Ángela P.

El ambigú

El ambigú es la colaboración de Ángela P. en Ritmos 21. Un lugar al que ir en los entreactos. Una pequeña muestra de su visión personal sobre los temas más variopintos.

Ángela escribe el blog Pero qué broma es ésta. Lectora voraz, es autora del libro Relatos al ácido. Aficionada al teatro, al cine y a la música, a veces se calza las zapatillas de correr para compensar sus excesos gastronómicos.

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'Las cuatro estaciones de Las chicas Gilmore': El veredicto

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Este artículo contiene detalles de la trama tanto de la serie 'Las chicas Gilmore' como de la miniserie 'Gilmore Girls: A year in the Life'.

He hecho un 'intensivo' de Las chicas Gilmore y este es mi veredicto.

 

'Las cuatro estaciones de las chicas Gilmore' o por qué le pasan cosas malas a la gente buena (y me estoy refiriendo a mí)

 

Desde el pasado mes de octubre, he visto las siete temporadas completas de Las chicas Gilmore y, prácticamente sin solución de continuidad, la miniserie Gilmore Girls: A year in the Life. Quizás ese haya sido mi gran error.

 

Mi contacto anterior con Lorelai y Rory fue siempre bastante eventual: de vez en cuando pillaba algún capítulo ya comenzado y permanecía un rato delante del televisor, admirando la rapidez y agilidad de sus conversaciones, casi sorkinianas. Después, cuando quedaba con mis amigas o pasaba un rato con mi madre, intentaba emularlas, pero era como si Ivanka Trump pretendieran hablar como los asesores de El ala oeste de la Casa Blanca. Ya entonces intuía que algo se cocía entre la madre y el tipo de la gorra que despachaba en el café aquel.

 

Lo cierto es que Netflix me ha proporcionado varios meses de plácida felicidad televisiva y sin complicaciones; y sin sentirme frívola y sucia, como cuando veo Pretty Little Liars. Tampoco es que Las chicas Gilmore sea el colmo de la intelectualidad, pero incluso circula un test por internet para comprobar cuántos de los libros que lee Rory Gilmore a lo largo de la serie has leído. Es posible que Las chicas Gilmore sea un guilty pleasure; pero menos. No en vano, todo el mundo insiste en que los guiones son mucho más largos que los de otras series. Y todos sabemos que si uno habla mucho y muy rápido significa que es muy inteligente.

 

He disfrutado de las siete temporadas y de la ambivalencia que he ido sintiendo por los personajes, especialmente por Lorelai. En ocasiones me parecía sobreactuada y, simple y llanamente, una petarda; en la miniserie, la brújula moral de esa descastada de Rory. Los novios de Rory han sido para mí, uno detrás de otro, el amor de su vida: los guionistas consiguieron que me decantara rápidamente por Jess (también conocido como Peter Petrelli) en cuanto apareció y me olvidara de Dean (empezó a parecerme demasiado cándido); más tarde, no me costó nada aceptar a Logan (también conocido como Cary Agos) en nuestras vidas (la de los habitantes de Stars Hollow y la mía).

 

Con independencia de que, como todas las series largas, con muchas y extensas temporadas, tenga altibajos, en conjunto me parece amable, bien hecha y que recomendaría para la hora de la comida, las tardes de invierno o la vuelta del trabajo, cansados, sin ganas de complicaciones, acompañada de unos colines y humus de bote. Sin embargo, la miniserie.

 

La miniserie pretende ser una bofetada de realidad; pero nosotros no estamos viendo Girls, estamos viendo Gilmore Girls. Supongo que a la tristeza general de esta nueva entrega contribuye el hecho de que el pueblo está igual, pero todos sus habitantes son mucho más viejos. Y, además, han envejecido desigualmente. La nueva miniserie de Las chicas Gilmore es la constatación más bestia del paso del tiempo.



