a todos los campos- que no haya rangos ni jerarquías, sino que por hacer propia la justicia, todos ocupemos el lugar que nos corresponde.  
 
Y perdonad si me excuso, que nada me gustaría menos que se me malentienda, esto no es un ejercicio doctrinal, sino una humilde reflexión que lejos de mecanismos y diferencias, lo que siempre ha de recalcarse es la intención. Quizá con el alcance de la pregunta veamos hacia donde tiende nuestro espíritu. Ahí os dejo otra: ¿Cuál es nuestro lugar?