Regina Navarro

El jardín del microcuento

Regina Navarro es periodista, especializada en periodismo cultural y lifestyle. Colaboradora habitual de Papel –el dominical del diario El Mundo– o la revista de Artes Escénicas Godot, explora el mundo de la micro-literatura desde el blog El jardín del microcuento, con el que busca el lado ficticio de la realidad. ¿O era la realidad dentro de la ficción?

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Atardeceres

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¿Hay algo después de esta vida? Siempre creíste que sí, que había un cielo reservado para los que eran honestos.

Tu olor. Era fresco, como a hierbabuena o eucalipto. Me envolvía con suavidad y me obligaba a retenerlo, durante unos instantes, en la memoria. Nunca supe si pertenecía a un perfume, si era obra de alguna crema o si, en realidad, era cosa del champú. Nunca me lo dijiste y, sin embargo, lo sigo echando de menos, igual que tu voz cada mañana, dulce, suave… Y tus ojos, aún cerrados para protegerse de los ligeros rayos que se colaban por los resquicios de la ventana.

 

Es sorprendente lo rápido que pasa el tiempo. ¿Qué han sido, cincuenta años? Y en mi memoria parecen solo un suspiro, uno de esos que soltabas después de dar un trago largo a la copa de vino y dejar en ella tu pintalabios. Siempre los teñías de color borgoña porque, decías, te gustaba dejar marca. Y vaya si la dejabas, eras una mujer estupenda… Ah, la melancolía, que araña de nuevo mi cuerpo arrugado y reseco, y las lágrimas, que se empeñan en escaparse de estos ojos casi pétreos. Te echo de menos.

 

A veces me sorprendo jugando con la alianza en mi dedo. Ya sabes que, a mí, eso de “hasta que la muerte os separe”, siempre se me quedó algo pequeño. Había algo en ti… Había algo. Y fue capaz de atravesar los problemas que, a veces lo pienso, no fueron pocos. Los abortos repetidos y aquella piedra que crecía y nos arrebató, en cierto modo, una familia. Aunque mi familia siempre fuiste tú. Te convertiste en mi refugio, en el lugar al que volver siempre que necesitaba cobijo. Ahora, mirándolo con perspectiva, creo que formamos un buen equipo.

 

Tal vez la clave resida en eso, en el equipo. En elegir, en consenso, la mejor jugada; en saber que cada uno aporta sus mejores atributos y que, con los malos, hay que aprender a convivir. Tú hablabas demasiado y, al final, demasiado poco. Te ibas apagando y aquellos parloteos incesantes, a veces un poco insoportables, se iban contigo. Echo de menos esas listas mentales para que no se te olvidara contarme absolutamente nada. Y también tu perseverancia, aunque en realidad me gustara llamarte cabezona.

 

Parecías delicada, pero eras una mujer fuerte, creo que más que yo. A veces me sentía un poco niño a tu lado. Niño… Y ya sobrepaso los ochenta. Es complicado vivir sin ti. Sigo leyendo. Bueno, en realidad devoro libros. La televisión cada día me aburre más y, para serte sincero, no escucho demasiado bien. Así que leo y releo. Ahora tengo entre mis manos aquella historia desternillante del marciano que no aparecía. Gurb, sí, el de Mendoza. Y hace poco terminé, otra vez, ese de Fitzgerald, el de las fiestas y el cartel de ojos llamativos, no recuerdo el nombre… Bueno, qué más da.

 

¿Sabes? Tengo ganas de volver a verte. Me encantaría cerrar los ojos, estirar mi brazo y que estuvieras ahí, tendiéndome la mano para que fuera contigo, donde quiera que estés. ¿Crees que volveremos a estar juntos? ¿Hay algo después de esta vida? Siempre creíste que sí, que había un cielo reservado para los que eran honestos. Ahora me da miedo pensar en lo que he sido yo porque, si de verdad existe, querría estar ahí contigo.

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