Entrevista Javier Vicedo Alós

"La vida consiste en saber hundirse"

Javier Vicedo Alós.

Javier Vicedo Alós.

A veces hay momentos que son a veces. De vez en cuando llegan casi sin esperarlo. Hay lecturas que son de esperar, y otras son esperadas. Pero las mejores sólo son a veces. La escritura es un vicio, en su sentido más literal, en su regreso siempre vuelve a sí, se define, se contorna. Javier Vicedo Alós (Castellón, 1985) es perspicaz, intuitivo, tiene la virtud de saber entrever la brecha, la distancia, el recorrido que hace el propio lenguaje antes de que las palabras se pierdan en su hermetismo. Escribe: “vacío no está el mundo, vacío está el sentido” y en su gesto humilde sabe que el callarse es la mejor forma de decirlo.
 
Autor de tres poemarios Ventanas a ninguna parte (Pre-textos, 2010), premio RNE de poesía Joven; La última distancia (Puerta del mar, 2010); Fidelidad de una sombra (Pre-textos, 2015); y una obra de teatro Summer Evening (Centro de documentación teatral, 2015), premio de teatro Calderón de la Barca. Ha sido traducido al francés (Insinuations sur fond de pluie) y al italiano (Finestre su nessuna parte). No sé si preguntarle más sobre su escritura o por las ventanas, no sé si es mejor poner en duda la poesía o la sombra. No sé. Los dos sentados. A veces, mirar a ninguna parte es la mejor forma de mirar. Y mirarse en sus distancias es una buena forma de saberse.
 
P: Analizando tu obra, en tus tres poemarios hay tres conceptos o imágenes que destacan sobre el resto: la lluvia, el silencio y la distancia ¿de dónde nacen?
 
J: Es un poco peligroso que el poeta entre a definir sus propias imágenes. Principalmente porque considero que la poesía es apertura radical de sentido. Yo no soy simbolista ni hermético, los signos no están ahí a la espera de ser desentrañados, son signos abiertos y susceptibles por tanto de cualquier interpretación. Por otro lado, ni yo como autor tengo un dominio completo sobre las imágenes o los conceptos que empleo, es decir, su propio "querer decir" me sobrepasa, afortunadamente. Si se repiten con frecuencia esos signos no lo hago de una manera consciente, una vez terminado el libro comienzo a percibir su constancia. Dicho esto, puedo hacer el intento de aproximarme a qué función juegan esas constantes cuando yo las empleo, pero ya te advierto que será poco útil y certero pues estamos tratando de racionalizar planos que no son completamente racionales cuando se integran en la poesía.

La última distancia
, lo que me interesaba era esa distancia no tanto como concepto físico sino más bien espiritual, como aquello que nos separa irremediablemente de todos los lugares y cuerpos, esa distancia radical y definitiva que nos hace para siempre extraños del mundo y de nosotros mismos. En ese sentido el silencio también puede entenderse como una distancia. La tentación del silencio se impone en cuanto aparece la dificultad para significar las cosas. El lenguaje no es suficiente para llegar a las cosas, que de algún modo siempre quedan no dichas. Ventanas a ninguna parte es el libro con el que considero que me estrené como poeta, y como libro inaugural que es, me parece normal que en él intentara analizar la propia herramienta, que en este caso es el lenguaje. Sobre la lluvia me acuerdo que Antonio Carvajal, profesor de la Universidad de Granada, decía que todo poema que mencionaba la lluvia era un mal poema. Yo no estoy tan de acuerdo, pero entiendo lo que quiere decir él, la lluvia es un instrumento susceptible de metaforizar, permite demasiadas analogías. A mí la lluvia me interesa como algo casi material, palpable, como un telón que también establece una distancia con las cosas. De hecho hay un poema en Fidelidad de una sombra que une ambos conceptos: “Distancia y lluvia para restar dolor al mundo”.
 
P: También escribes: “ver llover y la conciencia de vivir como una misma cosa”
 
J: Eso pertenece a una especie de diario que escribo desde hace años, “Intermitencias”. Entiendo la lluvia como un fenómeno renovador. Un telón, una cortina que une todos los acontecimientos, todo lo que hemos vivido. Normalmente la lluvia se suele asociar con la tristeza, sin embargo a mi me parece algo vivificante y siempre la relaciono con el lavado que hace del mundo y de la conciencia. Disfruto viendo cómo se reactiva el color de las cosas justo después de llover.
 
