Lucas Benet

Acontecimiento y Verdad

Alain Badiou tiene una consideración de los únicos cuatro acontecimientos que son verdaderos. El amor, la ciencia, el arte y la política son el único marco de posibilidad en que ocurren acontecimientos. El saber sólo puede ser simbolizado, sino no cuenta como tal. Para Badiou estos cuatro acontecimientos son el embudo del saber. De lo que tratará este blog será de los acontecimientos verdaderos (desde mis más modestas fuerzas) que acontezcan y su actualidad en el panorama de la cultura humana y mundial. 

 

Lucas Benet (Madrid, 1991) es posgraduado en Filosofía por la Universidad Autónoma de Madrid. Sus intereses están en el ensayo, el relato y la estampa literaria. Es cinéfilo desde una temprana edad y aprendiz de diversas técnicas artísticas como son el grabado y la escultura. Actualmente investiga sobre la performatividad (el acto de decir transformando o asentando una realidad) y sobre la posible combinación del pensamiento fenomenológico (Husserl y otros) con la Teoría de Sistemas de Ludvig Von Bertalanffy.

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Hegel y la enajenación artística

TAGS Hegel

La auto-intuición del sí mismo en Fichte consiste en un movimiento del Yo en el que se reconoce el sí mismo aprehendiendo el objeto, ya sea como resistencia existente o como obstáculo preexistente. En Fichte, el Yo conoce el propio objeto que obstaculiza su ser y coarta su libertad abierta. Freud ya dijo que el niño tiene el sentimiento oceánico de vivir sus impulsos entre la nada, pero es recortado cuando encuentra la ley del padre que prohíbe y sanciona la actividad desenfrenada del sujeto sobre la madre. Bien, el sujeto encuentra su resistencia y en esa resistencia retorna a sí mismo conociéndola, operando en su negativo, moldeándose sobre ella para aceptarla y superarla espiritualmente. Un sujeto corriente y que acepta su entorno como una norma total no imagina por encima de los objetos que se le resisten en su cotidianeidad aceptándose a sí mismo como una negatividad vacía que no transforma su medio sino para las funciones más ordinarias y las expectativas más directas.

 

Bien, la subjetividad del artista se encuentra en otra línea subjetiva, en otra apertura del ser que se avoca hacia un destino positivo, no negativo. Al contrario del sujeto normal y no contradictoriamente, el artista ya conoce el objeto desde dentro, así que la intuición del objeto ya la posee anticipándose a su cotidianeidad. El artista sabe de antemano qué busca en la realidad pero aún carece de medios, cuando tiene la intuición del objeto interiorizado, para dirigir la existencia bruta hacia su subjetividad incompleta.

 

Al contrario del sujeto dislocado ante la nada, el artista no conoce o no ha recortado aún su subjetividad en la norma o en el código social; es al contrario el propio objeto de su intuición lo que lo recorta. Este objeto no deja de ser proyectado sobre el ser hasta que encuentra la apariencia realizada de aquello que lo mantenía en una suspensión inacabada, tambaleante, aún por decidir.

 

Para el sujeto normal, la norma es el objeto absoluto que la cultura (homogénea en su raíz) le impone para poder sobrevivir en el mundo humano. El artista por el contrario no sabe que las convenciones son el final de la libertad de su subjetividad, pero sí tiene seguro y claro que se compondrá su Yo escindido cuando dé entre lo real con el objeto que ya inicialmente, antes de cualquier presión cultural, había interiorizado. Esta aclaración del horizonte moral del artista supone la autenticidad de su ser, porque sabe a qué camino dirigirse por encima de cualquier ficción institucional y normativa, algo que constantemente lo retiene en un infructuoso estado vegetativo. Sólo separándose de la propia norma puede alcanzar su propia realización porque ya, al contrario que cualquier subjetividad activamente socializante, el artista ya obedece a su propia norma porque el objeto de su resistencia ya lo conoce por encima de los objetos externos que para los otros son esenciales en la estructura lineal de la temporalidad.

