Bicentenario de su nacimiento

Algunos poemas de José Zorrilla

TAGS José ZorrillaPoemasPoesíaPoesía española
En 2017 se cumplen 200 años del nacimiento del poeta español.

Este año se conmemora el bicentenario del nacimiento del gran poeta y escritor José Zorrilla (1817-1893). Autor de poemas inolvidables como el que le dio a conocer en el entierro de Larra (“Ese vago clamor que rasga el viento es la voz funeral de una campana”), o el mítico Oriental que casi todos los españoles han recitado alguna vez (“Corriendo van por la vega a las puertas de Granada hasta cuarenta gomeles y el capitán que los manda”), Zorrilla alcanzó también la inmortalidad con sus obras de teatro, sobre todo por Traidor, inconfeso y mártir y Don Juan Tenorio, el clásico que no ha dejado de representarse año tras año desde su estreno.

 

Con motivo del 200 aniversario de su nacimiento, en Ritmos 21 hacemos una selección de algunos de sus poemas:

 

Corriendo van por la vega

 

Corriendo van por la vega
a las puertas de Granada
hasta cuarenta gomeles
y el capitán que los manda.
 Al entrar en la ciudad,
parando su yegua blanca,
le dijo éste a una mujer
que entre sus brazos lloraba: 
 
“Enjuga el llanto, cristiana
no me atormentes así,
que tengo yo, mi sultana,
un nuevo Edén para ti.

 
Tengo un palacio en Granada,
tengo jardines y flores,
tengo una fuente dorada
con más de cien surtidores,
y en la vega del Genil
tengo parda fortaleza,
que será reina entre mil
cuando encierre tu belleza.
Y sobre toda una orilla
extiendo mi señorío;
ni en Córdoba ni en Sevilla
hay un parque como el mío.
Allí la altiva palmera
y el encendido granado,
junto a la frondosa higuera,
cubren el valle y collado.
Allí el robusto nogal,
allí el nópalo amarillo,
allí el sombrío moral
crecen al pie del castillo.
Y olmos tengo en mi alameda
que hasta el cielo se levantan
y en redes de plata y seda
tengo pájaros que cantan.


Y tú mi sultana eres,
que desiertos mis salones
están, mi harén sin mujeres,
mis oídos sin canciones.
Yo te daré terciopelos
y perfumes orientales;
de Grecia te traeré velos
y de cachemira chales.
Y te daré blancas plumas
para que adornes tu frente,
más blanca que las espumas
de nuestros mares de Oriente.
Y perlas para el cabello,
y baños para el calor,
y collares para el cuello;
para los labios…¡amor!


“¿Qué me valen tus riquezas
-respondióle la cristiana-,
si me quitas a mi padre,
mis amigos y mis damas?
Vuélveme, vuélveme, moro
a mi padre y a mi patria,
que mis torres de León
valen más que tu Granada”

 

Escuchóla en paz el moro,
y manoseando su barba,
dijo como quien medita,
en la mejilla una lágrima:

“Si tus castillos mejores
que nuestros jardines son,
y son más bellas tus flores,
por ser tuyas, en León,
y tú diste tus amores
a alguno de tus guerreros,
hurí del Edén*, no llores;
vete con tus caballeros” 

Y dándole su caballo
y la mitad de su guardia,
el capitán de los moros
volvió en silencio la espalda.

 

El trovador

 

  I
De un elevado castillo
que Arlanza orgulloso baña,
un trovador elegante
en la puente se paraba.
En el rastrillo golpea
con el pomo de una daga,
y en los góticos salones
ronco el eco se propaga.
Un joven doncel, del fuerte
presentóse en la muralla,
y con semblante halagüeño
dijo en alta voz: "¿Quién llama?"
El Trovador que le ha oido
dirigióle aquesta fabla:
-"Si llegado es en buenhora,
un pacífico infanzón
que envía a vuestra señora
don Rodrigo de Aragón".-
Se alzó a este tiempo el rastrillo,
y en el patio tuvo entrada;
un paje tomó el corcel
por las riendas plateädas,
y el gallardo trovador
por los salones se entraba.

