Entrevista a Francisco Javier Irazoki

"Las preguntas son mi oxígeno"

Foto: Barbara Loyer.

Foto: Barbara Loyer.

Francisco Javier Irazoki (Lesaka, 1954) fue periodista musical en Madrid. Formó parte de CLOC, grupo de escritores surrealistas. Desde 1993 reside en París, donde ha cursado estudios musicales: Armonía y Composición, Historia de la Música, etc. Cielos segados (Universidad del País Vasco, 1992) recopiló toda su poesía hasta 1990: Árgoma, Desiertos para Hades y La miniatura infinita. La editorial Hiperión le ha publicado las cuatro últimas obras: en 2006, el libro de poemas en prosa Los hombres intermitentes; en 2009, La nota rota, semblanzas de músicos de épocas variadas; en 2013, el libro de versos Retrato de un hilo; en 2015, Orquesta de desaparecidos, poemas en prosa. Durante cuatro años (2009-2013) Irazoki ha escrito su columna Radio París en El Cultural, suplemento del diario El Mundo. Actualmente es crítico de poesía en dicho medio de comunicación.
 
Cercano y entusiasta por la vida, con su lucidez y maestría apunta algunos versos que despiertan al lector de un cauce a menudo subsumido en el nihilismo. Rebelde frente al hermetismo, militante en la duda, sincero y transparente, su impulso y necesidad poética no nacen de la estratagema sino que sus palabras obedecen a una disposición mucho más natural y auténtica. De ahí nace todo un manantial del que hoy, gracias a su generosidad, recogemos algunos afluentes:
 
PREGUNTA: Es oportuno, hoy más que nunca, pensar en la lengua desde la perspectiva de los escritores. En una entrevista de El País en 2007, opinas: “Me niego a aceptar que la lengua se convierta en patrimonio nacionalista”. Como piensan los políticos, ¿es la lengua un instrumento separatista?

RESPUESTA: Uso con naturalidad y respeto los idiomas. Sin sacralizarlos ni convertirlos en mercancía ideológica. Sin chatarrería sentimental. No quiero que me sirvan para agredir o tender trampas políticas. El euskera es mi idioma materno. El español es mi lengua literaria. Desde hace veintitrés años, el francés es mi principal idioma de comunicación cotidiana. Desconfío de los dirigentes que, insinceros, se apropian de una lengua con fines estratégicos.
 
P.: Hay un poema titulado “Álbum” en Los hombres intermitentes del que rescato “Ya habían pasado más de veinte años desde el final de la guerra, pero el miedo estaba aún en los cuadernos escolares”. ¿La educación se erige/erigía ante el miedo o por el contrario la provocaba?

R.: ¡Pobres pedagogos que instruyeron a mi generación! Hicieron lo que buenamente pudieron. Varios de ellos eran excelentes profesionales y recuerdo con gratitud sus gestos. El miedo que nos causaban era un eco de la dictadura política. Un miedo que borraba los diálogos. Mis hijos no han temido a sus profesores, y esta relación me ha parecido un pequeño edén.
 
Foto: Barbara Loyer.

P.: En La miniatura infinita, libro incluido en el volumen Cielos segados, escribes: “El paraíso sería insoportable / si no pudiéramos huir de él”. ¿Hay que huir de la perfección?

R.:Esos dos versos son un canto a la libertad humana. Me parece que si fuera obligatorio vivir en la isla utópica de Tomás Moro, idearíamos la fuga. En cuanto a la huida que citas, vamos a sonreír juntos: cuesta poco esfuerzo alejarse de la perfección. Inclinado como un viejo artesano que une sus palabras, intento escribir una página perfecta. Aspiro en vano a la perfección para que el resultado final, siempre imperfecto, me duela menos.
 
P.: Acerca del excesivo sentimiento trágico de la poesía, dices: “Sin mérito alguno, conozco el sufrimiento, y he encontrado más hondura en una alegría a cambio de nada”. ¿Hay abuso en la llaga del dolor?

R.: Comprendo que depositemos nuestro dolor en la literatura. Sin embargo, sigo hallando más profundidad en los artistas lúcidos que sin recompensas resaltan la existencia. Ahí están los poemarios de Eloy Sánchez Rosillo o las obras más recientes de Vicente Gallego. Me refiero a un hombre que se sabe efímero y ensalza la vida en que se consume.
 
P.: “Esa búsqueda fluye / para que el hombre no sea / sólo una pausa de la muerte”. La búsqueda y el fluir son constantes en tu obra. ¿Qué buscamos con las palabras?

P.: En mi caso, la palabra poética es un útil para descargar vivencias, sentimientos, reflexiones. Me regala ligereza. Pero la búsqueda a la que aludo en esos tres versos es más amplia. Admiro a las personas que se interrogan y luchan contra su pequeñez.  
 
