Fernando Alonso Barahona

Razones para el Siglo XXI

Fernando Alonso Barahona (Madrid, noviembre 1961). Abogado y escritor. Jurado de premios nacionales de literatura y teatro. Colaborador en numerosas revistas de cine y pensamiento así como en obras colectivas. Ha publicado 40 libros. Biografías de cine (Charlton Heston, John Wayne, Cecil B De Mille, Anthony Mann, Rafael Gil...) , ensayos (Antropología del cine, Historia del terror a través del cine, Políticamente incorrecto...) historia (Perón o el espíritu del pueblo, McCarthy o la historia ignorada del cine, La derecha del siglo XXI...), novela (La restauración, Círculo de mujeres, Retrato de ella...) poesía (El rapto de la diosa) y teatro (Tres poemas de mujer).

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50 años sin Montgomery Clift

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En el mes de julio se cumplen los 50 años de la muerte de Montgomery Clift, uno de los mejores actores de la historia del cine, hombre atormentado, de increíble talento que pasó por la historia del cine dejando su sombra en un puñado de obras maestras: Río Rojo, de Howard Hawks, La heredera, de William Wyler, Un lugar en el sol, de George Stevens, Yo confieso, de Alfred Hitchcock, De repente el último verano, de Joseph Mankiewicz, y Vidas rebeldes de John Huston.

 

Montgomery Clift había nacido en Nebraska el 17 de octubre de 1920 y murió en Nueva York el 23 de julio de 1966 sin haber llegado a cumplir los 46 años. La madre del actor, Ethel, que fue adoptada, descubrió que descendía de una familia de aristócratas del sur, entre los que se contaban destacados políticos y generales de la Guerra de Secesión. Luchó toda su vida por restablecer su estatus y el de sus hijos proporcionándoles una educación esmerada con numerosos viajes a Europa. Su hijo se convertiría sin embargo en estrella de cine proporcionando a la familia una popularidad con la que nunca hubieran soñado. Aunque al fin y a la postre el drama y la infelicidad surcaran casi todas las trayectorias de su protagonista.

 

Tras no pocos avatares, United Artists contrató a Clift en 1946 para filmar el western Río Rojo (1948), dirigida por Howard Hawks y protagonizada por John Wayne. La película ha pasado a la historia como una de las mejores de la historia. Magnífica puesta en escena de Hawks y una química insospechada entre dos actores tan diferentes pero a la vez tan geniales como Wayne y Clift.

Ese mismo año, se estrenó Los ángeles perdidos, de Fred Zinneman. A ellas siguieron una sucesión de títulos inolvidables. Junto a Olivia de Havilland, La heredera, de Wyler, otro melodrama clásico inolvidable que sirvió a Clift para demostrar lo buen actor que era. Supo expresar inocencia, seducción y perversidad en un personaje complejo y lleno de matices.

 

Poco después, junto a  su gran amiga Elizabeth Taylor, la magistral Un lugar en el sol (1951), de George Stevens. De nuevo un personaje ambiguo que se mueve entre su angelical presencia y la turbiedad con que se enfrenta a la gran decisión de su vida: abandonar a su mujer (Shelley Winters), para echarse en los brazos del personaje de ensueño que interpreta Liz Taylor. El desenlace amargo e impresionante proporcionó al actor otra ocasión de lucimiento. Sus miradas cruzadas con las de Liz traspasaban de emoción la pantalla.

 

Luego vino Alfred Hitchcock y la magnífica Yo confieso (1952) con Anne Baxter, en la que daba vida un sacerdote que se enfrenta a su sagrada obligación de secreto de confesión lo que le coloca como sospechoso de un asesinato.

  

David O. Selznick produjo después, con Jennifer Jones de protagonista, Stazione Termini, dirigida por Vittorio de Sica. Combinación sugestiva de romanticismo y neorrealismo no tuvo el éxito esperado pero hoy se disfruta por los primeros planos apasionados de sus dos protagonistas o esa secuencia maravillosa de su encuentro fugitivo en la famosa Estación Término.

 

Su vida personal ahogaba su trabajo, inestable, desequilibrado, sin aceptar sus tendencias homosexuales, Clift ahogaba su desencanto en alcohol y drogas, y sobre todo en soledad, de la que tan solo Liz Taylor lograba sacarle. Véase este ejemplo que relata la relación entre ambos).

 

El 12 de mayo de 1955 Montgomery Clift se despidió de una fiesta en casa de su amiga Liz Taylor. Su coche sólo recorrió unos pocos kilómetros. En mitad de la niebla se empotró contra un poste. El coche quedó destrozado mientras Clift agonizaba. Pero, avisada del suceso, su amiga Liz Taylor, se abrió paso entre el revoltijo de hierros que era el coche de su amigo. Clift se estaba ahogando con unos dientes que se habían clavado en su garganta. Taylor los extrajo con su mano salvándole la vida.

 

Monty y Clift terminaron como pudieron el rodaje de El árbol de la vida, de Edward Dmytrik, pero la cara del actor quedó surcada de cicatrices a la vez que tremendos dolores –y una fuerte medicación– aumentaron sus males. Con su nuevo rostro dolorido regreso con Liz –y Katharine Hepburn– en la impresionante De repente el último verano, tal vez la mejor adaptación de Tennesse Williams en el cine. Tras la cámara Joseph Leo Mankiewicz.

 

Su vida iba naufragando en la infelicidad cuando aceptó otro título mítico: Vidas rebeldes, de John Huston, la última película de Clark Gable, la última de Marilyn. Ella dijo de Clift que era la única persona que conocía en peor estado anímico que ella misma. Las escenas de la película impresionan porque están teñidas de fatalidad y de muerte, de nostalgia y de tristeza.

 

Le costaba trabajar, desaparecía del mundo durante largos períodos aunque pudo volver al cine con un personaje secundario pero magnífico en Vencedores o vencidos de Stanley Kramer.

 

En 1962, Clift fue demandado por los estudios Universal, debido a sus continuas ausencias en el rodaje de Freud (Pasión secreta); el caso se resolvió favorablemente para ambas partes. Durante los siguientes años Monty se aisló por completo de la cinematografía, los directores no lo contrataban debido a sus problemas de alcoholismo y drogadicción. En 1966 apareció en lo que sería su último trabajo: El desertor. Con apenas 45 años apareció demacrado, muy delgado, envejecido prematuramente, aun cuando su mirada fascinante permaneciera intacta.

Peleaba por volver al estrellato al lado de su fiel Liz Taylor en el proyecto de Huston: Reflejos en un ojo dorado, que hubiera sido uno de sus mejores trabajos (Marlon Brando lo haría después pero uno echa de menos a Clift en este personaje de un militar desorientado, con tendencias homosexuales y atrapado en su matrimonio con la ninfómana e infiel mujer a la que da vida Elizabeth Taylor).

 

No pudo ser. El 23 de julio de 1966 –antes de cumplir los 46 años– fue encontrado muerto en un apartamento. El misterio de su despedida fue el colofón de su existencia. Una crisis cardíaca, ¿tal vez  un suicido anunciado?  ¿Quién puede penetrar en el alma de un ser humano genial y destructivo como Monty Clift?

 

Pero nos resta su recuerdo y sus mejores películas. Puro cine, puro arte interpretativo al más alto nivel.

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