P: Haciendo referencia al lenguaje y sólo deteniéndonos en los tres títulos Ventanas a ninguna parte, La última distancia y Fidelidad de una sombra hay un juego paradójico y casi heracliteano de las palabras…
 
J: Me interesa mucho tratar de evidenciar la parte sombría de las cosas, la cara que no vemos. Hay un poema en Fidelidad de una sombra que se titula “La doble escritura” y es precisamente eso, un intento de destacar lo luminoso y lo sombrío de cada fenómeno. Juego a lo paradójico, pero es que la poesía en sí es un ejercicio paradójico. Es el ejercicio más liberador, y sin embargo, en cuanto empiezas a ejercerlo, se convierte en el más castrante. La máxima libertad del lenguaje se nos vuelve límite. Enfrentarse a la poesía es precisamente eso, enfrentarse a un imposible.
 
P: Haciendo mención a la libertad (aquí se corta la grabación así que la reconstruyo) en uno tus versos “igual nosotros, libres de lo eterno,/ diciendo y brillando sólo para nosotros” (de “Canción sin motivo”) y “¿tu duda es el asiento, la alianza;/ o es más bien el ensayo de una fuga, un modo de saber tu libertad/ porque nada en el mundo te precisa? (de “Fidelidad”)... ¿ahora ya libres de la condena de la eternidad sólo nos queda la duda como asiento?
 
J: Me interesa la desposesión. Creo que cuanto menos deseemos, cuanto menos ambicionemos, más libres seremos (eso no quiere decir que aplique esa fórmula en mi vida, más bien al contrario). Pero sufrimos y no somos libres precisamente por nuestra capacidad de ambicionar. No estoy diciendo nada nuevo, es la base del budismo. Pero me interesa esa idea, ganar la paz en la pérdida de todo. Me interesa como horizonte, como conciencia de lo que somos. Otra cosa es que queramos ajustarnos a esa práctica. En ese sentido no me interesa, honestamente. Me gusta equivocarme una y otra vez, o lo asumo con naturalidad.
 
P: “Sólo una distancia es terrible, la distancia entre dos cuerpos” A lo largo de tu obra aparece la centralidad del cuerpo y de la mirada como distancia y como medida ¿qué importancia le das, individualizada o no, a la corporalidad?
 
J: Creo en el subjetivismo, me parece que no hay una realidad del mundo sino un algo bruto que es percibido por cada uno de una manera diferente. Incluso en la percepción de la realidad individual hay infinidad de versiones –porque hay infinidad de versiones de uno mismo también-. En ese sentido, es un asunto central el cuerpo, pues es el organismo receptor de ese algo bruto que llamamos realidad. Al final el cerebro es nuestro cinematógrafo particular, el lugar desde el que creamos nuestro propio mundo –no diferencio cuerpo y cerebro voluntariamente-. Sin caer en el solipsismo, pues no niego las otras realidades ni las hago depender de mí, el “yo” es el centro de la realidad. Dicho esto, me interesa muchísimo un modo de aprehensión de la realidad muy primitivo, fundamentalmente sensorial. Entender las cosas sin hacerlas pasar por la trituradora del raciocinio. Por eso rescato en Fidelidad de una sombra los versos de Antonio Gamoneda: “Todo era verdad bajo los árboles, todo era verdad. Yo comprendía todas las cosas como se comprende un fruto con la boca, una luz con los ojos.”
 
P: Sobre el concepto del tiempo escribes “Aquí es siempre”.
 
J: Toda mi poesía está vertebrada por el relativismo. ¿el tiempo desde dónde lo estamos midiendo? ¿Realidad desde dónde? ¿Distancia desde dónde? “Aquí es siempre” como si se tratara de una certeza, pero volvemos a lo paradójico. No poseemos el tiempo, el tiempo no es un absoluto, pero aun sabiendo eso, aquí-ahora, es lo único que nos hace percibir la ilusión de estar en el tiempo y dominarlo de alguna forma. Es nuestro asiento en el tiempo y por lo tanto tiene calidad de absoluto.
 
