Alejandro Gutiérrez Liarte

La cuarta pared

A patadas con la cuarta pared. Debemos atravesar esa fina barrera que nos separa de la pantalla y ser partícipes, en la medida de lo posible, del gran regalo que nos entrega todo aquel que dedica su vida al cine. Encontremos una nueva fórmula de interacción entre el cine, nuestra pasión, y nuestra vida.

Veterinario, jugador de rugby, y aficionado al cine y a las letras.

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Pixar o la belleza de lo sencillo

Up.

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Estrenarán en breve 'Coco' y, como no, iremos a verla, pero me pregunto cuál es el techo de Pixar ahora que están viviendo sentados en él.

Me sorprendía el otro día curioseando por internet el último tráiler de la nueva obra en producción de los estudios Pixar, una aparentemente tierna y apetecible historia sobre la música y la persecución de los sueños, Coco.

 

A raíz de este momento, llevo varios días preguntándome acerca de cuál será el techo del cine de animación, y especialmente, del cine que produce magistralmente Pixar.

 

Para reflexionar convenientemente acerca de los logros alcanzados por Pixar, es oportuno analizar también la truculenta historia de su hermano mayor -y ahora padre- Disney. De todos es conocida la historia y el bigote de su creador, el brillante y atormentado Walt Disney. Y digo atormentado, porque amén de los tiempos en los que fueron creadas y estrenadas algunas de sus obras, las sensaciones y los fines que perseguían aquellas películas nunca dejarán de perseguirnos cuando apagamos la luz. Así, veíamos todos que tras las moralejas sencillas del cine infantil, Disney ocultó siempre una cara amarga, dura y atroz que realmente aterraba a su público, y especialmente a los padres de su público, que no alcanzaban a comprender la dureza de alguna de sus historias.

Rey León.



Es inolvidable para todos la pena que nos invadió al ver morir a la madre de Bambi, y como su padre se marchaba a por tabaco y volvía cuando el conejo ya le había educado al hijo. Qué decir de Dumbo, ópera prima del movimiento animalista y en pro del cierre de los circos, y con razón. Pero siendo justos, destacaban obras muy distintas a las anteriores, como fueron Mary Poppins, El Libro de la Selva, o Aladdin, por ejemplo, donde los estudios se olvidaron de la necesidad de crear el trauma para después vender el peluche del héroe, y alcanzaron los momentos más amables de la factoría de los sueños. Para mí, el culmen de Disney llega tarde, con el estreno en 1994 de El rey león. La que dicen adaptada historia del Hamlet de Shakespeare es un reflejo de las dos tendencias Disney en 88 minutos de película apoteósica. Por un lado, la belleza y alegría de Timón y Pumba, las risas de los niños al contemplar al joven Simba divertirse con sus extraños amigos, y por otro, la tibieza y crueldad de la selva, donde Scar, malo por concepción, asesina a su hermano para hacerse con el poder. Siendo insuficiente esta situación, el malvado y desvencijado león de las cicatrices recibe otra de lo mismo de su sobrino, un crecido Simba que ha olvidado todo lo aprendido de los animalitos del bosque para asesinar a su tío con ineludible ánimo de venganza y ansia de recuperar el poder. A cualquiera que le dejaran leer el argumento se pensaría mucho si ponerles esta película a sus hijos o guardarla en un altillo.

 

En contraposición, es el momento de destacar el pulso que siempre ha tenido Pixar desde su aparición en escena con Toy Story en 1995, el tacto a la hora de tocar por partes iguales el intelecto de los niños y el corazón de los mayores. No existe una película de Pixar que sea únicamente adecuada para niños, ni solo apta para los mayores. La habilidad del estudio para alcanzar al gran público con historias perfectas y con narraciones de una nueva época han marcado una diferencia abismal, al menos en los tiempos modernos, con el devenir de Disney. Mentábamos a la opera prima, Toy Story, perfecta película que a todos nos conquistó a través de aquellos animados juguetes, que sin saberlo también consiguieron dar vida a los nuestros en nuestra imaginación. Tras varios estrenos más, Pixar volvió bien arriba con Buscando a Nemo y Los Increíbles. Buscando a Nemo es cine con mayúsculas, para los adultos y para los niños, una aventura colosal a través del océano que solo tiene como hilo conductor la amistad y el amor incondicional, sumado a una perfecta dosis de humor que dibujan unos personajes secundarios perfectos.

Ratatouille.



No obstante, es curioso que tras la absorción de Pixar por parte de Disney, cuando el tiburón grande se comió a la sardina en el año 2006, el rumbo de Pixar no ha hecho sino apuntar más y más alto. Así, la factoría Pixar, encontrándose ya bajo la tutela del hermano mayor alcanza la perfección cinematográfica, y no solo en cuestión de cine de animación, con el lanzamiento de tres filmes sin igual: Ratatouille, WALL-E y Up. Atentando contra el protocolo me voy a dar permiso para hablar de ellas en orden inverso, ya que creo que la ocasión lo merece. Up es el señor Fredicsen, y el señor Fredicsen es Up. Hubiera sido sencillo hacer un personaje simple y ramplón como acabó siendo el señor Wilson de Daniel el travieso, pero la pluma de los creadores dibujó a un inaguantable anciano, que con el devenir de las escenas se cuela dentro de todas las casas y se hace un huequecito con su butaca en una esquina de tu salón. No es justo describir su argumento, pero sí citar textualmente y en el idioma original, por no perder ni un ápice de su significado, la frase del filme: “Thanks for the adventure, now go have a new one”. WALL-E parece una película de otra época, es casi cine mudo, en el que la expresión corporal de un robot enamorado mueven al espectador a todos los extremos del pantone de las sensaciones sin pronunciar apenas un sonido entendible. Otra, y ya van cien, historia de amor perfecta que nos regala Pixar.

 

 

Dejo para el final mi favorita, Ratatouille. Como en el caso de Up, la mayor justicia que se le hace a esta película es viéndola, disfrutando de cada una de sus escenas, y animando a vuestros conocidos y familiares que piensan que el cine de animación es solo para niños, a que inviertan una hora y media de sus vidas en esta oda a la belleza. Sobre el papel, es la historia de un pequeño chef, del origen más humilde imaginable, que oxigenado con la amistad y colaboración de un torpe y amable chaval alcanza la perfección y sus sueños a los mandos de unos fogones en el ilustre Restaurante Gousteau's de París. Para el recuerdo, el gran lema “No cualquiera puede convertirse en un gran artista, pero un gran artista puede provenir de cualquier lado”. Una vez más Pixar vuelve a clavar una película, y también, una pura y sana moraleja alejada de los tópicos y de la simpleza, conquistando de nuevo la belleza de lo sencillo.

 

Estrenarán en breve Coco y, como no, iremos a verla, pero me pregunto cuál es el techo de Pixar ahora que están viviendo sentados en él. Quizás y ojalá el último fin de nuestra factoría sea el de agarrar del brazo a su padre adoptivo, levantarlo, y tocar juntos el cielo del cine, no de animación, sino del cine con mayúsculas.