 

II

Confuso ruido se oía
en la sala principal,
y el extranjero
hacía ella se dirigía
en continente marcial
muy altanero.
Hallóla toda ocupada
de galanes y de bellas
en gran festín;
doña Blanca de Moncada
se ve la primera entre ellas
como la rosa mas orgullosa
en un jardín.
El día feliz memora
en que la luz primera vió;
y a su lado
por eso, gentil señora,
tanta dama encantadora,
tanto héroe celebrado
hoy reunió.

 

III

Entró do estaba el convite
gentil el recién venido;
hizo gracia
con el morado sombrero,
y atrevido
en denodado ademán
a doña Blanca se fué;
y después de haber pedido
su venia, ante ella galán
quedó en pie.
La dama se la otorgó
y así el trovador habló:

 

IV

" Don Enrique mi señor,
" el cuarto Enrique es,
" me manda donde me ves,
" a mi, que soy trovador,
" trovador aragonés.
" Diz que es hoy vuestro natal,
" y este monarca del mundo
quiere honrarlo como tal,
" que el cuarto Enrique así val
" como val Juan el segundo.
"Y una trova te ragala
" que trova de amores es
" y ninguna se la iguala;
" por eso vine de gala,
" trovador aragonés.-"
-" Yo a tu señor agradezco,
-doña Blanca respondió-
" de un amor que no merezco
" esta prueba que me dió.
" Y a estas damas placerá
" y galanes que aquí ves
" trova de amores
" que cantará
" trovador aragonés."

 

V

Un dia risueño
prepara la aurora
¡Feliz la señora
del alto Muñón!
¡OH cuántas personas
se ven a su lado!
¡Cuánto señalado
valiente infanzón!
Un buho funesto
que cerca habitaba.
Lejano graznaba.
¡Se le vido huir!
La blanca paloma
ocupa su nido;
su amante gemido
se acaba de oir.

Porque hoy es el día
de Blanca fermosa,
la más bella rosa
que tiene el jardín.

 

VI

Su dulce voz espiró,
y sus ecos repitieron
las bóvedas de Muñó.
 Y en vano le pidieron
quedase en el castillo.
No pueden los caballeros
ni las damas alcanzallo,
que ha perdido su caballo
y mandó
que le alzaran el rastrillo;
despidióse muy cortés
y dijóles al partir:
" Quedárame hasta mañana
" en este festín de amor,
" y fuera de buena gana;
" más de Enrique mi señor
" otra la voluntad es,
" y yo soy su trovador,
" trovador y aragonés".

 

Oriental

 

Dueña de la negra toca,
la del morado monjil,
por un beso de tu boca
diera a Granada Boabdil.

 

Diera la lanza mejor
del Zenete más bizarro,
y con su fresco verdor
toda una orilla del Darro.

 

Diera la fiesta de toros,
y si fueran en sus manos,
con la zambra de los moros
el valor de los cristianos.

 

Diera alfombras orientales,
y armaduras y pebetes,
y diera... ¡que tanto vales!,
hasta cuarenta jinetes.

 

Porque tus ojos son bellos,
porque la luz de la aurora
sube al Oriente desde ellos,
y el mundo su lumbre dora.

 

Tus labios son un rubí,
partido por gala en dos...
Le arrancaron para ti
de la corona de Dios.

 

De tus labios, la sonrisa,
la paz de tu lengua mana...
leve, aérea, como brisa
de purpurina mañana.

 

¡Oh, qué hermosa nazarena
para un harén oriental,
suelta la negra melena
sobre el cuello de cristal,

 

en lecho de terciopelo,
entre una nube de aroma,
y envuelta en el blanco velo
de las hijas de Mahoma!

 

Ven a Córdoba, cristiana,
sultana serás allí,
y el sultán será, ¡oh sultana!,
un esclavo para ti.

 

Te dará tanta riqueza,
tanta gala tunecina,
que ha de juzgar tu belleza
para pagarle, mezquina.

 

Dueña de la negra toca,
por un beso de tu boca
diera un reino Boabdil;
y yo por ello, cristiana,
te diera de buena gana
mil cielos, si fueran mil.

 

A la memoria desgraciada del joven literato

 

Ese vago clamor que rasga el viento
es la voz funeral de una campana;
vano remedo del postrer lamento
de un cadáver sombrío y macilento
que en sucio polvo dormirá mañana.

