Crítica poética

´Donde rompe la noche´, de Alejandro Duque Amusco

Planear sobre el libro sirve para comprender, como si muy gráfica, casi plásticamente, se viera, cómo conviven poemas larga factura con otros más breves.
En 1995, Alejandro Duque publicó Donde rompe la noche, libro que le valió el Loewe de Poesía. Más de diez años después, la editorial Renacimiento ha vuelto a ponerlo en las librerías, en una edición aumentada y revisada por el autor. Y si ya en el 95 el libro fue todo un hito, tanto en la poesía de Duque como en el panorama lírico, esta nueva edición viene a revalidar aquel éxito y a mostrar unos añadidos haikus de una hondura magnífica.
           
Planear sobre el libro sirve para comprender, como si muy gráfica, casi plásticamente, se viera, cómo conviven poemas larga factura con otros más breves. Leerlo es adentrarse en un ámbito de precisión y clarividencia. Con una intensidad sostenida a lo largo de las páginas, y momentos de tensión, Cuando rompe la noche se mueve entre la nostalgia, siempre presente con un punto de dolor, y la esperanza; entre un túnel y la luz que su final corona. Las palabras no parecen escritas, sino posadas; seleccionadas ellas por ser las necesarias y colocadas donosamente junto a otras para lograr el milagro de un significado. Los poemas largos, además, están atravesados por cierto aire narrativo que, sin embadurnar el poema, permite al lector seguir cierta línea – finísimo hilo de plata – vital del autor. Hay además cierta sombra – cierta nocturnidad rompiente – que colorea tenuemente todas las páginas, como en el poema Elegía:
 
Un hombre no precisa
de razones
para morir.
El sufrimiento basta.
 
La verdad
es este cráter,
más pavorosamente
abierto cada vez,
hasta que
todo el ser
es devorado
por la oscuridad.
 
La piel
graba el tatuaje
del dolor.
 
Incandescente
noche.
 
Sean pocas o muchas las líneas que en este artículo se incluyan, en el fondo, serán banas, pues arranca el libro con un brevísimo texto A modo de poética, en el que el autor ofrece claves para leer su propio libro. “Un poema es un camino de soledad que recorren dos hombres: el autor, cuando lo escribe, y el lector cuando lo reinventa”, escribe el autor. Sin embargo, pensando en el libro y a modo de síntesis, añadiría una variación: “Un poema es un camino de soledad que recorren dos hombres: el autor, cuando lo escribe, y el lector cuando el poema le reviente”. Porque cada poema de Duque, cada página de este libro, transmite al lector la misma tensión que, supongo, se tiene con una bomba entre las manos… ¡Pero qué gozo cuando revienta! 
A. Petit

A. Petit

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