Primera parte del ensayo de Fernando Ortiz

Juan Ramón Jiménez o el arte de adaptar el lenguaje a unas manos

En nuestro repaso por la vida y obras de los grandes poetas españoles, brillantemente elaborado por el poeta Fernando Ortiz, hoy recalamos en la figura de Juan Ramón Jiménez, Premio Nobel de Literatura, y a buen seguro, el poeta un mayor mundo interior desde el Siglo de Oro.
Yo no les voy a dar aquí una lección magistral sobre Juan Ramón Jiménez, porque no soy profesor de Literatura, sino sólo un trabajador gustoso de la Poesía. Y también, porque gran parte de la Obra –así la llamaba él, la Obra con “O” mayúscula- descansa en los archivos de la Universidad de Puerto Rico –donde tanto él como su mujer, Zenobia Camprubí, fueron profesores los últimos años de su vida- . Y por otra parte, los manuscritos que él legó a su casa museo de Moguer, se encuentran hoy en el Archivo Histórico Nacional. Miles de escritos y muchos de ellos excelentes y aún inéditos. Es muy difícil, además, leer correctamente a Juan Ramón. ¿Cómo hacerlo? Hay dos maneras. Una lectura sucesiva, libro a libro, según él los fue publicando (esta lectura puede hacerse en la obra completa que publicó la editorial Aguilar), y una lectura simultánea, pues en sus últimos años corrigió casi toda su obra, desde el primer al último libro. Algunas de sus correcciones cambiaban muchísimo el primitivo texto y, casi siempre, para bien. Aunque una antología con esas correcciones las publicó en 1978 el profesor Sánchez Romeralo, con el título de Leyenda, otras siguen en los archivos esperando a los investigadores que las publiquen. Precisamente Leyenda se abre con un poema corregido –revivido, decía él- de su primer libro, "Nubes", que en Leyenda se llama "Nubes sobre Moguer". El poema se titula "Cuando yo era el niñodiós" y es éste:

Cuando yo era el niñodiós, era Moguer, este pueblo,  
una blanca maravilla; la luz con el tiempo dentro.
Cada casa era palacio y catedral cada templo;
estaba todo en su sitio, lo de la tierra y el cielo;
y por esas viñas verdes saltaba yo con mi perro,
alegres como las nubes, como los vientos, lijeros,
creyendo que el horizonte era la raya del término.

Recuerdo luego que un día en que volví yo a mi pueblo
después del primer faltar, me pareció un cementerio.
Las casas no eran palacios ni catedrales los templos,
y en todas partes reinaban la soledad y el silencio.
Yo me sentía muy chico, hormiguito de desierto,
con Concha la Mandadera, toda de negro con negro,
que, bajo el tórrido sol y por la calle de Enmedio,
iba tirando doblada del niñodiós y su perro:
el niño todo metido en hondo ensimismamiento,
el perro considerándolo con aprobación y esmero.

¡Qué tiempo el tiempo! ¿Se fue con el niñodiós huyendo?
¡Y quién pudiera ser siempre lo que fue con lo primero!
¡Quién pudiera no caer, no, no, no caer de viejo;
ser de nuevo el alba pura, vivir con el tiempo entero,
morir siendo el niñodiós en mi Moguer, este pueblo!

 
La Obra de Juan Ramón es rica y variada, tanto en verso como en prosa. Quizá fue el mejor prosista de su siglo en lengua española además de ser el poeta con un mundo más extenso e intenso desde el Siglo de Oro español. El lenguaje se adaptaba a sus manos como si fuese cera. ¡Y qué diversidad! Desde la crítica, hasta el humor y la caricatura, pasando por la poesía lírica y metafísica están presentes en sus libros. Y no crean que esta inmensa obra surgió de la nada. Él tenía un lema que había tomado del poeta y sabio alemán Goethe que decía así:”Como el astro, sin precipitación y sin descanso”. Si leemos sus primeros poemas, son un poco cursis, deudores de la poesía no precisamente mejor del siglo XIX. Luego hay una época modernista, con mucha influencia de Rubén, Villaespesa y los autores franceses de moda. Es éste un poeta que no merece pasar a la posteridad. Cuando en 1918 recopila suSegunda antología poética (que no se publica hasta 1922, porque Juan Ramón era un obseso de las erratas y las imperfecciones y corregía un texto hasta que él lo consideraba perfecto en la medida de sus posibilidades) ya es un poeta hecho, que influye en la joven literatura (entonces la después llamada Generación del 27), un maestro que por sólo ese libro merece de sobra pasar a nuestra historia literaria. Pero en Diario de un poeta reciéncasado (1916) empieza una nueva época en la que cambia el fondo y la forma. En cuanto a la forma, introduce en la poesía castellana el verso libre (él dice que ese ritmo del verso se lo dieron las olas del mar, pues escribió el libro yendo en barco desde Cádiz hasta Nueva York, donde lo esperaba Zenobia para casarse con él). En cuanto al fondo, es de una gran profundidad. Habla de un dios suyo que él ha conseguido con su constante trabajo y persecución de la belleza a través de toda su vida (“conciencia mía de lo hermoso”, dice que es ese dios). Es un largo camino el que le lleva de un mal epígono de los poetas del xix a través del modernismo hasta una poesía metafísica muy personal y singular y sin duda de las mejores escritas en el mundo en el siglo XX. Él, como Picasso en Pintura, fue un artista en constante renovación. Vean el primer poema de Dios deseado y deseante para que noten, a la vez que su profundidad, la diferencia con la primera época, reflejada espléndidamente en "Cuando yo era el niño Dios".
La Transparencia
 


