Por Julio Altares

Comunicación y Poesía

Partiendo del esquema clásico de comunicación, se pretende anotar en el siguiente texto, las particularidades que presenta la creación literaria, en concreto la poética, con respecto a su faceta comunicativa.
 
·       El rigor en lo que a la creación literaria se refiere no podrá ser, por la propia idiosincrasia del asunto, un rigor cuadriculado. Es irremediable que una parte del acervo de la literatura quede impregnado en las líneas siguientes.
 
·       Lejos del academicismo, pretende, este texto, sencillamente anotar algunas peculiaridades percibidas por la mera observación o, si cabe, el método empírico.
 
 
La poesía es informe o, por mejor decir, multiforme. Puede presentarse al lector (concepto este que será objeto de una breve disquisición posterior), bajo tantas formas como la voz convocante, la del poeta, pueda otorgarle. Esta es la base de las sucesivas generaciones y tendencias poéticas que la Historia de la Literatura y sus hacedores han señalado. Anotar eso el las líneas liminares no es una simple forma de comenzar, sino que en ello reside la esencia de lo que más adelante se desarrollará: la multiplicidad de formas tiene su incidencia en la comunicación. La voz del poeta, decíamos, puede, en un ritual particularísimo, convocar un elenco de palabras, disposiciones y significados que, si bien en cualquier otro contexto carecería de sentido, en el poético queda coronado como la esencia.
 
Dice el poeta Luis Alberto de Cuenca, autor señero de lo que los críticos y estudiosos ya empiezan a denominar Generación del 86, y que Josep Maria Castellet incluyó en su segunda tanda de Novísimos, que la poesía es “un lenguaje quintaesenciado”. Tomamos pues esta definición por ser, a nuestro juicio, la que mejor viste la poesía. Sirve para la poesía de los primeros siglos de la Humanidad y para los momentos actuales, sin que su validez decaiga ni un ápice.
 
Un lenguaje quintaesenciado desprovisto de todo corsé o norma, si acaso las gramaticales promovidas por la Real Academia, y no siempre. Un lenguaje quintaesenciado que queda al albur de la voz del poeta, de su expresividad, su educación estética y, sobre todo, su subjetiva visión de la realidad.
 
Sirvan pues estos párrafos para delimitar el tema principal sobre el que versarán los siguientes epígrafes: la poesía.
 

Comunicación y expresividad

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1. El poeta, ensimismado en su propia voz y su propia creación, pergeña versos en un folio por una necesidad de expresión, no tanto de comunicación. Es necesario remarcar la diferencia entre unas y otras.
 
Alejándonos de la definición canónica que de los términos propone la Real Academia, entendemos el término expresión, en el contexto poético y de comunicación en el que se mueve este texto, como una forma particularísima de comunicación. No es una protocomunicación, sino una comunicación en la que emisor y receptor son uno, son la misma persona: el poeta. La expresión que mueve al poeta a ejercitar su mirada y su voz, materializándose ambas en el poema escrito en el papel, es un ejercicio, a fin de cuentas, de comunicación introspectiva en la que el poeta, por una pulsión afectiva, sentimental o, sencillamente, empírica, se ve “obligado” a volcarse comunicacionalmente en un papel.
 
La diferencia primordial entre expresión y comunicación reside en que la primera carece de mayores objetivos que el de responder a un impulso; es la reacción del poeta. La segunda, sin embargo, es una decisión entre racional y sentimental, en la que el poeta pone a disposición del público-lector sus versos.
 
La expresividad es, a fin de cuentas, un ejercicio de introspección comunicativa, mientras que la comunicación, entendida en su sentido clásico, se produce cuando el poeta decide publicar su trabajo.
 
2. Intentar compilar aquí un elenco de motivaciones o causas que muevan al poeta a escribir, es un ejercicio sencillamente imposible. A lo sumo podrían enlistarse algunos tópicos o términos sumamente manidos. Cada autor encuentra su fuente. No hay cauces comunes a los que los poetas se acerquen para beber.
 
Lo que sí puede decirse sin temor a equivocarse es, que todo acto poético es, primeramente, un acto de introspección. Es un acto de intimidad sin parangón en el que el poeta se reúne en una suerte de conciliábulo, consigo mismo, con su memoria (elemento fundamental en la creación poética), y traza unas coordenadas personales bajo la apariencia primordial de las palabras que adquieren un particular significado.
 

Hacia un esquema de la comunicación poética

 
A tenor de lo ya dicho, es momento de introducirse de lleno en el tema de este texto: la comunicación y la poesía.
 
