Como es bien sabido, don Luis Cernuda recuperó el motivo central de la parábola del erizo de Schopenhauer, El dilema del erizo, publicado en una compilación de escritos, según el propio filósofo, ‘secundarios’, para después incorporarlo, bajo la forma de un ligero y sugerente preámbulo, en su libro Donde habite el olvido, volumen de versos que se publicaría finalmente en 1934. También es bien sabido que el título de este está tomado de un afortunado verso de Bécquer, el penúltimo de su Rima LXVI: ‘en donde esté una piedra solitaria / sin inscripción alguna, / donde habite el olvido, / allí estará mi tumba.’ En la memorable pieza de Cernuda, el verso se emplea dos veces, una para abrir el poema y otra para cerrarlo, en una anáfora llevada a término impecablemente.
El poema inédito que hoy traigo a este espacio es un tembloroso homenaje al poeta sevillano, que tan importante ha sido –y es aún– para mí, y su imaginería e intensidad –el asunto de la intensidad es más dudoso, ya que su mímesis deviene impracticable: se trata de un atributo determinado exclusivamente por la exaltación originaria, y por ello debiéramos hablar más bien de tono, cualidad cuya naturaleza sí puede modularse mediante cierta actitud verbal asordinada–, su imaginería y tono, decía, están tomados del primer poema del mentado volumen, Donde habite el olvido, que, aunque lleve por título el número I, podríamos considerar homónimo. El poema es el que sigue.
DONDE HABITE
A José Luis García Martín
No en absurdos papeles de diario
que se amontonarán en los rincones más sombríos
de la casa de un hombre que desdeñara el amor,
que no quisiera de él más que su ausencia,
no en papeles heridos por el tiempo.
Tampoco en las palabras insolentes, nunca
tras las viles palabras que una noche osaran,
en su empeño tenaz de combatirse,
en su ansia tenaz de acometerse,
el sueño del origen, la quimera de un destino,
la conjura del daño y el deseo
y que entonces serán únicamente
frivolidad y desmemoria,
un vacío prendido a otro vacío.
Después de que la Parca haya cortado
nuestros hilos, cuando nos embargue
un alto silencio que no presienta las lágrimas
de todos los cuerpos que anhelaron el mundo,
abolidos los límites, las constelaciones,
en la más pura inmensidad, hecha de nada y aire,
en el vasto infinito omnipotente.
Jamás en esta página tentada en vano.
Nos leerán en el olvido.