Reseña literaria

La fama poética: Barral y las 'Diecinueve figuras de mi historia civil'

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Quiso ser poeta. Pese a todo, poeta. Es fue su primera e incesante vocación. Pero quedó, sobre todo, como editor y memorialista. El propio Barral, apenas un año antes de morir, reconocía que la perpetua función de personajes que había interpretado estaba agotada. Su comportamiento, un tanto extravagante; su aspecto dandista – usaba la capa española en todos sus viajes y bebía güisqui cuando en España aún se estilaban los chatos –, todo en él pretendía, como su poesía, asombrar, ir quebrando expectativas. Sin embargo, él mismo supo que todo ello no contribuyó a su faceta poética. De hecho, si algo abunda en los Diarios, sobre todo en su etapa de juventud y formación, es el choque entre su vocación poética y su dedicación profesional a la edición. La reflexión sobre esto es casi una constante.

 

Un ejemplo de ese afán por el reconocimiento y por auparse como poeta es el libro Diecinueve figuras de mi historia civil, una obra que Barral planea en 1956 como “una confesión autobiográfica desde el punto de vista del personaje social e histórico”. En sus diarios, el escritor anotó lo que pretendía ser la esencia del libro: “la infancia como objeto, la adolescencia como un sótano, la Universidad como una provincia, la nación como un muerto”. En 1961 verá la luz el libro en la colección Colliure, de la que Barral es cofundador, junto con sus amigos Jaime Gil de Biedma, José Agustín Goytisolo, Jaime Salinas y José María Castellet, y que en la práctica funcionó más que como colección, como plataforma para la comunicación de estos poetas más allá del ámbito barcelonés.

 

Precisamente es en este tiempo en el que Barral da un cambio a su poesía, en busca del tan ansiado reconocimiento. Castellet, un joven crítico literario entonces para el que la única literatura válida era la que rechazaba el simbolismo y se asentaba en las premisas del realismo crítico de aires machadianos – “objetividad y fraternidad” –, ejercerá una honda influencia en este libro, haciendo que Barral abandone el culteranismo un tanto críptico y enormemente engolado, por un vocabulario que, sin dejar de ser propio – casi todo en Barral lo fue –, menos esotérico. También reduce considerablemente el uso de los étimos, característicos de su poesía anterior, y mantiene, aunque matizado, la adjetivación metagógica y metonímica. Junto con esto, el grupo de Colliure comenzó tiempo antes una operación para darse a conocer. La antología de Castellet, Veinte años de poesía española, en la que Barral participó, es un claro ejemplo. En ella, el crítico poco menos que enumera las máximas de lo que considera una literatura válida. Barral se convierte a ella, al realismo crítico, más convencido de la eficacia para el posterior reconocimiento, que por convicción estética. También desembarcan en Madrid, en los míticos jueves literarios del Ateneo, que dirige José Hierro. Allí, Barral ofrece poemas de su obra publicada y algunos otros inéditos entonces, y que encontrarían acomodo en Diecinueve figuras…; también va a San Sebastián, junto con Castellet, para dictar la conferencia La poesía española de los últimos veinte años. Este road viene precedido de varios “actos generacionales”, como un homenaje a Machado en Colliure o su participación en otros actos, que acaba teniendo eco en revistas como Índice e Ínsula.

           

Todo esto; la adhesión al realismo crítico, la operaciones del grupo por darse a conocer, el acomodo de Diecinueve figuras… al gusto de moda de entonces,  junto con la evidente calidad extraordinaria de los textos, se conjuró a favor del autor, que vio como su obra tuvo una buena acogida y le abría la senda de la fama poética. Sin embargo, abierta esta brecha, Barral abandonó por completo las tesis estéticas de Castellet y se dedicó a recorrer su propio camino poético… que no encontró – oh, contradicción – momento más excelso que el 1961 y sus Diecinueve figuras de mi historia civil.

Leticia de las Heras

Leticia de las Heras

El suplemento de poesía de Ritmos 21.

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