Sobre si existe comunicación en la relación que el poeta y el lector, mediante el libro, establecen, hemos de responder con un rotundo sí. Ella se da aunque no de una forma tan clara como puede producirse en otros géneros literarios.
 
En una obra narrativa, el autor conduce al lector a lo largo de una historia o una disquisición, si se trata de un ensayo, que tiene una estructura determinada, una trama y unos elementos indetificables – personajes, escenarios, diálogos… - que cooperan para que se dé la comunicación. En la poesía, sin embargo, esos elementos llamados a cooperar en aras de la comunicación, no existen. No se dan. En la poesía, hay un emisor, el poeta, que no es tan claro.
 
El emisor-poeta, lo es por un ejercicio que, a nuestro juicio, es posterior al de la creación. El poeta es en primer lugar poeta, y seguidamente, comunicador. La identidad de comunicador sólo podrá ser asumida cuando la de poeta esté ya plenamente asentada en el autor.
 
Como ya apuntamos, el poeta lo es por una necesidad de expresión, que le mueve a escribir. Será poeta-comunicador cuando la creación sea publicada. ¿Y qué mueve a este poeta a publicar? Pues una nueva necesidad, en este caso, de comunicar, siendo la comunicación la forma más efectiva de compartir. Es una necesidad de compartir que encuentra en la comunicación, su mejor cauce de realización.
 
Sin embargo, antes de pasar a otros apartados, hemos de apuntar algo más acerca de este poeta-emisor. Y es que, las circunstancias en las que se da la comunicación poética son tan particulares como todo el proceso. El contexto no es un contexto de comunicación al uso, en el que pueden identificarse las motivaciones. Es una decisión personal e íntima del poeta la que abre el cauce de comunicación. Si acaso, podemos apuntar motivaciones íntimas difícilmente reseñables por motivos lógicos de imposibilidad.
 
Mensaje-Poema. Sin duda, es el apartado más interesante y difícil de abordar. El mensaje poético – el poema – está elaborado con un significado que sólo es claro para el poeta. El uso de las palabras, que en la poesía adquieren un significado de límites agigantados, de las imágenes y las formas hacen que un poema tenga el significado que cada uno quiera. Para el poeta, dicho significado será claro pues parte de él y es él quien se lo otorga. Entran en juego en este aspecto factores tan variados como el ambiente en el que el poema fue escrito, el tiempo o la actitud del poeta al hacerlo. Factores que, si bien acuden al conciliábulo convocado por el poeta, para delimitar el significado del poema, se pierden cuando éste queda grabado en un papel y pasa a formar parte de un libro, alcanzando al lector un poema desprovisto de todo, salvo de las palabras.
 
El lector-receptor, en este punto, al leer el poema, y aceptar por lo tanto la invitación del poeta a la comunicación, tiene unos márgenes amplísimos de actuación. No en vano se ha dicho que la poesía es siempre un terreno de inmensa libertad. Tan es así, que el lector otorga a las palabras un significado particular. De nuevo, otros factores entran en juego. Los mismos factores que en el caso del poeta, pero diferentes ya que hunden su existencia en la vida y experiencias del lector. Su educación, su situación en el momento concreto de leer el poema, su cultura… Son tantos que sería imposible compilarlos todos.
 
El poema-mensaje no tiene un solo significado, sino tantos como lectores lo lean.  Pero sólo uno es el significado esencial, y éste es el que le otorga el poeta al crearlo.
 
Código. Es lingüístico, sin duda. Es un código escrito y compartido por el emisor y receptor. Pero sin embargo, su significado es difuso. La palabra verde, por ejemplo, cuyo significado entendemos todos los hablantes del español, adquiere unos matices distintos en la poesía lorquiana o la flor azul de Rubén Darío, metáfora de lo imposible.
 
Es en el código en donde más claramente se muestran y demuestran las particularidades de la comunicación poética.
 
Receptor-lector. Si entiende o no el mensaje, carece de importancia. El receptor-lector no está llamado a comprender el mensaje sino a interiorizarlo y aplicarle una pátina de subjetividad. Este ejercicio de asunción es el que le otorga al poema ese sin fin de significados que, para el receptor-lector, serán totalmente válidos. Validez que, a nuestro juicio, es mantenida desde el punto de vista de la comunicación ya que es uno de los objetivos de la comunicación poética: la asunción y disfrute del poema.  
Julio Altares

Julio Altares

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