P: Vamos a hablar de influencias, hay un verso tuyo, “todo está haciéndose en su propia sombra” que puede recordar a Paul Celan cuando decía “dice verdad quien dice la sombra”.
 
J: Puede recordar, pero yo no soy consciente de que venga por ese lado. Yo no he leído a Celan con devoción, aun así existen influencias de influencias y no somos del todo conscientes de dónde nos llegan las cosas. La idea que yo recojo de sombra como algo fiel viene de Eugenio Montejo (y al fondo de la sombra/ algo que canta), o eso creo. De todos modos, yo no recuerdo exactamente ningún poema, ni siquiera los propios. Este déficit de memoria que yo percibo como una virtud puede que sea en el fondo una trampa porque quizás me asemeje mucho a otros sin darme cuenta. Al menos si abren un proceso contra mí me sentiré inocente, inocente por idiotez.
 
P: “Tanto renunciar como perseverar/ son sólo dos maneras diferentes/ de trazar el mismo hundimiento” hay cierto nihilismo en esos versos…
 
J: Bueno, ahí está la influencia de Nietzsche, Blanchot, Cioran o Clément Rosset, los pesimistas lúcidos. La lucidez es pesimista. Para mí el optimismo es la ciencia de los tontos. La vida consiste en saber hundirse. Me parece que da igual el camino que elijas, la vida es aprender a hundirse.
 
P: Dices que también la vida es aprender a callarse…
 
J: Sí, el primer bloque de Ventanas a ninguna parte es eso, un elogio del silencio. Es algo que tiene que ver con la humildad, con las limitaciones. El lenguaje quizás sea nuestra herramienta más destacable y por ello también nuestra limitación más evidente. No hace falta que mencione a Wittgenstein, pero sobrevuela su figura en este momento. No deja de resultar curioso que alguien que escribe un libro haga un llamamiento al silencio. O una de dos, o es un estúpido o disfruta contradiciéndose. Prefiero pensar lo segundo, que donde me contradigo estoy todo yo.
 
P: Regresando a la duda…
 
J: Tanto la filosofía como la poesía son disciplinas generadoras de interrogantes. Para mí no hacen otra cosa, y por eso son necesarias y fascinantes. Un interrogante bien planteado es mucho más interesante que cualquier certeza.
 
P: ¿De dónde nace la necesidad de comunicarse, de decirse?
 
J: Para mí arranca de la falta de compresión. Pero falta de autocomprensión fundamentalmente. Nos decimos a través de los otros para ver si de alguna forma somos capaces de llegar a una conclusión, a una verdad entre todos. ¿Qué ingenuidad, no?
 
P: ¿Es la escritura también distancia con uno mismo?
 
J: Por supuesto, el yo poético es una construcción más, un modo de hacer mitología personal. Es decir, un modo de engañarnos piadosamente.
 
P: y ¿te lees después de haberte escrito de forma diferente?
 
J: Algunos poemas míos me han servido para salvar ciertos momentos personales, para eternizarlos, para hacerlos mejores. Y lo maravilloso es que caemos en nuestra propia trampa, que nos dejamos caer porque nos conviene. Quizás en eso consista lo terapéutico de la literatura.
 
P: Acabas de recibir una beca del INAEM y ahora te vas a dedicar a escribir teatro…
 
J: Lo que estoy escribiendo en los dos últimos años es teatro en realidad. A día de hoy no escribo poesía, aunque imagino que volveré a escribir poesía en algún momento. Agradezco mucho la incursión en el teatro porque me estoy divirtiendo muchísimo. Aparte de que el teatro es un acto comunal por definición y disfruto de esa comunión con la gente, el discurso teatral me permite expresar ciertas facetas de mi personalidad que con la poesía era incapaz de abordar. Pienso por ejemplo en el empleo del humor, o el tratamiento del tema amoroso. En la poesía he sido muy poco prolífico temática y estilísticamente, y eso me hacía sentir muy limitado, muy encorsetado. En el teatro siento que mi voz es un poco más ancha, aunque por eso mismo también el riesgo a equivocarse es mayor. 
Paula L. Montero

Paula L. Montero

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