Regina Navarro

El jardín del microcuento

Regina Navarro es periodista, especializada en periodismo cultural y lifestyle. Colaboradora habitual de Papel –el dominical del diario El Mundo– o la revista de Artes Escénicas Godot, explora el mundo de la micro-literatura desde el blog El jardín del microcuento, con el que busca el lado ficticio de la realidad. ¿O era la realidad dentro de la ficción?

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Blog | El jardín del microcuento

Algo que pudo ser

Ilustración de Guillermo Petit.

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Cierra los ojos y contempla como su cuerpo sube y baja, nunca al mismo ritmo. A veces está acelerado por el miedo o la ansiedad, por los retazos de unas noches que nunca fueron del todo suyas. Observa como el mundo que lo rodea se va diluyendo, se destruye hasta convertirse en un todo uniforme. Luego llega la calma aparente, pero se esfuma cuando abre de nuevo los ojos y mira a su alrededor.

 

Un líquido pegajoso y oscuro mancha sus piernas desnudas y se cuela por los bordes de unas baldosas que, en realidad, nunca estuvieron bien selladas. Las acaricia con cuidado y piensa en las veces que sus pies bailaron sobre ellas. La quinta, empezando por el extremo izquierdo de la habitación, el más alejado a la puerta, tiene una marca indeleble. Fue culpa de los tacones de aguja que Martina llevaba aquella noche, y del pequeño resbalón de sus pies.

 

Martina, ¿qué habría sido de ella y de sus melena de fuego? Hacía mucho tiempo que no la veía. Ya no pensaba en ella. En realidad no pensaba en nadie. Quizá por eso se sentía solo y seguía notando ese nudo en lo alto de su pecho. Una especie de presión intermitente que alguna vez le había hecho perder el sentido.

 

Hundió sus manos en el líquido y, al levantarlas, hilos finos de un rojo intenso resbalaron por sus codos, su pecho, su abdomen. Resbalaron hasta llenar todo su cuerpo de ese calor húmedo de los días de playa, en los que el olor a salitre y el rugido constante del mar no dejan pensar en nada, solo en helados.

 

A su alrededor solo quedaban restos: un cenicero lleno de colillas, un paquete de tabaco aplastado, una lata de red bull y una botella vacía de vodka. Virutas de algo que pudo ser pero que no se convirtió en nada. Deshechos que anuncian un final grandilocuente, como el de esos escritores que, ante la necesidad de perdurar, embadurnan páginas con palabrería innecesaria para luego entregarse al placer de contemplarla.

 

Solo una cuchilla se escapaba ya de la vista. Estaba hundida en uno de esos charcos de un rojo oscuro, brillante, casi negro. Oculta de los ojos de los curiosos que se apresurarían a buscar motivos para justificar un comportamiento que no entendían.

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