 

 

El tiempo en la realidad del artista acaba con la consecución de su obra, por eso sólo puede hablar del objeto que se le resiste porque es justamente su propia subjetividad; momento del espíritu que está incompleto ya que nunca alcanza su ideal inefable proyectado en el horizonte moral de su incompleta subjetividad (aún por objetivar).

 

Ignoro si a alguno de ustedes les ha hablado un artista de su propio trabajo. A veces resulta que se lo sabe tan bien que es incapaz de adaptar el lenguaje a la norma, sencillamente porque su subjetividad se ha escapado de la norma y no es capaz de expresar progresivamente el objeto que lo enferma.

 

En este sentido la subjetividad del artista está desarticulada socialmente porque ha dejado atrás su negatividad como sujeto normalizado y ha caído en la comprensión óntica de su propio ser fuera de las posibilidades del lenguaje. Así, el artista es incapaz de hablar ordenadamente de su propio trabajo, porque es pura positividad enajenada que ha captado el objeto a trabajar pero queda toda su subjetividad desbaratada cuando intenta nombrarlo porque se mueve fuera de los límites que la cultura conoce del ser y se sale de él hacia una nada que él ya conoce previamente antes de cualquier presión de la sustancia social.

 

Así, el artista vive en su propia enajenación escindido del mundo humano abriéndose paso a golpes contra la objetividad normativa de la sustancia social la cual elimina de su propia lógica cualquier imprecisión subjetiva. El error del artista es simplemente haber nacido y haber sido criado en la cultura humana. La subjetividad del artista es puro objeto cuya subjetividad se amolda a un sí mismo por concluir, al contrario de la subjetividad normal que es una nada hacia una otredad, el artista se afirma a sí mismo como objeto inerte artístico que persiste en vida hasta verse concluido o, desgraciadamente, muerto.

 

El artista genial o bien nunca nació o bien ha vivido desgraciadamente entre los humanos persiguiendo un ideal que no obedecía a su propio organismo vivo, sino al contrario, vivía en virtud de un objeto inerte preexistente que nunca alcanzará. Así, quien ha vivido con un artista sólo puede describirlo desde fuera, pero no puede decir nada acerca de su interioridad, cosa que nunca pudo completarse porque ya estaba afirmada, positivizada por un ideal inefable.

 

Así establecida la intuición artística, comenzamos con la decisión propia de intuir puramente, momento de la subjetividad que lleva al cuerpo del artista a vivir a través de realidades el objeto que lo enferma.

 

Al contrario del sujeto normativo y políticamente correcto, el artista es un ser que vive descuidando su vida orgánica y albergando deseos grandiosos que nunca alcanzará. Este deseo es el que le lleva a aceptar una Naturaleza ya ordenada, lo que hace posible un mundo inerte que le mantiene fuera de la cultura.

 

Esto, por el contrario, para el sujeto que acepta su condición limitada entre las convenciones es un proceso contrario: la subjetividad ordena una Naturaleza des-vertida para invertirla hacia el espíritu totalizador para que así coincida con la individualidad cuerda del sujeto medio.

 

Esto implica una divergencia: mientras el sujeto normal adopta la idea lógica frente a una naturaleza desordenada, el sujeto artista ya ha interiorizado esa naturaleza desordenada en su propio orden subjetivo, lo que le lleva a vivir fuera del círculo cultural y a verse a sí mismo como alguien con un destino claro: la imitación de una Naturaleza ya establecida. Frente a cualquier presión cultural, el sujeto artista se escapará para vivir la realidad última de su intuición. Su vida consistirá en un estado de haragán mientras no consiga ver materializada su intuición.

 

Así, el sujeto artista ganará vivir en la Naturaleza, pero perderá la ficción vital de vivir la vida social, el mundo invertido en Hegel: la vida del sujeto normativo.