 

Acabó su misión sobre la tierra,
y dejó su existencia carcomida,
como una virgen al placer perdida
cuelga el profano velo en el altar.
Miró en el tiempo el porvenir vacío,
vacío ya de ensueños y de gloria,
y se entregó a ese sueño sin memoria,
¡que nos lleva a otro mundo a despertar!

 

Era una flor que marchitó el estío,
era una fuente que agotó el verano:
ya no se siente su murmullo vano,
ya está quemado el tallo de la flor.
Todavía su aroma se percibe,
y ese verde color de la llanura,
ese manto de yerba y de frescura
hijos son del arroyo creador.

 

Que el poeta, en su misión
sobre la tierra que habita,
es una planta maldita
con frutos de bendición.

 

Duerme en paz en la tumba solitaria
donde no llegue a tu cegado oído
más que la triste y funeral plegaria
que otro poeta cantará por ti.
Ésta será una ofrenda de cariño
más grata, sí, que la oración de un hombre,
pura como la lágrima de un niño,
¡memoria del poeta que perdí!

 

Si existe un remoto cielo
de los poetas mansión,
y sólo le queda al suelo
ese retrato de hielo,
fetidez y corrupción;
¡digno presente por cierto
se deja a la amarga vida!
¡Abandonar un desierto
y darle a la despedida
la fea prenda de un muerto!

 

*

 

Poeta, si en el no ser
hay un recuerdo de ayer,
una vida como aquí
detrás de ese firmamento...
conságrame un pensamiento
como el que tengo de ti.

 

Escena XII

 

Como gustéis, igual es,
que nunca me hago esperar.
Pues, señor, yo desde aquí,
buscando mayor espacio
para mis hazañas, di
sobre Italia, porque allí
tiene el placer un palacio.
De la guerra y del amor
antigua y clásica tierra,
y en ella el Emperador,
con ella y con Francia en guerra,
díjeme: «¿Dónde mejor?
Donde hay soldados hay juego,
hay pendencias y amoríos».
Di, pues, sobre Italia luego,
buscando a sangre y a fuego
amores y desafíos.
En Roma, a mi apuesta fiel,
fijé entre hostil y amatorio,
en mi puerta este cartel:
Aquí está don Juan Tenorio
para quien quiera algo de él.
De aquellos días la historia
a relataros renuncio;
remítome a la memoria
que dejé allí, y de mi gloria
podéis juzgar por mi anuncio.
Las romanas caprichosas,
las costumbres licenciosas,
yo gallardo y calavera,
¿quién a cuento redujera
mis empresas amorosas?
Salí de Roma por fin
como os podéis figurar,
con un disfraz harto ruin
y a lomos de un mal rocín,
pues me quería ahorcar.
Fui al ejército de España;
mas todos paisanos míos,
soldados y en tierra extraña,
dejé pronto su compaña
tras cinco o seis desafíos.
Nápoles, rico vergel
de amor, de placer emporio,
vio en mi segundo cartel:
Aquí está don Juan Tenorio,
y no hay hombre para él.
Desde la princesa altiva
a la que pesca en ruin barca,
no hay hembra a quien no suscriba,
y cualquier empresa abarca
si en oro o valor estriba.
Búsquenle los reñidores;
cérquenle los jugadores;
quien se precie que le ataje,
a ver si hay quien le aventaje
en juego, en lid o en amores.
Esto escribí; y en medio año
que mi presencia gozó
Nápoles, no hay lance extraño,
no hubo escándalo ni engaño
en que no me hallara yo.
Por dondequiera que fui,
la razón atropellé,
la virtud escarnecí,
a la justicia burlé
y a las mujeres vendí.
Yo a las cabañas bajé,
yo a los palacios subí,
yo los claustros escalé
y en todas partes dejé
memoria amarga de mí.
Ni reconocí sagrado,
ni hubo razón ni lugar
por mi audacia respetado;
ni en distinguir me he parado
al clérigo del seglar.
A quien quise provoqué,
con quien quiso me batí,
y nunca consideré
que pudo matarme a mí
aquel a quien yo maté.
A esto don Juan se arrojó,
y escrito en este papel
está cuanto consiguió,
y lo que él aquí escribió,
mantenido está por él.

