Alejandro Gutiérrez Liarte

La cuarta pared

A patadas con la cuarta pared. Debemos atravesar esa fina barrera que nos separa de la pantalla y ser partícipes, en la medida de lo posible, del gran regalo que nos entrega todo aquel que dedica su vida al cine. Encontremos una nueva fórmula de interacción entre el cine, nuestra pasión, y nuestra vida.

Veterinario, jugador de rugby, y aficionado al cine y a las letras.

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San Sebastián, la ciudad que abrazó el cine

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Decidimos subirnos al barco de los sueños y nos plantamos en San Sebastián para preguntar que qué se cocía por allí.

Decía Mecano en una canción: “el ruido de las fábricas al despertar, los olores y colores de la gran ciudad, me hicieron sentir que yo estaba allí”. Pues bien, Nacho Cano y los suyos en su canción El cine, conseguían a través de unos versos llevarnos al sentimiento de un apasionado espectador, que obnubilado se introduce en la película que está viendo, sintiendo cada gramo de realidad que transmite la pantalla. Me imaginaba, recordando esta canción mientras paseaba hace un par de fines de semana por San Sebastián, que yo también estaba allí.

 

San Sebastián, o Donosti para los que tienen la suerte de llamar casa a esta gran ciudad, ha acogido un año más su Festival de Cine Internacional. Por primera vez, y en el bucle de una familia inigualable, decidimos subirnos al barco de los sueños y nos plantamos en San Sebastián para preguntar que qué se cocía por allí, porque teníamos ganas de vivir un festival de cine, y porque nunca hemos dejado de tener ganas de volver a San Sebastián. No trataré de hacer un resumen completo ni mucho menos del festival, tan solo intentaré transmitir lo que en pocos días tuve la fortuna de poder ver y vivir.



Para la ocasión, con la ilusión de los primerizos investigamos el amplísimo cartel y decidimos apostar por un total de cuatro películas de las proyectadas, Inmersión, de Wim Wenders, El Autor, de Manuel Martín Cuenca, Le sens de la fête / C´est la vie! de Éric Toledano y Olivier Nakache, y Three billboards outside Ebbing, Missouri de Martin McDonagh. Poco relacionadas entre sí, cada una de estas películas nos contaría una historia que se convertiría en una bonita excusa para estar en San Sebastián durante un fin de semana. Como siempre que uno visita una ciudad de estas características, le entran dudas sobre si será tiempo suficiente, si quedarán películas por ver o txacolís por disfrutar. La respuesta, obviamente, es no. Nunca hay tiempo suficiente para disfrutar de todo el cine que existe, ni de comerse la vida en lugares tan inolvidables.

 

Así, regando de poco en poco nuestra estancia, el primer día asistimos ligeramente desconsolados a una Gala de Inauguración que, quizás por la magia del cine y la televisión, se nos quedó escasa y poco glamurosa para lo esperado. No obstante, y al margen de lo esperado o planeado, el protagonista de esta fiesta seguía siendo el cine y no faltó a su cita. Para finalizar la gala de inauguración, se proyectó la película Inmersión, de Wim Wenders, que sería la encargada de inaugurar la Sección Oficial del Festival. Los que conocemos poco al maestro, nos esperábamos más de lo mismo que vimos en la fantástica París, Texas, de hace un porrón de años, pero no tardaron en llegar las sorpresas. El filme, brillante desde el inicio, narra una bonita historia de amor entre un hombre y una mujer, que tras dos días conociéndose en un idílico paraje quedan tan prendados que ese amor se convierte en gasolina suficiente para mantenerlos con vida en las futuras aventuras que continúa narrándonos Wenders durante unos breves 90 minutos. No sorprendió la casi consagrada Alicia Vikander, pero sí llegó más lejos su compañero de planos James McAvoy, que redoblaba esfuerzos en cada escena para convertirse en el personaje que alguien escribió para él hace tiempo. La elegancia de la fotografía, que te hace desear estar allí en cada plano, y el misticismo de la música hicieron el resto para que la audiencia regalara una sonora y prolongada ovación al tímido Wenders.