 

Este último perderá por el contrario la Naturaleza, pero ganará su opuesto como, por ejemplo, la vida en política, un uso correcto del lenguaje (el significado está ligado al significante) y una vida social satisfactoria como puede ser instancias tan esenciales como la dicha de la vida compartida, la satisfacción sexual, la oportunidad de reproducirse, tener una vida sana y salud física, preservar la integridad física viviendo en una sociedad pacífica, la oportunidad de afiliarse a grupos, la adaptación o el control de un entorno propio y la capacidad de entender un mundo cambiante (Kate Soper).

 

Así, el artista no vive dentro del orden social cambiante y adaptativo, sino que vive en su propia intuición, malogrando su organismo y perdiendo capacidades comunicativas.

 

La fuerza del artista radica en su diferencia con la subjetividad no-artística en la medida en que la Naturaleza ya ha sido interiorizada, de manera que el mundo de la libertad ordenada es perdido a favor de su unión con el ente natural y bello perdido en sociedad. Así, el artista necesita de lo más bajo hasta lo más sublime de su vida para conducirse a través de ella y fecundar materialmente la intuición que en su momento lo despertó del letargo de la objetividad. Por eso, el artista vive fuera del lenguaje, porque es una fuerza, un exceso que él no puede dirigir, momento de su subjetividad que le lleva a plantearse el fin de su vida en el orden social y cambiante.

 

En este sentido el artista es un conservador porque sencillamente no tiene fuerza suficiente para pensar el objeto que lo atormenta y superarlo dialécticamente, un estado que siempre será el de una espera interminable que o bien elimina con el suicidio o bien lo llevará a producciones que nunca le satisfagan.

 

Así, la vida del lenguaje muere en el artista, no la practica, no la hace flexible ni suya. El artista no vive en el lenguaje, sólo persigue lo inefable.

 

Pero no nos confundamos: el artista no cambia o no se adapta a la sustancia social, pero sí vive el curso de la Naturaleza, intentado responder a la pregunta "¿qué no cambia en la Naturaleza?", "¿cuáles son sus principios?", "¿acaso las ideas sobre ella son vanidades?". Esto le hace llevar una vida ajena al orden cambiante del mundo social, pero le permite acercarse a la vida natural de lo Real, algo que poca gente se atreve a abrir.

 

 

Entonces, el artista pretende responderse a sí mismo "¿cómo soy naturalmente?", pregunta que responde con la idea genial. Algo, que le hace retornar a la sociedad aceptado como un artista y con una identidad construida o, en otras palabras, con una imagen social estable. (Todorov)

 

La idea genial es entonces comprender la Naturaleza, ya sea viviendo en ella o para ella.

 

Vivir en la Naturaleza significa la muerte simbólica, porque básicamente es abandonar la cultura y negarse a la luz sobre la natura.

 

Vivir para la Naturaleza es ligeramente diferente, muy parecido al anterior estado, pero distinto en lo esencial; a saber, vivir con el objetivo de ser aceptado en el retorno al mundo social, cosa que reconectará la subjetividad enajenada del artista con la Ley normativa.

 

Así, el mundo avanza gracias a aquellos que se han atrevido a abrir nuevas sendas, y que son reconocidos como héroes o genios. Esto es así porque el artista genial alcanza a dar con aquello que no cambia y a la vez cambia en la naturaleza desde sí mismo, esto es, en sí mismo, por sí mismo.

 

Esto en palabras de Hegel es lo universal, aquello de lo cual parten los principios de los elementos.

 

El artista consigue encontrar la idea del objeto que vive porque ha invertido su mundo: el mundo aparente se abre para mostrar el mundo en y para sí mismo.

 

Así, el artista no simplemente invierte su mundo para mostrar el mero y abstracto opuesto del mundo existente. Lo que hace esta reversión, en la que todo cobra otro cariz, es hacer visible la secreta inversión simbólica de cuanto nos rodea. El ideal que eventualmente encuentra el artista genial es este mundo y su propia inversión.