 

Misterio

 

A mi amigo D. Antonio García Gutiérrez.

 

¡Ay! Aparta, falaz pensamiento,
Que eterno en el alma bulléndome estás,
Falsa luz que al impulso del viento,
En vez de guiarme perdiéndome vas.

 

Tras de ti por las sombras camino,
Ni noche ni día descanso tras ti;
Es seguirte tal vez mi destino,
Y acaso es el tuyo guardarte de mí.

 

Misteriosa visión de mi vida,
Más vaga que el caos en forma y color,
Te comprendo en mí mismo perdida,
Cual sueño penoso, cual sombra de amor.

 

Ya tu blanda amorosa sonrisa
Me presta esperanza, me aviva la fe;
Cual flor eres que aroma la brisa
Y en seco desierto olvidada se ve

 

Ya tu imagen sombría y medrosa
Me ciega y me arrastra en su curso veloz,
Como nube que rueda espantosa
En brazos del viento al compás de su voz.

 

Ya cual ángel de paz te contemplo,
Y ya cual fantasma sangrienta y tenaz;
En el valle, en la roca, en el templo,
Te alcanzo a lo lejos hermosa y fugaz.

 

Por doquiera te encuentran mis ojos;
No miro ni tengo más rumbo doquier,
Ya te muestres preñada de enojos,
Fantasma enemiga o risueña mujer.

 

Yo no sé de tu esencia el misterio,
Tu nombre y tu vago destino no sé,
Ni cuál es tu ignorado hemisferio,
Ni adónde perdido siguiéndote irá.

 

Mas no encuentro otro fin a mi vida,
Más paz, ni reposo, ni gloria que tú,
Que en el cóncavo espacio perdida,
Tu alcázar es su ancho dosel de tisú.

 

Por su rica región las estrellas
A veces brillante camino te dan,
Y otras veces tus místicas huellas
Por mares de sombras perdiéndose van.

 

Una brisa en las ramas sonando,
Que dice tu nombre imagino tal vez,
Y un relámpago raudo pasando,
Tu forma me muestra en fatal rapidez.

 

Yo, postrado al mirarte de hinojos,
Doquier que apareces levanto un altar,
Y arrasados en llanto los ojos,
Tal vez insensato te voy a adorar.

 

Mas al ir a empezar mi conjuro,
Mi torpe blasfemia o mi casta oración,
El Oriente en su cóncavo impuro.
Me sorbe irritado mi blanca visión.

 

Y tu imagen me queda en la mente
Informe, insensible, cual bulto sin luz
Que se crea el temor de un demente,
De lóbrega noche entre el negro capuz.

 

Sueño, estrella o espectro, ¿quién eres?
¿Qué buscas, fantasma, qué quieres de mí?
¿No hay sin ti ni dolor ni placeres?
¿No hay lecho, ni tumba, ni mundo sin ti?

 

¿No hay un hueco do esconda mi frente?
¿No hay venda que pueda mis ojos cegar?
¿No hay beleño que aduerma mi mente,
Que hierve encerrada de sombra en un mar?...

 

¡Oh! Si gozas de voz y de vida,
Si tienes un cuerpo palpable y real,
Deja al menos, fantasma querida,
Que goce un instante tu vista inmortal.

 

Dame al menos un sí de esperanza,
Alguna sonrisa, fugaz serafín,
Con que espere algún día bonanza
El golfo del alma que bulle sin fin.

 

Mas si es sólo ilusión peregrina
Que el ánima ardiente soñando creó,
¡Ay! deshaz esa sombra divina
Que viene conmigo doquier que voy yo.

 

Sí, deshazla, que en vano la miro
En torno a mis ojos errante vagar,
Si cual débil y triste suspiro
Se pierde en los vientos al irla a abrazar.

 

Sí, deshazla, que torpe mi mano,
Su mano en la sombra jamás encontró,
Ni el más flébil lamento liviano,
Avaro en mi oído su labio posó.

 

Muere al fin, ¡oh visión de mi vida!
Más vaga que el caos en forma o color,
A quien siento en mí mismo perdida,
Cual sueño penoso, cual sombra de amor.

