Reseña literaria

Versos de 1972

TAGS PoesíaPoemasPoetas
Reseña de 'Versos', primer poemario de Carlos Piera publicado en 1972.

La pasada semana, buceando entre los ejemplares que se esconden disimuladamente entre los recovecos y sótanos de bibliotecas, me topé con Versos, de Carlos Piera, un libro de 1972. Lo más insólito de estos libros, no es la soledad que llevan encima, sino el olor impreso en sus páginas que te abren a una dimensión mucho más íntima. Es por ello que para mi, este encuentro es mucho más significativo que abrir un libro con precinto y olor a papel recién cortado. Esta vez el fruto del encuentro tiene veinte años más que tú y acumula el olor de veinte años más de existencia.

 

Carlos Piera es autor de cuatro libros de poesía: Versos (1972), Antología para un papagayo (1984), De lo que viene como si se fuera (1991) y Religio y otros poemas (2005) y ha publicado algunos ensayos recopilados en dos libros: Contrariedades del sujeto (1993) y La moral del testigo (2012).

 

1972, aparentemente una fecha no muy lejana, pero que lleva impresa muchas marcas y cicatrices. Versos habla del pasado y del futuro de una situación, puro presente, en la incertidumbre y que sin embargo tratamos de dar nombre. Consciente de ese poner nombre, palabra, la poesía alcanza esas posibilidades: “Puesto que somos de/ materia de sueño también esta vez/ y son muy largas las/ eras humanas es/ posible pensar al revés: las nostalgias/ (pase por esta vez) pueden darnos/ tela para cortar en banderas futuras.” También habla, y como no podía ser de otra manera desde la propia lengua española, lenguaje que alberga los entresijos y posibilidades de ese materialidad que viene a hacerse en nuestras manos. Pero es también el trasfondo de muchas cosas que pasaron y de las que hoy nos queda sólo un recuerdo manoseado. En “Volviendo atrás la vista en el frontera” Carlos Piera escribe: “Por un momento/ desposeído de hábitos/ por un momento/ mirar/ que persiguen en ti lo que no eres, porque/ los enemigos ciertos no tienen nombre nunca/ te libera de todo alegremente/ aunque/ también de culpas, eso/ por un momento.”

 

A propósito de la conciencia histórica, en alusión también a ese presente que rememora y tiende hacia el futuro, en “Sin” escribe: “No se puede escribir la tormenta/ sin encender la luz./ No se hace historia de un relámpago./ No están ya los que cantan por dentro, abatido un silencio/ fuera y dentro de su cabeza./ Hay que ver lo que cae, de aquí al balcón/ y qué salir no a ver y hacer por no callar/ y el amordazamiento y la ceguera/ y el frío que hace en el balcón, como de cuchilla de mar,/ y el rebotar/ de todas las cabezas/ que ruedan.”

 

Una conciencia fragmentada y articulada en torno a la imagen, que pesa y se retrae creando corazas y máscaras: “Sé que mi coraza es fingida./ Muevo con dignidad,/ yo, un intento de aplomo,/ que veo demasiado/ por entre lo que veo/ un saber de que duro lo que dura mi imagen.”

 

Hay también a propósito de esa reflexión y conciencia histórica una percepción temporal que no sin la tradición recoge la raíz y la incertidumbre: “Twenty years largely wasted, dijo Eliot/ y así deben de ser lo años, supongo, para cada uno./ Precisamente, el tiempo es lo que hemos perdido,/ extendiendo en la oscuridad los brazos, y si algo se aprende/ es que el laberinto lo enseñan algunos por unas monedas./ Y a la puerta el que lleva el uniforme. Pero quien pierde/ lo que no es suyo/ invoca el azar, se dice al albur de los dioses, más próximo/ a ellos,/ por tanto que tú./

 

“Perder la sombra”: Llega el desierto al mar y hay por fin una línea/ donde darse, materia, al pez o intestino a los buitres./ Los animales bidimensionales/ inventamos abismos en láminas, ámbito en unas rachas de/ fluido/ y dejamos jirones, no alimento/ por el camino de la rigidez, y al ruido/ de alcanzar no poder, movido tal vez por la luna,/ le hemos llamado eternidad, al lado/ de este magma de mar y estas carcasas,/ puntos al sol, con la esperanza de la/ libertad imposible de una horca.

 

Ante el cambio histórico que vivía aquella fecha o marca y con ella toda la sociedad, ante la medición intrínseca, se empieza algo nuevo, quizá el saber que nada nuevo puede tener comienzo, y que el ángel histórico siempre en torsión, dado la vuelta, no le queda más que el rodeo, el giro, y el vicio: Es la hora de medir, desaforado,/ la condición de la metamorfosis./ Se empieza un verso: hay un sitio en el campo,/ como luego decían, por ejemplo,/ después, donde Correggio vio laureles,/ y así podemos ir siguiendo, río/ que empieza inmóvil al llorar un árbol/ y llega al principio, donde nada/ se inicia, llora o se repite, sino/ para un ángel estúpido que apunta los rodeos.

Paula López Montero

Paula López Montero

Paula López Montero, Madrid, 1993. Crítica cultural, ensayista y escritora. Colabora en la crítica cinematográfica de la revista Cine Divergente, y ha apoyado proyectos emergentes como la red cultural Dafy, y promovido y organizado eventos poético-musicales en la capital. Es editora del suplemento de poesía Verso Blanco, de Ritmos 21.

Comentarios