 

Podría decirse que el artista es también un criminal que ha sido herido por una intuición artística y que para librarse de ella debe superarla para así volver a ser aceptado en el mundo justo y legítimo. Este retorno puede incluso darse después de la muerte, momento en el que algún intérprete, amigo o escuela recupera las obras en vida del artista y les da su sentido social en algún estudio o retrospectiva, por ejemplo.

 

Esta interpretación es un devolver la vida al artista ya muerto y autodestruido que no fue capaz de soportar su propia vida en virtud de la idea genial.

 

Pero atención aquí. Esta idea no es un pensar puro, está condicionada por la turbación de los sentidos. Lo que hace trascender la idea genial del artista es conservar una impresión determinada de sus sentidos y darle un sentido lógico por encima de las posteriores experiencias sensitivas. Esto nos lleva a una impresión pura que traspasa realidades, y que va siendo conformada a medida que el artista experimenta con soportes hasta dar concreción o aproximación a la impresión primera que genera su intuición y que lo atormenta y que conserva porque en su propia lógica interna guarda para sí mismo un sentido unitario. Luego es una idea permeada de una primera turbación de los sentidos y que posteriormente cristaliza en un ideario para luego revertirlo en las consiguientes manifestaciones de lo que él o ella considera bello.

 

Esta imitación de lo bello en la naturaleza, de un ente concreto memorizado es justamente lo que limita al artista en su vida en sociedad. El artista genial que recorre toda su vida aprehendiendo el objeto impreso en su memoria tiene que experimentar con realidades para poder aproximarse a él. Pero este aproximarse es siempre una limitación porque falla en alcanzar el ideal. Esta equivocación y renovación del ideal es el método dialéctico del propio artista. Mientras el sujeto no-artista vive su experiencia desde la negatividad, diciendo, opinando o sugiriendo, intentando salvar la distancia entre la palabra y el concepto, el artista genial modifica, moldea y compone con materiales con el fin de alcanzar la belleza. Así, el artista debe dejar tras de sí lo que no es suficiente y lanzarse a un nuevo intento de captar lo bello en lo Real hasta o bien conseguirlo o bien morir en el intento. Hasta que no acabe esta tentativa el artista no tendrá paz, y vivirá su experiencia empírica como un fracaso continuado que progresa hacia lo bello en la Naturaleza intentando y experimentando hasta que aquello que busque y aquello que crea no se diferencien en nada.

 

Así, dirá Hegel que la obra de arte es un enunciado performativo que se acerca a la verdad de lo bello y prescribe cómo quiere ser captada. Pero esta prescripción no es más que un camino y una meta porque para interiorizar lo bello en la Naturaleza uno debe olvidar su subjetividad y su condición corporal para adentrarse en la universalidad de la razón que está libre de toda determinación y opera absolutamente, para así dar sentido humano y no extra-humano a la obra determinada ya.

 

Como digo, este intento puede ser un fracaso, algo que o bien se olvida o bien se recoge por algún intérprete de la obra para devolver a esas aproximaciones performativas un espacio publico y no individuado: lo que buscaba el artista.

 

La subjetividad del artista es camino y meta. Y luego se convertirá en otra cosa, pero hasta que no capte materialmente el objeto que lo conserva en su enajenación social y hasta que el "yo" y el "tú" no sean la misma "alma" no habrá alcanzado su objetivo.

 

Esto nos lleva a la superación de la subjetividad, cosa que aún no se ha logrado (Heidegger). En mi opinión, creo que el artista genial pretende que la humanidad se acabe, pero no en un sentido perverso, sino que se acabe dialécticamente; a saber, que espíritu y materia alcancen la unidad armónica que todo ser humano busca para su propia realización personal. Esto es, que no haya guerra y se alcance la idea lógica del universo.

 

Esta imposible totalidad es la reflexión en sí misma del concepto, cosa que devuelve al artista su justificación por seguir adelante en su verdad sobre lo que arrastra o escoge de la Naturaleza.

Este auto-movimiento que imprime la reflexión sobre la determinación en sí misma es lo que en Hegel se llama lo lógico, esto es, lo que trasciende.

