La La Land ha arrasado en los Globos de Oro. Siete nominaciones y siete galardones. Máximo histórico de los famosos premios del cine internacional. La propuesta cinematográfica de Damien Chazelle es arriesgada: conseguir que un musical hollywoodiense se cuele en los Oscar. Por ahora, con lo que ha conseguido hacerse es con la taquilla americana. La música, la principal protagonista.
El Premio Nobel de Literatura cayó el pasado año en manos de Bob Dylan, lo que levantó una gran polémica. ¿Se merece un músico un galardón que premia las letras? ¿Realmente los poemas de Dylan son de Nobel? Ese es otro debate, ajeno al que quiero plantear pero que tiene una estrecha relación: la música.
El valor de la música es inagotable e incansable. Su presencia en otras disciplinas artísticas –como el cine o la literatura- no solo es un acompañante de éstas, sino que carecen de sentido sin una melodía. Una escena cinematográfica origina un sentimiento u otro dependiendo de la música que le acompaña. ¿Qué imagen tendríamos de Darth Vader sin su peculiar sinfonía que le acompaña? ¿Transmitiría la misma maldad? Por no hablar de las películas románticas o de guerra, cuyo éxtasis de disparos y grandes ejércitos no son lo mismo sin una buena banda sonora.
¿Y la literatura? Pongámonos en la situación de leer un buen libro –ya sea en prosa o en verso- acompañado de una armonía que nos adentra con mayor facilidad en la lectura. No sería lo mismo sin la música.
Y es que la música nos acompaña allá donde vamos. No es de extrañar que cuando volvemos a escuchar una canción después de varios años nos acordemos de algunas vivencias de nuestro pasado que nos trae recuerdos. Así, el éxito de La La Land en los Globos de Oro o la entrega del Nobel de Literatura a Bob Dylan no son más que simples premios. Eso sí, premios también a la música.
