Segunda parte de la entrevista a Javier Gomá

"El gran reto ahora no es cómo ser libres, sino cómo ser libres juntos"

En esta segunda entrega de la entrevista, coronamos el tema de la esperanza y nos metemos de lleno con los límites, tan denostados hoy y que tanto defiende Gomá, como elementos esenciales para la convivencia.
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AP. Esperanza. Necesaria pero imposible, es el título. ¿Por qué necesaria y por qué imposible?
JG. Ya en el título, el libro destaca el carácter de tensión de la obra. Aristóteles decía que todos los seres estaban dotados por la naturaleza para llegar a su propia perfección. Una planta, acaba llegando a la madurez. Pero el hombre, en este sentido, es un monstruo porque en determinado momento llega a tener conciencia de su propia dignidad y de su propia indignidad de destino, que es la muerte y crece en él cierto anhelo de perdurar. Por eso tiene miedo a la muerte, porque es la pérdida del yo, la destrucción del propio yo. 
 
Sin embargo ese deseo de perdurar no está en nuestra mano. Por eso a diferencia del resto de seres de la naturaleza, nosotros queremos alcanzar una perfección que nos trasciende, nos supera. Es necesario, pero imposible para nosotros, salvo que haya un auxilio, que es lo que se plantea el libro como hipótesis. Si hubiera un auxilio, en este caso una entidad divina, que nos sostuviera en la mano sería diferente. 
 
"La sociedad está deseando que se la movilice"
AP. A menudo podemos caer en la confusión entre esperanza y expectativa, ¿cuáles son las diferencias?
JG. Expectativa son todas las esperanzas que tienen que ver con este mundo. Por ejemplo, cuando Bloch escribió Principio esperanza, yo lo llamaría principio expectativa. Y la palabra esperanza tiene, dentro de mi propio vocabulario filosófico, un significado muy ceñido, referido tan sólo a la continuidad de lo humano más allá de la muerte. 
 
AP. A menudo hablas de lo trágico de la existencia...
JG. Este mundo es estructuralmente injusto y tiene una negatividad congénita, precisamente porque nos permite desarrollar nuestra individualidad y al mismo tiempo nos hace conscientes de que llegaremos a la muerte. Con lo cual, esa combinación hace que nuestra existencia se trágica. En mi libro distingo entre ley de vida, que son las personas que tiene estadio estético, ético y muertees decir unas personas que tienen una vida realmente lograda, aunque su destino sea la tumba. Y luego están todas esas vidas tachadas, vidas anuladas que son abortos de ser a los que la vida ni siquiera les ha dado la posibilidad de tener un destino  y nos hemos olvidado de que tienen una vida sin dignidad y son estadísticamente numerosísimas.
 
AP. Pues ya podemos ir empezando a aprender a sufrir
JG. El sufrimiento viene sólo. Es verdad que hay un arte para soporta bien el dolor, pero una de las mejores maneras de aprender a sufrir es aprender a gozar. Una vida que ha sido significativa, por ejemplo, cuando se habla de los Patriarcas en la Biblia se dice que “murieron colmados de años”. Al final murieron, pero supieron disfrutar bien de la vida. Sintieron que era relativamente natural que murieran, precisamente porque habían gozado. Y no entiendo gozar como una entrega desordenada a los placeres. Yo no aconsejaría aprender a sufrir, sino aprender a gozar bien.
 
AP. ¿Podemos llegar a no temer a la muerte?
JG. Yo creo que no, porque la muerte es la destrucción de la individualidad. Esas terapias orientales, son tan sólo eficaces en la medida en que te destruyen tu propia individualidad. No es casual que en las filosofías o religiones orientales consideren el yo como un estorbo y la individualidad casi como una mentira. Eso es solucionar un problema por la vía de ignorarlo. Yo no quiero disolver mi yo, sino que perdure. 
 
AP. ¿Y si a ese miedo que da la destrucción del yo, se le añade la fe en un más allá?
JG. Las cosas cambian. No desaparece el miedo. El mundo sigue siendo injusto aunque uno tenga una continuidad, y esa esperanza, lo que tú has llamado fe en un más allá, sí genera un nuevo horizonte. 
 
Esquilo ya habló del aprender sufriendo. Fíjate, yo creo que muchas veces es mucho más delicado y complicado el aprender gozando, que yo creo que es mucho más eficaz, porque muchas veces se goza mal. 
 
AP. Tu Teorema de la experiencia y la esperanza, del que antes hablabas, ha calado, al igual que tu teoría de la ejemplaridad...
JG. He vivido con mucha intensidad emocional mis libros y la sociedad sí necesita algo con intensidad, con fuerza. Cuando yo vivía la gestación de mis libros no tenía ni idea de cuál iba a ser su recepción. Mi teoría de la ejemplaridad propone un ideal y vivimos en un tiempo en el que para ser libre, parece que hay que desprenderse de los ideales y yo lo incorporado. Se puede ser libre y no renunciar a cierto ideal que te eleva. La sociedad está deseando que se la movilice. 
 