 

Así, el propio artista guarda una lógica interna que le justifica a sí mismo y su actividad creativa pero que no le da acceso al logos social mientras la desarrolla.

 

Sólo mediante la interpretación de un tercero se da acceso al logos a la obra del artista genial, quien ha encontrado lo poético contenido en un enunciado que consiste en sí mismo que obviamente exige de intérpretes o comisarios para incorporarla a la trama social.

 

Sólo el pensar tiene espacio en el ente social. Así, en esta totalidad, la obra de arte se muestra como la verdad del concepto. Esto hace de la obra de arte un recipiente para la proposición especulativa, que el pensar (siempre recogido en el lenguaje) pone en marcha el desarrollo de "lo lógico" como el movimiento inmanente de su contenido.

 

Así, el artista genial es reconocido como tal cuando el lenguaje lo recupera, ya sea en vida o en desgraciada muerte, para hacer reflexión lógica continuada y así intentar salvar con aproximaciones la distancia entre el ser en sí de la verdad de la obra de arte y el estar en sí de la palabra.

 

Esto en Heidegger es el acontecimiento del ser que abre su espacio a todo movimiento de la reflexión. Esto no puede ser sino activado y posibilitado por la familiaridad del lenguaje anterior a todo pensamiento. De ahí que recoja Gadamer lo que para Heidegger es el lenguaje: la morada del ser. 

 

Aquí se establece el paralelismo entre Hegel y Heidegger sobre la obra de arte: sólo en sí misma acontece, pero sólo para sí misma es posible pensarla o en otras palabras sólo en el continuum o flujo dialéctico entre el "yo" y el "tú" es posible encajar con palabras el espacio que ocupa en el ser la obra de arte develada (que aún así permanece oculta por el propio lenguaje que es incapaz de albergar todas las ramificaciones, contradicciones, incoherencias e imposibilidades para la vida humana de contemplar la verdad).

 

Por eso se piensa que el genio artista es "apátrida" porque llega a pensar y a representar fuera de las delimitaciones del lenguaje y porque no puede morar en ningún sitio excepto no siendo humano, siendo escindido. Por esta razón el artista genial logra ampliar la cultura pues consigue expandir el ser hacia nuevos acontecimientos no dichos. Esto viene a ser el concebir el ente como objeto, como un desnudar el ser para el lenguaje.

 

Pero en un lenguaje que opera auto-reflexivamente; esto es, que no necesita más que de sí mismo para ser posible. Por esta razón el ser no puede ser dicho en su totalidad más que en el proceso de la vida, algo que el artista genial quiere superar comprendiendo en una vida siglos enteros. En este sentido el artista genial es un ser que vive en su propia lógica para el ente que lo tiene herido y que aporta reflexiones-en-sí para el lenguaje humano, algo que es bienvenido por los intérpretes posteriores y por determinado público.

 

Por último, digo que el espíritu recoge al ser extraño del artista genial en una reflexión en sí que la agranda pues, como demostró Hegel en la Fenomenología del Espíritu, la historia de la conciencia es un reconocer todo lo extraño como algo propio "puro" tan operativo como el propio lenguaje lo es en todo lo que es; lo que nos lleva a considerar la cultura como un sí mismo que refulge una vez más en lo extraño y se aclara en sí mismo con la lógica del lenguaje.

 

Así, la obra del artista genial es aquella que recoge los frutos del espíritu de su tiempo y los hace recobrar en él para fundamentar lo ajeno como una objetivación más del espíritu.

Así, afirma Gadamer que la dialéctica ha de reducirse a hermenéutica pues cada vez que el pensamiento medite sobre sí mismo en tanto que objetivamente desplegará la experiencia de la dialéctica precisamente a lo que no es, cosa ya superada o por superar.

 

De manera que el artista ya estaba incluido en la lógica social, sólo que en su frenesí creativo sólo obedecía al pasado, a una expresión inerte que retrata la realidad de su tiempo. Esto nos lleva a decir que todo lo que el artista crease ya sería incorporado a la lógica de su tiempo, cosa que él no espera pues creaba para retratar una realidad olvidada. Sólo mediante la interpretación del pensamiento en sociedad se podrá absorber esta obra y se podrá dar al artista su lugar en la historia, antes descuidado.

