Exposición en 2017

La BNE celebrará los 200 años del nacimiento de Zorrilla

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En 2017 se cumplirán 200 años del nacimiento del poeta José Zorilla, el más célebre del siglo XIX español. Y la Biblioteca Nacional de España (BNE) quiere conmemorarlo con una exposición monográfica que podrá visitarse a lo largo del próximo otoño.

 

Bajo la dirección de Raquel Sánchez García, experta en el romanticismo español, la exposición pretende acercar al público las distintas facetas de la vida del poeta, sobre todo, las menos conocidas, como su periplo americano. Para ello, la Biblioteca recurrirá a sus propios fondos, en los que se conservan muchas de las piezas literarias del autor vallisoletano y que permiten una reconstrucción completísima de su vida, su obra y, en definitiva, su propio mundo, en el que la tradición se conjuga con la épica y las leyendas, acercando a los españoles su propia historia. Así, libros de poemas, manuscritos, grabados o retratos son algunas de las piezas con las que se recreará el siglo XIX así como el perfil de este poeta, autor teatral y viajero.

 

Esta exposición se enmarca dentro de la comisión organizada en Valladolid, de la que la BNE forma parte, para conmemorar la efeméride del poeta, en cuya vida estuvo presente la Biblioteca, como da cuenta Zorrilla en sus memorias. Por ejemplo, supo de la muerte de larra mientras que se encontraba en ella. Además, la BNE posee el retrato de Zorrilla más conocido, pintado por el sevillano Antonio María Esquivel en el siglo XIX. También cuenta en sus fondos con cuadros de otros miembros de su generación, como Espronceda, Gil Carrasco, Gil Zárate o Hartzenbusch.

 

Honores y penurias

 

Retrato de José Zorrilla. / BNE

José Zorilla nació en Valladolid, el 21 de febrero de 1817, hijo de un foribundo absolutista, seguidor acérrimo de Carlos María Isidro, pretendiente al trono de España, y de una piadosa mujer. Su primera infancia la pasó entre Valladolid, Burgos y Sevilla hasta que, cuando tenía nueve años, la familia se instaló en Madrid, en donde su padre fue nombrado superintendente de policía. En la capital, el joven Zorrilla ingresó en el Seminario de Nobles, dirigido por los padres jesuitas, con quienes tendría su primer contacto con el teatro. 

 

La muerte de Fernando VII trajo cambios en toda España y en la vida de Zorrilla. Su padre fue desterrado a Lerma y José, mandado a la Universidad de Toledo a estudiar derecho. Pero los libros de leyes se le caían de las manos. Lo que podría haber sido un brillante futuro como juriconsulto se fue al traste por la atracción del joven hacia el dibujo, las mujeres y la literatura, sobre todo autores como Walter Scott, J. F. Cooper o Alejandro Dumas. Por ello, el padre optó por tenerle con él en Lerma, en donde le puso a cavar viñas. Pero su hijo nunca llego; a medio camino robó una burra y puso rumbo a Madrid, en donde daría comienzo su actividad literaria.

 

Tras publicar en revistas y publicaciones de la época, la consagración le llegó durante el entierro de Larra. Ante Espronceda y José Eugenio de Hartzenbusch, recitó de memoria un poema improvisado a modo de panegírico. A partir de este momento, su presencia fue mucho mayor. Comenzó a escribir en periódicos del momento como El Español, en donde sustituyó a Larra, y El Provenir. Comenzó además a frecuentar la tertulia de El Parnasillo. En este tiempo dio comienzo una frenética actividad literaria en la que dio a conocer su primer drama, Juan Dándolo, que fue estrenado en el Teatro del Príncipe y publicó sus célebres Cantos del trovador.

 

Se casó con Florentina O’ Reilly, una viuda irlandesa arruinada y mucho mayor que él. El matrimonio fue infeliz: murió su hijo y él se dio a los cameos con amantes varias, hasta que en 1845 abandonó a su esposa, marchándose a París. Pero tuvo que volver de su escogido exilio al morir su padre. En Madrid fue recibido con varios honores, como su nombramiento para la junta del recién fundado Teatro Español.

 

Huyendo de su mujer, marchó de nuevo a París y de allí, a Londres. Siempre rodeado de apuros económicos, salvados en muchos casos por el relojero Losada, decidió poner un océano de por medio y se instaló en México, en donde llevó una vida pobre y aislada hasta que Maximiliano I se hizo con el poder como Emperador de México y Zorrilla se convirtió en poeta de corte y director del desaparecido Teatro Nacional.

 

Volvió a España, muerta su esposa.  Los apuros económicos le llovieron casi en la misma cantidad que lo honores, encumbrados por su nombramiento como poeta nacional lauredado en Granada en 1889. Pocos años después, fallecería en Madrid a causa de una operación efectuada para extraerle un tumor cerebral.

 

Que la obra de Zorrila es una de las cumbres de la literatura española es algo evidente. Sin embargo, para su comprensión, y por ende, su disfrute quizá sean necesarias ciertas coordenadas. La primera de ellas, su padre. Hombre despótico y severo que rechazó el cariño de su hijo e incapaz de olvidar los errores de juventud de su retoño. Desde joven, el poeta cargó con una suerte de culpa y es por esto, según los investigadores, por lo que desde sus comienzos se aferró a la tradición y su ideal, muy del sentir de su padre.

 

Tampoco puede obviarse su ánimo sensual. Su gusto por las mujeres –dos esposas y una larguísima retahíla de amantes- arroja una lista que bien podría parecerse, aunque no en el número, a la de su Don Juan. Su biógrafo, Narciso Alonso Cortés escribió que era ingenuo como un niño, bondadoso, amigo, e ignorante del valor del dinero –quizá por eso siempre le faltó- y ajeno a la política.

L. Torres

L. Torres

L. Torres es periodista y colaboradora de Ritmos 21.

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