Análisis 21 (Parte I)

Una brevísima historia de la Colección Thyssen

Foto: Hélène Desplechin

TAGS Museo Thyssen
En 2017, el Museo Thyssen celebrará su 25 Aniversario. La colección que lo forma, una de las más importantes que hubo en manos privadas, guarda una gran historia; y casi una aventura fue su llegada a España, que con su incorporación, se convirtió en una de las grandes capitales mundiales del arte. La próxima efeméride es una buena oportunidad para repasar la historia y trayectoria de un museo que en apenas dos décadas se ha convertido en uno de los principales del mundo.

Jamás pensaron los duques de Villahermosa que miles de personas iban a pisar sus pasillos. El magnífico edificio del siglo XVIII que hoy alberga la colección Thyssen, fue, antes que museo y que palacio, un descampado extramuros de la ciudad que, por esos golpes inmobiliarios que ya hace siglos reventaban el mercado, empezó a ponerse de moda entre la nobleza madrileña cuando se levantó el Palacio del Buen Retiro, dedicado, of course, al buen retiro de los reyes. Y como quien no estuviera cerca de las coronadas testas no era nadie, allá que corrieron los nobles, a hacer de aquel descampado una zona de lujo que hoy es aún más de lujo que en aquel siglo XVI en el que se puso de moda. En pleno dieciochismo, la duquesa de Atri compró los terrenos en los que hoy se levanta el museo, que llegaban hasta el actual Banco de España. Y en esa casa, la buena de la duquesa se entregó al amor secreto con el ilegítimo de la dinastía de los Picco della Mirandola.

 

Pocos años después, los duques de Villahermosa compraron el edificio, muy criticado en las buenas mesas madrileñas por su estilo rococó –muy out ya a finales del XVII–. Y claro, los duques podían sentir las críticas cuando iban a tirarle al pichón o a tomar un refrigerio, así que el bueno de él ordenó eliminar todos los recargados adornos que enlucían las fachadas. Pero la reforma definitiva se ejecutaría a principios del siglo XIX, cuando la viuda del XI duque de Villahermosa puso en marcha la obra que dejaría el edificio tal y como lo conocemos: tres plantas, con fachadas de ladrillo y granito. Con esto, la residencia de los Villahermosa se consagró como una de las más lujosas de la villa y corte. Pero, ¡ay!, crueldades de la economía, en 1973 la banca López Quesada se hizo con el inmueble, y donde hubo una sala de baile, dispuso una sala de reuniones; donde una capilla, un despacho, y así con todo… Sin embargo, el destino no es neutral. Diez años después, la banca quebró y el palacete quedó en manos del Estado, que lo adscribió al Museo del Prado como sede suplementaria.

 

'Les Vessenots' en Auvers de Van Gogh. / Museo Thyssen

Y en esto, llegó el barón Thyssen con su imponente colección de arte y su deseo de que fuera expuesta en Madrid. El Gobierno demostró reflejos, y le ofreció el Palacio de Villahermosa como sede. Y el barón, que de palacios debía saber, se enamoró del edificio. De preciosa factura, situado en pleno centro de la ciudad y en los principales flujos turísticos de Madrid. Con Heinrich ya entre los pasillos del Palacio, quien sabe si rememorando las fiestas y banquetes de hogaño, llegó Rafael Moneo, que cambió todo el edificio, respetando tan sólo las fachadas, y adecentó el caserón en el un día que el Duque de Angulema durmió cuando llegó a Madrid con sus Cien Mil Hijos de San Luis, para que luciera, con luces preciosistas, una de las mayores y más completas colecciones de arte del mundo.