Y, aunque sobre toda ella sobrevuela un poco el fantasma de la tristeza y la insatisfacción (lo que la convierte, puede ser, os lo concedo, en una serie más realista, aunque, insisto, no es eso lo que la mayoría buscábamos en ella), es el personaje de Rory el que ha evolucionado de una manera más deprimente, errática incluso.

 

Dejamos a Rory, al final de la séptima temporada dispuesta a comerse el mundo. Tampoco es que tuviera el trabajo de su vida, no la cogieron en el New York Times, pero podía estar más o menos contenta. Tuvimos que lidiar con la decepción, pero poco; de manera muy controlada. Su situación era buena, pero no extraordinaria. Resultaba creíble. Con trabajo y dedicación podría llegar a hacer grandes cosas y habíamos depositado en ella nuestras esperanzas. En la miniserie, Rory termina volviendo a Star Hollow y se hace cargo del periódico local. Gratis. Rory vuelve a casa, a vivir de su madre. En fin, es desconsolador, pero podría pasarnos a todos. Incluso habiendo estudiado en Yale.

 

Su vida sentimental no es mucho mejor: tiene un novio al que ningunea (cómo si no se explica que se olvide de dejarlo), pero con el que sigue hasta el último capítulo. En este punto la historia se vuelve directamente cruel. Rory muestra un temerario desprecio por los sentimientos de los demás y un nulo instinto de preservación, lo cual no casa nada con la imagen que tenemos de ella y con el desarrollo anterior del personaje: una buena chica muy racional. Mientras sigue con el insignificante e infravalorado Paul (Patric Edelstein, en The Good Wife, alter ego de Mark Zuckenberg), mantiene una relación paralela, pero sin ataduras (jaja) con su antiguo novio, Logan con el que, recordemos, no se quiso casar al final de la séptima temporada porque todavía le quedaban muchas cosas por hacer en la vida. Logan, a su vez, está prometido con una rica heredera. Pero Rory tiene una dependencia total de él: le llama al móvil cada vez que tiene algún problema. De vez en cuando se relaciona con Paris (cuyo matrimonio ha fracasado) y pasa un poco de tiempo con Lane (cuya carrera musical ha fracasado) mientras huye como de la peste de sus “homólogos”, la llamada ThirtySomething Gang, un grupo de treintañeros universitarios que también han tenido que regresar a Stars Hollow a vivir en casa de sus padres (matadme ya). Pero eso no es lo peor: lo peor es que Rory los desprecia. Porque Rory, en la miniserie, es altiva, despectiva y, en el fondo, se siente superior.

 

No estoy diciendo que Rory no pueda actuar mal en un determinado momento, o que no lo haya hecho en el pasado (medio minuto para evocar la historia con el casado Dean); pero, al menos, en anteriores ocasiones, tuvo la deferencia de sentirse mal por ello.

 

La miniserie termina con la boda de Lorelai y Luke que, no sabemos muy bien por qué, según parece porque Lorelai, históricamente, ha sido una mandona que ha tomado todas las decisiones, han tenido una crisis en los capítulos anteriores (con una breve incursión de Lorelai en el mundo del hiking extremo).

 

Entretanto, Rory se ha puesto a escribir un libro sobre su madre y ella que dote de un nuevo sentido a su vida. Afortunadamente para mi salud mental, una amiga me dio (junto con una cerveza que agradecí) la perfecta justificación para todos sus fracasos: no podía avanzar hasta que escribiera ese libro. Al menos existe un motivo para tanta frustración.

 

Dos nanosegundos antes del fundido en negro final, Rory le confiesa a Lorelai, en un absolutamente innecesario giro de los acontecimientos porque, de todos modos, ya estamos hundidos en la miseria, que está embarazada.

 

Quizás uno no deba vivir en la negación y hacer como si Gilmore Girls: A year in the Life, no existiera. Pero, desde luego, merece la pena intentarlo.

 

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