 

Sólo los hombres de buena disposición y auténtica dedicación a las cosas podrán alcanzar un acuerdo con la obra del artista que la incorporan en su pensamiento y se esfuerzan por encontrar la lógica en aquella imitación concreta de la Naturaleza.

 

Así, la verdadera libertad que la sociedad posee no es la reflexión sobre la obra de arte, sino el pensamiento puro que acepta la obra de arte y la supera dialécticamente advirtiendo su negativo también como un aspecto más de ella, cosa que acepta y así le hace avanzar a la siguiente determinación.

 

El lenguaje es la llave fundamental que abre el pensar a su verdad: el uso auto-referencial del lenguaje que observa en progreso el espíritu.

 

Esto, como se sabe, lleva de la conciencia sobre la obra de arte a la autoconciencia de la obra de arte como acontecimiento verdadero del espíritu, cosa que nos hace pensar nuestra vida más allá del mero retrato de la Naturaleza del pasado y a comprender el ser en un flujo dialéctico entre la obra y su porvenir espiritual.

 

Este porvenir será la aceptación de la obra de arte como verdad del espíritu, pero que no se agota en ella, sino que le hace impulsarse hacia nuevos horizontes. Por esa razón sigue habiendo artistas, precisamente porque la conciencia del espíritu no se ha agotado aún en ninguna expresión, sino que está a la espera de la verdad última y total que envuelva la verdad y su negativo.

 

Así, el trabajo del artista es actualmente bien visto porque se esfuerza en representar algo olvidado por la sociedad que llega a ser eterno en la conciencia individual. Si el arte llegase a agotar el espíritu se llegaría a su absoluto, pero como esto aún no ha ocurrido, como aún estamos individuados el espíritu sigue progresando en sus determinaciones para alcanzar el horizonte de la totalidad.

De este modo la figura del artista es incorporada a la trama social porque su trabajo ha dejado de ser un ideal para convertirse en lo real, algo que nos lleva a pensarnos a nosotros mismos como una nada negativa que progresa, junto al artista, el científico, el político y el amante hacia un horizonte verdadero ajeno que se va positivizando según los sucesivos actos performativos.

 

Entonces lo que hay entre el artista y la sociedad es un juego de fuerzas. Entre la exteriorización de la idea genial y su recepción debe haber una misma lógica en el que el solicitar la aceptación y el ser solicitado son el mismo proceso. Así, la propia fuerza de esta dialéctica reside en sí misma en la medida en que existe por ser su propio efecto.

 

Por esta razón sólo el intérprete o el filósofo es capaz de ver este conjunto de fuerzas como el cuerpo de un mismo espíritu. Para el sujeto medio, la obra de arte desaparecerá de la memoria, pero para el buen sujeto filósofo la obra de arte será recordada como momento del espíritu que ha progresado hacia lo permanente por encima de lo que desaparece. Y precisamente lo que permanece en la memoria filosófica es la apariencia en cuanto apariencia del arte, es decir, una apariencia que es auténtica apariencia en sí misma. Esto nos lleva a decir que lo que representa el arte, el retrato de la realidad, la enmarcación de aquella Naturaleza olvidada no es sólo una fuerza expresiva artística sino que es también la totalidad de la realidad que enlaza los diversos acontecer del arte en una sola unidad consciente o autoconsciente.

 

Bibliografía

H. G. Gadamer - "La dialéctica de Hegel". Cátedra, Madrid, 1981

Tim Jackson - "Prosperidad sin crecimiento". Icaria, Barcelona, 2011

Slavoj Zizek - "El espinoso sujeto". 2ª ed. Paidós, Buenos Aires, 2011

M. Heidegger -  "Ser y Tiempo". Trotta

T. Todorov - "La vida en común". Taurus.

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