Regina Navarro

El jardín del microcuento

Regina Navarro es periodista, especializada en periodismo cultural y lifestyle. Colaboradora habitual de Papel –el dominical del diario El Mundo– o la revista de Artes Escénicas Godot, explora el mundo de la micro-literatura desde el blog El jardín del microcuento, con el que busca el lado ficticio de la realidad. ¿O era la realidad dentro de la ficción?

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La dirección errante de tus pasos

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Eras una especie de muñeco articulado, activado por un resorte. Un autómata. Me dabas miedo.

Gritas dentro de tu cabeza. Cierras los ojos, estiras los brazos y acaricias el vacío. Hay algo de intensidad en todo eso. Algo, aunque no tanto como debería. En realidad, se ha convertido en una especie de acto reflejo, como cuando eras pequeño y te apartabas de los balones. La vida se ha vuelto un balón. De fútbol, los de baloncesto siempre fueron demasiado duros para ti, además eran anaranjados y tú siempre fuiste más de blanco y negro. Eso de no utilizar los colores me pareció extraño.

 

Eras una especie de cubo de rubik desestructurado. Los cuadrados se habían mezclado, igual que las ideas en tu cabeza. Eras un extraño de tu propia existencia y te empeñabas en seguir avanzando, mientras tus pasos se perdían entre el polvo del camino. Luego llegaron los sueños eternos, con los ojos demasiado abiertos y los puños demasiado cerrados. Y los años terribles, en los que tu mirada parecía más ausente que nunca. Desayunabas pastillas de colores. Píldoras de felicidad, de vitalidad, de relajación, de…

 

Hablabas sin decir nada. Como tantos de esos muñecos que se cuelan en las pantallas desquiciadas. A nadie le sorprendía tu mutismo de inteligencia y a ti parecía no importarte. Eras una especie de muñeco articulado, activado por un resorte. Un autómata. Me dabas miedo. Luego te volviste silencioso del todo y, la verdad, fue un auténtico alivio no volver a escuchar tu voz seca hablando del frío en invierno y el calor en verano.

 

Obviedades. Antes las odiabas y sin embargo… Sin embargo te has convertido en algo evidente, en el resultado más predecible de una vida de hastío. Nadie esperaría verte de nuevo apoyado en la ventana respirando sin más, ni leyendo un banco de un parque. Tampoco saliendo a pasear o yendo de compras. Nada. Ya nadie espera nada. Solo que un día, con más o menos fortuna, desaparezcas.

 

Lo harás. Aunque en lo más profundo de tus gritos desees que no sea así. Pero te irás en uno de esos desayunos de arcoiris. Sumarás mal los colores sin querer, o tal vez sea a propósito. Desaparecerás, dejando un hueco demasiado grande para llenarlo. En realidad ya lo has hecho, ya has dejado ese vacío. Lo hiciste desde el primer día que decidiste cerrar los ojos y gritar con fuerza sin dejar que nadie se acercara a tu lado. Lo hiciste cuando tus pasos errantes de convirtieron en tu único destino.

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