Regina Navarro

El jardín del microcuento

Regina Navarro es periodista, especializada en periodismo cultural y lifestyle. Colaboradora habitual de Papel –el dominical del diario El Mundo– o la revista de Artes Escénicas Godot, explora el mundo de la micro-literatura desde el blog El jardín del microcuento, con el que busca el lado ficticio de la realidad. ¿O era la realidad dentro de la ficción?

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Cuentas pendientes

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Antes se contentaba con garabatear palabras en una libreta que siempre llevaba encima, ahora no le salen las palabras.

El de la mesa del fondo se llama Juan. Está casado, pero en su casa las cosas no funcionan demasiado bien. Hace tiempo que las peleas con Sara se han vuelto insoportables, todo son gritos y reproches. Juan viene todos los días a eso de las siete y media, es cuando sale del trabajo. Siempre pide lo mismo: una cerveza tras otra aunque, a veces, se concede un capricho. Suele hacerlo los viernes, cuando se acerca el fin de semana y tiene que aguantar. Entonces elige whisky, solo, sin hielo.

 

No tiene hijos y dice que ese fue el error más grande que cometieron y el que los obligó a odiarse. Juan odia a su mujer. Cuando me lo dijo no supe bien qué responderle. Odiar es una palabra demasiado grande para dirigir a una persona por la que, alguna vez, has sentido un mínimo cariño. Pero él lo dice convencido. Ya no hay nada, solo una casa compartida y cuentas pendientes.

 

Juan lleva siempre maletín. Una vez le pregunté qué guardaba dentro y me enseñó su colección de corbatas. No quiere que, en uno de sus arrebatos, su mujer se las tire. Igual que hay quien colecciona llaveros o imanes de los lugares que ha visitado él compra corbatas. Tiene de París, de Milán, de Tokio... su favorita es de Argentina. Tiene colores vivos y se la pone cuando está especialmente triste. En el último mes la ha lucido hasta en veinte ocasiones.

 

Es abogado. Aunque no demasiado bueno, pertenece al montón de los mediocres. En realidad siempre quiso ser escritor pero de eso no se come. Antes se contentaba con garabatear palabras en una libreta que siempre llevaba encima, ahora no le salen las palabras. Dice que lleva años sin escribir una sola letra que no tenga que ver con los juicios. No se le ocurre nada y eso lo asusta. Ahora solo las preocupaciones lo asaltan: la casa, el trabajo, las facturas, Maira y sus rabietas, Maira y sus desaires, Maira y sus gritos, Maira y sus llantos, Maira y sus reproches, Maira y...

 

Juan tiene los ojos pétreos. Se le han quedado así de llorar demasiado y no dormir por las noches. Porque pese a las cervezas, a algún diazepam, tilas y relajantes no consigue pegar ojo. Pero ha leído un montón de libros: El Quijote, Ulises de Joyce, Los gozos y las sombras, buena parte de los Episodios Nacionales... y alguna que otra novela histórica. Dos calles antes de llegar al despacho hay una biblioteca. No es muy grande pero tiene una buena selección de libros. Juan dice que la bibliotecaria está asombrada con su velocidad, nunca ha gastado los 15 días que uno puede tener el libro en sus manos antes de renovarlo. Ella se llama Marina, debe de tener poco más de 25. No encuentra trabajo de lo suyo -nunca me ha dicho a qué debería dedicarse- y hasta entonces ahí está. Pero es feliz. Juan la envidia. Envidia la frescura de su sonrisa y la vitalidad que desprende. Bendita juventud... aún sin hipotecar. Es guapa, y Juan, que le dobla la edad, se siente intimidado con su presencia. La mira y se imagina que deja a Maira y se va con ella, se imagina que son felices. Y mientras lo hace Juan es uno más de esos hombres que ahoga mil penas en un bar.