Regina Navarro

El jardín del microcuento

Regina Navarro es periodista, especializada en periodismo cultural y lifestyle. Colaboradora habitual de Papel –el dominical del diario El Mundo– o la revista de Artes Escénicas Godot, explora el mundo de la micro-literatura desde el blog El jardín del microcuento, con el que busca el lado ficticio de la realidad. ¿O era la realidad dentro de la ficción?

cerrar

Simplemente

TAGS Microcuento
Ilustración: Guillermo Petit.

Primero llegó un suspiro, después el silencio. Y digo el y no un porque es posible distinguirlos. Uno rompe y desgarra por dentro, el otro suele ser necesario. Pero el nuestro se hizo eterno, supongo que inquebrantable, de esos que se terminan convirtiendo en el presagio de una caída en picado. 

 

Tenías las manos metidas en los bolsillos, mirabas de soslayo. Llevabas puesto un pantalón ancho de flores que terminaba en la mitad de tu pierna. Las gafas de sol retiraban el pelo de tu cara y el bolso colgaba despreocupado de tu hombro derecho. No decías nada y yo me limitaba a seguir callado. Supongo que, en el fondo, esperaba que tus labios se despegaran y el futuro se convirtiera en pasado, y el presente en una neblina incierta. Quise avanzar en un tiempo que no era mío, romper las distancias, y acariciar de nuevo tu espalda.

 

Empezaste a caminar y yo me quedé parado. Tal vez debí correr detrás de ti, pedirte entre lágrimas que volvieras, pero no lo hice. No fui valiente, o tal vez no debía serlo. Nunca te pregunté si, en el fondo, esperabas que lo hiciera, ni qué pensabas mientras de alejabas de una vida que ya no era nuestra. Te fuiste y yo me quedé parado. No te vi girar la cabeza. Tampoco noté que te frenaras, ni que apretaras el paso. Te alejabas como cualquiera que sigue su rumbo.

 

Estuve parado durante un buen rato y después me senté en el suelo. Contemplé una piedra corriente, llena de aristas, pero un niño eligió precisamente esa para lanzarla a un pato que nadaba tranquilamente en el estanque. Me quitó la diversión, y decidí que ya era hora de irme. Ese día cené sushi, me bebí media botella de vino y me acosté vestido. No puse el despertador.

 

Ya no como sushi, procuro poner el despertado y no dormir vestido. Bromeo. Aunque lo del sushi es cierto, supongo que en el fondo no me gustaba tanto como creía. Tampoco he vuelto a pasear por aquel parque, ni a contemplar piedras durante horas. No es que tenga miedo de recordarte, supongo que, simplemente, prefiero no arriesgarme.

Comentarios