Al fin he conseguido recordarte
con verdadera serenidad. Nada
perpetra la memoria que no alumbre
una alta alegría. Nuevamente,
tras el rito del alba, te preparas
el té de la mañana, y yo sonrío
ante la imagen de tu rostro somnoliento.
Luego escoges tu ropa con cuidado
y aquel tiempo tranquilo, que custodia
sus ruinas en silencio, me trae algunos versos:
«Qué más podría pedirte, a estas alturas
en que ya las palabras
rehúsan su miseria». Ojalá que tus pasos
no truequen tu destino, y nutra mi deseo
la pronta concesión, inesperada y plena,
de los frutos del merecimiento.
Por tu entereza, siglos de amor cierto.
Por tu ternura, la rosa de los vientos.
Por tu constancia, el cielo de la satisfacción.
Al fin lo he conseguido. Solo queda,
en mitad de la calma, enmudecer.
Callar solo, y vivirte en las palabras.