Regina Navarro

El jardín del microcuento

Regina Navarro es periodista, especializada en periodismo cultural y lifestyle. Colaboradora habitual de Papel –el dominical del diario El Mundo– o la revista de Artes Escénicas Godot, explora el mundo de la micro-literatura desde el blog El jardín del microcuento, con el que busca el lado ficticio de la realidad. ¿O era la realidad dentro de la ficción?

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Una noche como aquella

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Como cada año llegaba julio, y con él, las ganas de seguir corriendo, de descubrir todos los azules de un cielo apagado y encendido. Luego estaban los verdes que siempre se enredaban en tu cintura y que olían a pino caliente y césped recién cortado. Caminabas descalza mientras la vida iba escapando poco a poco bajo tu piel.

 

Fueron días de calor incierto y recuerdos desdibujados por una mezcla de alcohol y sexo, de luces de colores que brillaban siempre a lo lejos y nos hacían olvidarnos de las horas, los días y los miedos. A veces tu lengua recorría mi cuello y saboreaba a tientas un mar envenenado. Otras se empeñaba en impregnarse de ese polvo blanco antes de aspirarlo y volver a viajar de nuevo.

 

Tenías las manos pequeñas, pero apretaban con fuerza las mías. A veces me pedías que no te soltara, pensabas que así retenías el tiempo al mismo tiempo que susurrabas canciones. Las tarareabas mientras mirabas ese horizonte que no dejaba de acercarse, mientras buscabas desesperada los resquicios de una vida que se escapaba a cada paso. Supongo que en el fondo sabías que septiembre traería, prendido en los pies, un cambio de ritmo.

 

La calma del mes de agosto revolvía tus entrañas. Te sacudía de arriba abajo, temblabas y no podíamos hacer nada para frenarlo. Tu melena ondeante se marchitaba antes de tiempo, gritabas, fuerte, aunque todo sonara a silencio. Los días volvían a figurar en el calendario y los segundos se dilataban llenos de miedo.

 

Tu piel parecía de papel, tus ojos vibraban como el mar embravecido. Nosotros desaparecíamos en mitad de la noche, cuando la fiebre cesaba y tus manos se relajaban. Entonces todo parecía recobrar el brillo de antes, el que nunca se apagaba, pero volvían las voces desacompasadas y los gritos sin aliento.

 

Recuerdo que eran primeros de septiembre, un día de esos en los que la brisa ligera anuncia que el otoño está cerca. Tus labios vestían de malva y tu piel, sin pretenderlo, se había mimetizado con el blanco de las sábanas. Tu melena estaba marchita y a tus manos las había abandonado la fuerza. Dijeron que te escapabas en cada suspiro, el problema era que ya no quedaba ninguno.

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