 

Mas ¿qué fuera del triste peregrino
Que cruzando sediento el arenal
No encontrara jamás en su camino
Mansa sombra ni fresco manantial?

 

De esta vida en la noche tormentosa,
¿Qué rumbo ni qué término seguir?
Sin tu vaga presencia misteriosa,
Sin tu blanca ilusión, ¿cómo vivir?

 

Abriéranse mis ojos a mirarte,
Mis oídos tus pasos a escuchar,
Y al fin, desesperados de encontrarte,
Tornáranse en tinieblas a cerrar.

 

Despertara en la noche solitaria
De tus palabras al fingido son,
Y sólo respondiera a mi plegaria
El latido del triste corazón.

 

¡Sombra querida, sin cesar conmigo
Mis lentas horas hechizando ven,
Y el desierto arenal será contigo,
Huerto frondoso y perfumado Edén!

 

No expires, misterioso pensamiento
Que dentro oculto de mi mente vas,
Aunque no alcance el corazón sediento
Tu tanta esencia a comprender jamás.

 

No sepa nunca tu verdad dudosa;
Vélame, si lo quieres, tu razón;
Disípate a lo lejos vagarosa,
Mas sé siempre mi cándida ilusión.

 

Al fin sabré que junto a ti respiro,
Que estás velando junto a mí sabré,
Y que aun brilla oscilando en lento giro
La consumida antorcha de mi fe.

 

¿Qué me importa tu esencia ni tu nombre,
Genio hermoso, o quimérica ilusión,
Si en esta soledad, cárcel del hombre,
Dentro de ti te guarda el corazón?

 

¿Qué me importa jamás saber quién eres,
Astro de cuya luz gozando voy,
Término de mi afán y mis placeres,
Dios que sin fin idolatrando estoy?

 

Quienquier que seas, vano pensamiento,
Mujer hermosa que soñando vi,
O recuerdo o tenaz remordimiento,
Ni un solo instante viviré sin ti.

 

Si eres recuerdo endulzarás mi vida,
Si eres remordimiento te ahogaré,
Si eres visión te seguiré perdida,
Si eres una mujer yo te amaré.

 

Con el hirviente resoplido

 

Con el hirviente resoplido moja
el ronco toro la tostada arena,
la vista en el jinete ata y serena,
ancho espacio buscando el asta roja.

 

Su arranque audaz a recibir se arroja,
pálida de valor la faz morena,
e hincha en la frente la robusta vena
el picador, a quien el tiempo enoja.

 

Duda la fiera, el español la llama;
sacude el toro la enastada frente,
la tierra escarba, sopla y desparrama;

 

le obliga el hombre, parte de repente,
y herido en la cerviz, húyele y brama,
y en grito universal rompe la gente.

 

Pereza

 

¡Cuán descansadamente,
Lejos del vano mundo, se reposa
A la orilla de límpida corriente
O de un moral bajo la sombra hojosa!

 

En el césped mullido,
Sin luz los ojos, sin vigor los brazos,
De la tranquila soledad el ruido
Se pierde por la atmósfera a pedazos.

 

El ánima descansa
De la ciega pasión y su braveza,
Y el cuerpo, presa de indolencia mansa,
Se goza en su pacífica pereza.

 

Entonces, no el tesoro
Ni la sed del placer el alma aviva;
El más rico licor, en copa de oro,
Entonces se desprecia y no se liba.

 

La mente no se inquieta
Por pensamientos de dolor cercada:
Que a su honda languidez yace sujeta,
Y a su propia impotencia encadenada.

 

Sin luz el ojo vago,
Sin un sonido sobre el labio abierto,
Pasa la vida cual por hondo lago
De incierta luz el resplandor incierto.

 

Así vuelan las horas,
Y así pasan pacíficas y bellas,
Cual las aves del viento voladoras,
Cual la cobarde luz de las estrellas?.

 

Así el pesar se aduerme,
Y al grato son de una aura que murmura,
Tal vez se goza del reposo inerme
Que confunde el pesar con la ventura.