 

La próxima cita cinéfila del fin de semana se produjo al día siguiente. Sin duda, y siendo la que mejor cartel tenía, nos preparamos a conciencia para el disfrute, regalándonos los sentidos (todos) en la vecina Zarautz, y llegando justo a tiempo a los Cines Príncipe para la proyección de Manuel Martín Cuenca. El autor, una de las favoritas para la Sección Oficial, llevaba por delante del nombre un plantel inigualable, con el pequeño pero enorme Javier Gutiérrez, sin duda el actor de más peso de su generación, y la nada desdeñable María León, que capitaneaban un elenco perfecto (ni más ni menos que Antonio de la Torre como secundario) bajo la batuta del premiado director de Caníbal, Manuel Martín Cuenca. A pesar de los pronósticos, en mi opinión esta película se quedó un poco corta, dando la sensación de haberse escrito ya varias veces y sin aportar una novedad deslumbrante que quizás el espectador hubiera esperado. No obstante, esta imperfección en la transmisión de las sensaciones se compensa con una absoluta perfección técnica, en la que todo el elenco es un reloj que guía una historia con ritmo.



Al cine por la mañana. Quien iba a esperar ir a una sala de cine a las 12.00 de la mañana. Pues si después de tres días de festival, las colas para entrar a las salas siguen dando la vuelta a la esquina desde primera hora, parece que podría ser una idea no tan mala. El imponente Kursaal de San Sebastián acogía en la mañana a una horda de entregados aficionados, que embebidos por la magia del cine y de la ciudad incluso coreaban y acompañaban con palmas la música previa al comienzo de la película. Y es que la ciudad ya era una fiesta, al igual que la película que nos sentábamos a disfrutar. Le sens de la fête / C´est la vie! llevaba por título ya su absoluta verdad, y resultó ser una sorpresa mayúscula en nuestras quinielas, tanto que Éric Toledano y Olivier Nakache entregan una comedia de libro, que no aboga en casi ningún momento por el punto sensiblero tan dado a aparecer en este tipo de películas, y que empieza como acaba, sin pretensiones, pero dibujando una carcajada constante en la cara del espectador. El cine más puro, la más pura historia de la comedia como entretenimiento, plasmada a la perfección por esta pareja de directores, y que comandan un elenco coral brillante hasta límites insospechados. Para mi gusto, destaca sobremanera Gilles Lellouche, con un papelón redondo que hace dudar si también es interpretado por el actor en sus ratos libres, en su casa o con su familia. Os podría contar que la película trata de las aventuras y desventuras de una empresa de Catering que organiza una boda surrealista, pero es mejor que vayáis a verla y la disfrutéis de pleno. Un 10.

 

Cerrábamos la aventura con una película más, en la que el semblante serio de Frances McDormand en los tráilers había sido suficiente reclamo para seleccionarla como nuestro fin de fiesta. El director de Three billboards outside Ebbing, Missouri, Martin McDonagh, un campechano inglés con aspecto de haber disfrutado bien de San Sebastián subió al escenario para dar la introducción a una película que en realidad solo seguía necesitando a Frances McDormand. La tragicómica historia de una madre que se enfrenta a su pueblo y a la policía por la búsqueda de los asesinos de su hija, ahonda de manera brillante en el subjetivismo del dolor, y en la falsa corrección política de una sociedad que lo rodea todo. No podemos hacer de menos la interpretación de Woody Harrelson, que vuelve a clavar un papel y nos entrega un bonito personaje, bueno y sincero, que acaba ganando protagonismo a lo largo de la historia. Peter Dinklage cuenta también con unos inconmensurables minutos de cinta, suficientes para dejar una huella personal inconfundible. Sumando cada uno de estos factores, no es de extrañar que Three billboards outside Ebbing, Missouri, con un mérito intachable haya logrado llevarse el Premio del Público del Festival.

 

Se acababa la aventura y tocaba despedirse de la ciudad que nos había abrazado y había abrazado al cine. La auténtica sensación de estar viviendo en una alfombra roja, a cada paso, a cada esquina, a cada bar, inundaba a todos los asistentes, y los hacía sentir, como decía Mecano, que estaban allí. La horda de acreditaciones azules al cuello paseando por “lo viejo”, las tascas a reventar, el ambiente, las risas, la comida y su bebida, la hospitalidad y un largo etcétera compusieron un batido de emociones que no dejaron de subir a la piel en ningún instante del fin de semana.  

 

La cita es ineludible, año tras año, San Sebastián sigue demostrándole a España, y a casi todo el mundo, que nos gusta el cine, que lo amamos, y que la vida puede ser mejor de sala en sala. Aquí no hay cabida para aquellos que justifican su falta de afición en el precio de las entradas, o para aquellos que desprecian nuestro cine, el que se narra en nuestras lenguas, porque es ordinario. Aquí, solo hubo, y siempre habrá, cine con mayúsculas.

 

Eskarrik asko San Sebastián. Gracias Donosti.