Reseña literaria

Ramón de Garciasol; una poética de la fraternidad

Imagen: Guillermo Mañares

Imagen: Guillermo Mañares

Hijo de un zapatero. Amigo de Buero Vallejo. Estas son las credenciales con las que se presentaba Miguel Alonso Calvo (Guadalajara, 1913 – Madrid, 1994), más conocido por su seudónimo, Ramón de Garciasol. Sin embargo, aún siendo mucho, estas credenciales quedan en parcas notas biográficas si nos atenemos a la abundantísima obra poética que publicó. Desde 1951 con Agradecimiento hasta Notaría del tiempo en 1985, Garciasol recorrió vital y por ello, poéticamente años cruciales en la historia de España. En su Guadalajara natal le cogió el estallido de la Guerra Civil, durante la que colaboró en la publicación UHP-Milicias Alcarreñas, afín a la izquierda revolucionaria combatiente. Y en buena medida, fue esta filiación política –que coloreó, a partir de los 80, con algunas boutades ideológicas- la que marcó su trayectoria como poeta, aún cuando la Constitución de 1978 levantó una democracia en España.
           
Se consideraba “de fuera del clan”, foráneo en cenáculos literarios y políticos. En buena medida, estuvo fuera de la vida literaria española de los años del franquismo. Y a buen seguro, es por esa ausencia, por ese no estar en el candelero por lo que hoy, más allá de los círculos cultísimos castellano-manchegos, la obra y figura de Garciasol son dos perfectos desconocidos. Fue tanta la fruición con la que se empeñó en salir de todo círculo cultural que, por rechazar, rechazaba hasta el llamado “exilio interior”. En una entrevista, el poeta afirmó tajante: “No existe un exilio interior. Se es exiliado si se está fuera de la patria, pero no de otra forma”. De hecho, cuando se le planteó que muchos consideraban que fueron los exiliados los únicos que “hicieron” algo, saltó. “Para mí eso tiene algo de falso, porque fuera de España se dormía todas las noches sin miedo a que te llevaran a la cárcel”. Acto seguido, afirmó que “nosotros, los que nos quedamos, fuimos capaces de sacar adelante una literatura no sólo no ayudada ni subvencionada, sino más bien todo lo contrario, perseguida y censurada”.
 
Poesía de fraternidad
 
Lo que sacó adelante Garciasol fue para muchos críticos, un adelanto a la poesía social o, más rimbombantes, poesía de la otredad. Como texto fundacional de esta tendencia todos coinciden en señalar el poemario Defensa del hombre, que recientemente ha recuperado la Editorial Vitruvio. Sin embargo, de la lectura de la obra se sacan otras conclusiones. Al menos, quien firma. Ciertamente, hay elementos concomitantes entre la poesía desplegada por Garciasol y la que hicieron nombres eminentes de la poesía social. Con Celaya y Blas de Otero, sin ir más lejos, comparte el gusto por el soneto. Pero esos lazos comunes no anudan al poeta de Guadalajara con la poesía social. Antes bien, le separan. La preocupación por España, evidente, no es el leiv motiv, sino un trampolín en el toma impulso para llegar a su verdadero objetivo: el hombre. Huye de lo épico, hundiendo entendimiento y pasión en lo cotidiano, en lo pequeño. Y no hay reivindicación, no al menos evidente. Hay reflexión, contemplación y de una y otra, se desgajan demandas, muy sutilmente, como en el poema Del hombre que voy haciendo:
 
Qué poca cosa es ser hombre,
y qué difícil es serlo,
porque para ser no basta
quererlo en el pensamiento,
un pensamiento que el hombre
descubre que no se ha puesto
y que es él, porque ser hombre
es tener el presentimiento
de que no podrá explicarse
lo que se está en la nada hirviendo,
lo que nos inquieta y no es
vida en el conocimiento.
 
Lo que hay de social en Defensa del hombre es en verdad fraternidad. Una búsqueda solidaria de la unión entre los hombres. La vista del poeta estás siempre puesta en el otro. “Yo no soy so sin ti, y tú no eres tú sin mí”, dijo en cierta ocasión, rubricando la que bien podría ser la máxima que condensara toda su poética. O esta otra: “Yo necesito que los demás sean felices para poder yo estar en paz”. Lo que ansiaba el poeta no era una mejora de las condiciones de vida – eso se daba por supuesto –, sino un acercamiento al ser humano; Defensa del hombre no es nada más y nada menos que una pujante apuesta en pro de la felicidad del hombre. Felicidad que, consideraba, “sólo mediante la cultura” podría algún día alcanzarse.
 
Mas aunque no sé qué soy
 -que cambio a cada momento-,
sé sin saberlo, por alma,
que alguna vez se hará en esto
que soy, que somos, la paz,
y que al fin comprenderemos,
vivos o bajo la tierra,
lo que el pobre que me veo
no puede abarcar en orden,
en razón: el hombre nuevo.  
Álvaro Petit

Álvaro Petit

Ritmos 21 - Milennial Culture Information es una revista independiente de información y análisis cultural.

Comentarios