AP. Y que se haga sin ataduras... 
JG. El filósofo debe ser fiel tan sólo al tema de su meditación y si en lugar de tener esa fidelidad, entra en la lógica política delamigo o enemigosegún la cual en tal tema eres de derechas o de izquierdas, católico o ateo, estás perdido. El lector tiene que notar que eres libre, y que sólo te debes a tu meditación. 
 
AP. Algo así como una militancia filosófica
JG. Me gusta esa expresión. Contraria a la militancia política, religiosa. Mira, he tenido multitud de oportunidades de significarme, y no lo he querido. De hecho, dejo Babelia [su último artículo salió publicado el sábado 13]  y eso que me han tratado fenomenal, empezando por la directora que siempre ha tenido conmigo un trato cariñosísimo. Sin embargo, lo dejo porque no quiero convertir mi nombre en una marca. Quiero  ser fiel a mi meditación. 
 
AP. La sociedad te percibe como un intelectual ¿te consideras un intelectual?
JG. Si ves mi perfil de Twitter, me defino como un especialista en ideas generales. Y creo que no es una mala definición para el término intelectual. Un médico sabe mucho de medicina, pero no  es un intelectual. Le hace un intelectual cuando extrayendo su experiencia como médico, es capaz de enunciar algunas ideas generales válidas para la sociedad. Yo me considero, radicalmente, especializado en ideas generales.
 
AP. Has hablado de la individualidad y de la lucha por el propio yo. Ya hemos conquistado nuestra libertad: ¿qué hacemos ahora?
JG. En los últimos tres siglos hemos tenido, impulsados por el ideal de la liberación, un progreso moral indudable que ha redundado en una ampliación de la esfera de la propia libertad. Pero el reto ahora no es cómo ser libres, sino cómo ser libres juntos.
 
AP. Casi nada...
JG. Efectivamente. Además, la conquista de la libertad ha conllevado el desprestigio de los límites y la convivencia significa una reapropiación positiva de los límites, pero no solamente unos límites externos que aceptamos pragmáticamente. Hemos de repensar unos límites como que algunos de ellos nos constituyen positivamente como individuos. 
 
 
AP.Libertad y límites son términos que hoy nos los presentan como antagónicos...
JG. Precisamente lo que tenemos que modificar son esos presupuestos culturales antagónicos, cuando sin embargo en la práctica es así. Aquí vivimos cuatro millones de madrileños que nos consideramos madrileños liberados, por no decir libertarios, y tenemos que aceptar determinados límites para convivir. Pero no solamente jurídicos, también cívicos o morales. Si tienes hijos, tienes que aceptar límites, si quieres conducir un coche tienes que aceptar ciertos límites. Forman parte de nuestro ser. El gran proyecto intelectual es considerar los límites no como alienaciones externas, sino en asumiendo esa socialización que es propia del individuo como un elemento constitutivo de nuestra realidad. 
 
"Como modo de socialización, mucho más eficaz que la ley es el convencimiento personal"
Dos ejemplos: lenguaje y la amistad. El lenguaje es un producto social, es un conjunto de reglas sociales que para una mentalidad libertaria podrían ser considerados como alienantes o enajenantes y sin embargo, el lenguaje cuando uno lo asume y lo sabe practicar, no sólo nos permite comunicarnos con los demás sino que incluso nos hace tener conciencia de nuestra propia identidad. La amistad. A los amigos los elegimos por mera inclinación personal pero hay un momento, en una expresión española muy bonita, en el que a los amigos les tenemos ley. Nos auto-limitamos gozosamente como consecuencia de la amistad. 
 
AP. Es decir, que no solo con respetar la ley ya se construye una sociedad...
JG. La ley hoy, es una ley coactiva que regula la acomodación externa de la libertad a la norma. Es una ley práctica, no entra en los corazones. Tú puedes pensar y sentir lo que quieras, lo único que tienes que hacer es adecuar tu libertad externa a la norma, y si no la ley te castiga. Ahora bien, como modo de socialización, mucho más eficaz que la ley es el convencimiento personal, ¿Cómo podemos crear una sociedad en la que la gente respete las normas básicas, no por medio del castigo sino de la convicción? Generando costumbres cívicas, por eso en Ejemplaridad pública, hay un capítulo muy importante que es Una democracia sin mores.
 
AP. Como la sociedad romana
JG. Bueno, ten en cuenta que durante milenios las sociedades no tenían leyes escritas y funcionaban perfectamente, justamente porque ofrecían como paradigmas determinados comportamientos. Y el segundo elemento es la estética. Si tú logras generar en las personas una repugnancia estética hacia determinados comportamientos, esa repugnancia puede ser mucho más eficaz que el medio al castigo. 
 
AP. ¿Y qué papel juega el arte en esa “reapropiación positiva de los límites”?
JG. El arte ha sido en los últimos tres siglos el ideal de liberación, ha contribuido a ese ideal. Ahora deberíamos ser capaces de gestar un arte que hiciera de los límites algo atractivo y que permitirá que los gravámenes que conlleva la convivencia, sean menos gravosos. 
 
A.Petit

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