 

De barón a barón, baronesa

 

Lo primero que puede pensarse es que las grandes colecciones de arte, casi siempre de carácter familiar, se logran a base de años y de siglos, según el paradigma de la Casa de Alba, en España. Sin embargo, la de la casa Thyssen no cuenta ni con un siglo. Es una colección de formación aún joven, que comenzó en 1928, con el primer barón Thyssen, que en poco más de diez años, logró reunir auténticas joyas de Durero, Holbein, Caravaggio, Riepolo o Van Eyck, gracias en parte a los efectos bajistas del crack del 29 en el mercado del arte y la catastrófica situación de Europa. Ambos factores hicieron que aristócratas como la familia Spencer –una familia de la nobleza británica que cuenta, entre otros, con los títulos del Ducado de Marlborough, y a la que pertenecieron personajes tan ilustres como Churchill o Diana de Gales– y magnates como John Pierpont Morgan Jr, heredero de la fortuna financiera de su padre, J. P. Morgan, se vieran obligados a vender su cuadros, que fueron adquiridos a buen precio por el primer barón Thyssen.

           

Se barajó la posibilidad de fusionar la colección Thyssen con el Museo del Prado

Tal fue el apasionamiento del barón por la compra de arte, que en 1930 se organizó la primera exposición pública de su colección, formada por más de 400 piezas y que asombró a los críticos de arte de todo el mundo. El arte, entre otros problemas, te acaba generando uno de espacio, y cuatrocientos cuadros son muchos cuadros para una casa mediana. Así que el barín compró Villa Favorita, archiconocida hoy para el marujeo nacional. Allí, a orillas del lago Lugano, en Suiza, el varón construyó un pabellón con 18 salas para exhibir su colección.

           

La colección era ya una de las más importantes de Europa, y el primer barón murió con el convencimiento de que una fundación velaría por las más de 500 obras que había logrado reunir. Pero tres de los cuatro hijos impugnaron el testamento - ¡ay, la riqueza! – y forzaron que la colección fuese dividida.

           

El segundo barón, el nuestro, el de aquí, prosiguió con el afán coleccionista de su padre, y comenzó a incorporar obras impresionistas y modernas, excluidas por su padre, y a reunificar la colección, comprando obras a sus hermanos. Objetivo, este último, que no logró y que, hoy por hoy, parece imposible ya que, las obras que no fueron subastadas, se encuentran hoy en museos como la National Gallery o el Rijksmuseum de Ámsterdam. Lo que sí logró fue incorporar un buen número de obras que iban desde Petrus Christus –pintor flamenco de siglo XV-  hasta Jackson Pollock, hasta hacer que la Colección Thyssen fuese, probablemente, la colección más valiosa del mundo y, sin duda, la más variada y completa de todas. Conseguido esto, al barón le asaltó la misma preocupación que a su padre: qué pasaría con la colección cuando él muriese.

 

Díptico de la Anunciación (1433-1435), Jan van Eyck. / Museo Thyssen

Durante estos años de formación, la colección fue una “colección viajera”, que participaba en exposiciones en toda Europa y que, gracias al afán del barón, había logrado logrado el prestigio de los principales museos del mundo. Por ello, no es de extrañar que cuando la noticia de que el barón estaba buscando una ubicación para crear un museo en el que sus cuadros puedieran ser exhibidos de forma permanente, instituciones de todo el mundo empezaran a llamar a su puerta. Londres, Bonn o París fueron algunas de las ciudades que se interesaron, incluso la prensa se llegó a hacer eco de una oferta de la Fundación Getty, de Los Ángeles, que le ofrecía al barón 300.000 millones por Villa Favorita y su contenido.

           

La colección era una bicoca. La única que podía competir con ella era la Real Británica. La de los Thyssen reunía seis siglos de pintora, con viejos maestros que rara vez se encontraban en el mercado, como Paollo Uccello o Memling, maestros románticos como Delcraux o la que sin duda era la antología pictórica más completa del impresionismo, con obras de Manet, Monet, Degas, Renoir o Van Gogh y la más nueva, pero igual de importante, colección de arte moderno.  Las ciudades vieron en la colección, la oportunidad de hacerse con todo un museo en una sola operación.  En el caso de España, era además doblemente interesante ya que algunos de los maestros que albergaba la colección Thyssen no tenían presencia en los museos nacionales.

           

Pero el barón no sólo pedía dinero. Exigía que la colección se preservara como Colección Thyssen-Bornemisza, que contara con un museo propio, manteniendo su nombre y su perfil de colección familiar. Esto excluía lo que alguna vez se pensó en España: la fusión con el Museo del Prado.