 

Así mis horas quiero
Que pasen sin valor y sin fortuna,
Ya al manso son del céfiro ligero,
Ya al resplandor de la amarilla luna.

 

Ven, amorosa Elvira,
Ven a mis brazos, que de amor sediento,
El perezoso corazón suspira
Por ver tus ojos, por beber tu aliento.

 

Ven, adorado dueño,
Sepa que estás, en mi descanso inerte,
Cercado mí para velar mi sueño;
Cerca, hermosa, de mí cuando despierte.

 

Yo, en la hierba tendido,
En la sombra de un álamo frondoso,
Entreveré, con ojo adormecido,
Cuál velas mi descanso silencioso.

 

El sol, a lento paso,
Hundió en el mar su faz esplendorosa,
Marcando su camino en el ocaso
Vivo arrebol de púrpura y de rosa,

 

El agua, mansamente,
Con monótono arrullo le despide;
Y arrastrando sus ondas lentamente,
El ancho espacio de sus ondas mide.

 

Sólo queda en la tierra
El vapor del crepúsculo dudoso,
Y el vago aroma que la flor encierra,
Se esparce por el aire vagaroso.

 

Y las fuentes corriendo,
Y las brisas volando, se estremecen,
Y su soplo en los árboles creciendo,
A su soplo los árboles se mecen.

 

Trémulas van las olas
Bajo sus alas mansas y ligeras,
Reflejando las sueltas banderolas
De las naves que el mar surcan veleras.

 

Y la luna argentina,
La bóveda al cruzar del firmamento,
La inmensidad del Bósforo ilumina,
Color prestando al invisible viento.

 

Y al son del mar vecino,
Y al murmullo del viento caluroso,
Y al reflejo del éter cristalino,
Se aduerme el cuerpo en lánguido reposo

 

En la quietud amiga
De la callada noche macilenta,
Hasta la misma languidez fatiga,
Y el ánima se rinde soñolienta.

 

¡Oh! Bien haya el estío
Con su tranquila y bochornosa calma,
Que roba al corazón su ardiente brío
Y en blanda inercia nos aduerme el alma

 

Ya de ese insomnio presa,
Me faltan voluntad y pensamiento,
Y hasta mi cuerpo sin valor me pesa,
Y el son me cansa de mi propio aliento.

 

Dadme deleites, dadme;
Henchidme de placeres los sentidos;
Venid, eunucos, y al harén llevadme
En vuestros brazos, al placer vendidos.

 

Abridme esas ventanas,
Dadme a beber el aura de la noche
Y a saborear las ráfagas livianas
Que a la flor rasgan su aromado broche.

 

Quiero al son de las olas
Secar un corazón en solo un beso;
Traedme mis esclavas españolas,
Que el mío tienen en sus ojos preso.

 

Venid, venid, hermosas,
Divertidme con danzas y canciones;
Venid en lechos de fragantes rosas,
Venid, blancas y espléndidas visiones,

 

Quemad en mis pebetes
Cuanto aroma encontréis en mi palacio,
Y respiren sus anchos gabinetes
Ámbar opreso en reducido espacio.

 

Ven, voluptuosa Elvira,
Trénzame con tu mano mis cabellos;
Y tú, Inés, por quien Málaga suspira,
Nardo derrama y azahar en ellos.

 

Traedme a esos esclavos
Que aportan mis bajeles viento en popa;
Presa que hicieron mis piratas bravos
En un rincón de la dormida Europa.

 

Vengan a mi presencia,
Y al son de sus extraños instrumentos
Sirvan a mi poder y a mi opulencia,
Si no con su canción, con sus lamentos.

 

Dadme deleites, dadme;
Cúbreme, Elvira, con tu chal de espumas,
Y las tostadas sienes refrescadme
Con abanicos de rizadas plumas.

 

Suene en mi torpe oído
Su suave son como murmullo blando
De arroyo que a la mar baja perdido,
De peña en peña juguetón rodando;
Cual tórtola que llama,
Con lento arrullo que en el viento pierde,
La descarriada tórtola a quien ama,
De árbol sombrío en el columpio verde.

 

Danzad mientras reposo,
Cantad en derredor mientras descanso,
Y no sienta en mi sueño voluptuoso
Más que murmullo lisonjero y manso.