P.: A lo largo de tu obra poética trabajas el verso y la poesía en prosa. ¿Se encuentra más intimismo y cotidianidad en la prosa y más hondura en el verso?

P.: Soy el mismo autor, pero con los poemas en prosa he conseguido más libertad. Primero fue una sensación física. Había dedicado más de dos décadas al verso y me sentí agotado contra un muro de métrica, ritmo y ciertas convenciones. No dudo de la autenticidad ajena, pero yo estaba encarcelado en los versos. Sin ningún cálculo, escribí un poema en prosa y percibí la inmediata apertura. Incluso puedo hablar de alegría creativa. Un gozo que es compatible con el intimismo, la hondura, el cuidado artesanal.
 
Irazoki cuando era miembro del grupo CLOC. Foto: Ángel del Pozo

P.: “Busco a alguien que se llama como yo, que ha tenido una vida idéntica a la mía”. ¿Un escritor da rodeos hasta llegar a sí mismo?

R.: Sencillamente, somos múltiples. El fragmento que mencionas pertenece al último texto de Los hombres intermitentes. Se titula “Biografía”. En él grito mi nombre. Me ve un hombre desde su mirador enrejado y acude a mi encuentro. Lo acompañan unos niños. También los animales asoman su curiosidad temerosa. Después se acercan mujeres, muchachos, viejos. Todos los rostros tienen un rasgo común: la mirada. Se disponen en círculo alrededor de una ausencia. ¿Quiénes somos? Opino que cada hombre libre contiene una muchedumbre.
 
P.: En tu último libro, Orquesta de desaparecidos, nos invitas a pensar desde el título en una ausencia, la de los desaparecidos. ¿La poesía es música o eco de esas ausencias?

R.: En realidad, no elijo el título de mis libros por la belleza de unas palabras, sino porque dicho título pertenece a un poema especialmente importante en mi biografía. Esto queda al margen de los aciertos o errores literarios de la composición. Así ocurrió con Árgoma, Cielos segados, Retrato de un hilo, Los hombres intermitentes, etc. En el texto titulado Orquesta de desaparecidos, la poesía recoge una experiencia cotidiana. Yo tengo una cita diaria con mis amores desaparecidos. Escribo: “Las personas que se alejaron de mi vida forman la orquesta. Sus muertes o su desamor se han convertido en música”.
 
P.: ¿Militar en la duda es la mejor forma de ser sincero?

R.: La mía, sí. Desde la niñez he sido rebelde ante las definiciones cerradas. En la adolescencia y juventud me opuse a que los dogmas simplificasen la realidad. Siempre he sentido aversión a las ideologías totalitarias. Además de otros sufrimientos, imponen una falsa verdad universal. Yo me conformo con no ser nocivo en esta vida breve. Y tengo una sola convicción firme. La expreso al final de uno de los poemas de Orquesta de desaparecidos: “El triunfo consiste en no haber herido”. Desde esa base, las preguntas son mi oxígeno.
 
P.: Desde tu perspectiva a medio camino entre España y Francia, ¿cómo encuentras el panorama poético actual?

R.: Fértil y variado en España. Se podría hacer una lista extensa de autores que escriben con calidad notable. Algunos ofrecen un mundo inconfundible, personal. Cuentan con el respaldo de los suplementos literarios y de un público visible en las redes sociales. Existe demanda de poesía. Quienes la buscan no siempre recurren al libro. A veces la encuentran en las palabras de un músico. En Francia, la situación es menos favorable para la poesía. Fue un género importante en el país y ahora muy pocas personas cultas conocen la obra de sus poetas actuales. Los medios de comunicación cierran sus páginas a esos creadores.     
 
P.: Para acabar con una remembranza de hemeroteca, ¿cómo recuerdas los años del activismo surrealista, por cierto genial, de CLOC, que según Aramburu significaba “el ruido que hacen los garbanzos cuando caen desde un octavo piso sobre las cabezas huecas de los transeúntes” y que según Bermejo era un mito local indebidamente exagerado?

R.: El grupo CLOC fue para mí una fiesta contra los tópicos. La ebriedad se alcanzaba con una mezcla de imaginación y rebeldía. Casi cuarenta años más tarde, aún sonrío cuando recuerdo anécdotas. Al grupo le debo bastantes enseñanzas y algunas de mis mejores amistades. Un detalle significativo: casi todos los miembros de CLOC proveníamos de familias modestas. Hubo un diálogo interesante entre Gabriel Celaya, poeta marxista que nació en la burguesía vasca, y Fernando Aramburu, hijo de obreros. Celaya propuso a Aramburu el uso de un lenguaje popular, accesible para el gran público. Aramburu aspiraba a la excelencia artística. No deseaba la celda de la expresión pobre. Para él, la literatura era una actividad donde debía liberarse. Comparto su empeño. 
Paula L. Montero

Paula L. Montero

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