Ángela P.

El ambigú

El ambigú es la colaboración de Ángela P. en Ritmos 21. Un lugar al que ir en los entreactos. Una pequeña muestra de su visión personal sobre los temas más variopintos.

Ángela escribe el blog Pero qué broma es ésta. Lectora voraz, es autora del libro Relatos al ácido. Aficionada al teatro, al cine y a la música, a veces se calza las zapatillas de correr para compensar sus excesos gastronómicos.

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Donna Tartt y la moral laxa (casi elástica)

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"- Porque es peligroso ignorar la existencia de lo irracional. Cuanto más cultivada es una persona, cuanto más inteligente y más reprimida, más necesita algún medio de canalizar los impulsos primitivos que tanto se ha esforzado en suprimir. De otro modo, estas poderosas y antiguas fuerzas se concentrarán y fortalecerán hasta que sean lo bastante violentas para estallar, con más violencia a causa de la demora, a menudo lo suficientemente fuertes para destruir por completo la voluntad". 

El secreto, Donna Tartt.

 

"Y tengo la impresión de que hay algo muy serio que me urge decir al lector inexistente. Que la vida es, entre otras muchas cosas, breve. Que el destino es cruel pero quizás no sea arbitrario. Que la naturaleza (en el sentido de la Muerte) siempre vence, pero eso no significa que tengamos que resignarnos y arrastrarnos ante ella. Que aunque no siempre nos alegremos de estar aquí, tal vez sea nuestro deber sumergirnos igualmente; vadear en línea recta a través del pozo negro, manteniendo abiertos los ojos y el corazón".

El jilguero, Donna Tartt.

 

En los últimos tiempos, y con un fervor parecido al que me afligió, ardorosamente, en la época en que me dio muy fuerte por Elena Ferrante, he estado muy dedicada a Donna Tartt.

 

Donna Tartt es una escritora estadounidense, autora de tres novelas (además de algunas historias cortas y algo de no ficción): El secreto, Un juego de niños y El jilguero. Y, aunque tres novelas pueden no parecer, en un primer momento, muchas, es necesario matizar que la primera tiene más de 700 páginas, la segunda más de 600 y la tercera, según Amazon, la friolera de 1.152 páginas (rivalizando con Tan poca vida por el galardón de “novela que, definitivamente, es mejor que lea en el Kindle”).

 

En esta fiebre mía, he devorado la primera y la última, y me reservo la segunda para cuando se me pase la resaca literaria, supere el mareo y el desmayo y reconstruya los cimientos de mi maltrecha moral occidental.

 

Y es que, con Donna Tartt, la frontera entre el bien y el mal adquiere tintes borrosos. O, más bien, uno sabe bien dónde queda, pero de repente ya no le parece tan importante. Como aquella vez que leímos (o vimos) El silencio de los corderos y Hannibal Lecter nos resultó, de pronto, encantador. Esa fascinación por ‘los malos’ es, sin duda, uno de los milagros del cine y la literatura. Nos permite ponernos en su lugar sin llegar a pecar.

Mientras leía El secreto (Lumen) se me ocurrió que la novela que desearía haber escrito es una mezcla entre ésta y La trama nupcial: En lugar de eruditos del griego, mis protagonistas habrían sido fanáticos de la novela victoriana.

 

El secreto me hizo dudar de todo. Asistí, con pavorosa complicidad, al devenir y devaneos de sus personajes y consideré su comportamiento, sus reflexiones y sus construcciones mentales, de lo más razonable. A cada atrocidad, mi cerebro respondía, racionalizando, ‘por supuesto, ¿qué otra cosa podían hacer?’ Me ponía en su lugar, empatizaba con ellos, me angustiaba cuando se angustiaban o temían, o se encontraban ante algún peligro. Me preocupaba, en definitiva, que los pillaran. El asesinato me parecía menos malo, puesto que no simpatizaba con el objeto del mismo.

Con El jilguero (Lumen), Donna Tartt ganó el Premio Pulizter a la ficción en el año 2014. Según parece, el libro gira en torno a la idea de escribir acerca del terrorismo y la destrucción del arte. Sin embargo, aunque el arte es, desde luego, importante, a mí me parece que el tema central es la autodestrucción. Cómo, cuando nos arrebatan lo que más queremos, podemos conducirnos nosotros solos (con ayuda de otros, es cierto, pero fundamentalmente bajo nuestra responsabilidad), al abismo. Porque lo que le ocurre a Theo Decker es de horror, pero yo creo que otro protagonista en su situación quizás hubiera ejercido de héroe literario. Al fin y al cabo, a lo largo del libro se le presenta varias veces la buena suerte. Pero a Donna no le interesan los héroes; o, al menos, los héroes al uso.

 

Theo es el antihéroe. Es mezquino, cobarde, egoísta, autoindulgente. Es débil, al igual que el narrador en El secreto, Richard Papen. Es humano, en definitiva. De nuevo, en El jilguero, el personaje más atractivo es el que tiene una moral más relajada, más adaptable, más personal: Su amigo Boris. Quizás no es la mejor persona del mundo, pero al menos tiene empaque.

 

Tartt introduce en la trama un objeto misterioso; un pequeño cuadro pintado por un enigmático pintor holandés, Carel Fabritius, discípulo de Rembrandt y maestro de Veermer que murió a consecuencia de la llamada explosión de Delft en la que, además, se perdieron la mayor parte de sus obras. Sólo se conservan unas pocas; entre ellas, su Jilguero atado. La autora utiliza el paralelismo entre el fin de la vida de Fabritius y el arranque de su libro para vincular el destino de su protagonista al cuadro. Para tranquilidad de los lectores, está sano y salvo en la Galería Real de Pinturas Mauritshuis, en La Haya.

 

Las novelas de Donna Tartt, hasta donde yo sé, son largas, pero adictivas. Sus personajes, complejos hasta el punto de resultar ambivalentes. A veces se pierde en descripciones y divagaciones, pero lo hace con tanta pericia que sumerge, casi ahoga, al lector en la atmósfera, muchas veces opresiva, del libro.

 

El regalo perfecto para lectores que disfruten con el suspense psicológico, que no se dejen amedrentar por la longitud y que no les hagan ascos a lo mainstream. A libros que, a fuerza de ser tan buenos, se acaban convirtiendo en un best seller.

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