Dios del venir, te siento entre mis manos,
aquí estás enredado conmigo en lucha hermosa
de amor, lo mismo
que un fuego con su aire.

No eres mi redentor, ni eres mi ejemplo,
ni mi padre, ni mi hijo, ni mi hermano;
eres igual y uno, eres distinto y todo;
eres dios de lo hermoso conseguido,
conciencia mía de lo hermoso.

Yo nada tengo que purgar.
Toda mi impedimenta
no es sino fundación para este hoy
en que, al fin, te deseo;
porque estás ya a mi lado,
en mi eléctrica zona,
como está en el amor el amor lleno.

Tú, esencia, eres conciencia; mi conciencia
Y la de otro, la de todos,
con forma suma de conciencia;
Que la esencia es lo sumo,
es la forma suprema conseguible,
y tu esencia está en mi, como mi forma.

Todos mis moldes llenos
estuvieron de ti; pero tú, ahora,
no tienes molde, estás sin molde; eres la gracia
que no admite sostén,
que no admite corona,
que corona y sostiene siendo ingrave.

Eres la gracia libre,
la gloria del gustar, la eterna simpatía,
el gozo del temblor, la luminaria
del clariver, el fondo del amor,
el horizonte que no quita nada;
la transparencia, dios, la transparencia,
el uno al fin, dios ahora sólito en lo mío,
en el mundo que yo por ti y para ti he creado.
Este dios (con minúscula) de Juan Ramón, ya lo dice en el poema, es su conciencia (“conciencia mía de lo hermoso”, dice literalmente). Es, pues, un dios inmanente, no trascendente. En esto le influyó mucho la Institución Libre de Enseñanza y las doctrinas filosóficas krausistas. (Juan Ramón vivió en la Residencia de Estudiantes, de la que llegó a ser director de publicaciones). “El krausismo –dice el profesor Manuel Ángel Vázquez Medel- da cauce a la inquietud religiosa de Juan Ramón, permitiéndole la elaboración progresiva de una estética –religión inmanente sin credo absoluto, ascetismo espiritual, desarrollo de una norma de perfección moral –que encontrará en Dios deseado y deseante su punto más alto”. Pero con ser tan alta y aún no superada su obra lírica en español, ya les dije que su prosa no es menos importante. Tomemos como ejemplo su obra crítica. J.R. escribió sobre Eliot, Perse y Yeats,(que fueron Premios Nobel) entre otros grandes líricos, muy tempranamente. Y, sin duda, la mayor parte de sus juicios, escritos en una prosa afilada y enormemente personal, han sido confirmados por la posteridad. Era uno de los españoles más y mejor informados de lo que se escribía fuera. Sus estancias en Norteamérica, Francia e Hispanoamérica, junto con su extraordinario olfato poético, le dotaron de una aguda sensibilidad para detectar la mejor poesía que se escribía en buena parte del mundo.
 
 
Pero con ser importante el conocimiento de otras literaturas, no lo era tanto como el de la propia tradición poética en la que se hallaba instalado. Los clásicos, el Romancero, San Juan, Bécquer, el modernismo…, y otros muchos temas de la literatura hispánica le inspiraron páginas memorables y paralelismos extraordinariamente sugerentes. El fue quien, de los miles de voces que dormían desde siglos en los manuales de literatura española, escogió unas pocas, las que le parecían más perfectas y actuales (como a Bécquer), y les dijo, como le dijera Cristo a Lázaro: “Levántate y anda”. Estos clásicos son los que influyeron en el 27 (Cancioneros y romances viejos resonando en las voces nuevas de Lorca y Alberti). Como en un escaparate, puso ante los ojos del 27 a los clásicos más vigentes de nuestra historia literaria.

 
Les voy a señalar uno de una serie de curiosos poemas suyos de la Segunda antología poética. Y digo curiosos porque son los primeros poemas de la literatura española, como señaló el poeta y crítico español Francisco Brines, en los que el paisaje español es visto desde el tren. La visión de un paisaje rápida alejándose en el entonces novísimo invento, el tren, comprenderán ustedes que es muy diferente a si miramos el mismo paisaje detenidos o a caballo. Tántas cosas innovó Juan Ramón en nuestra poesía:

Brisa. El tren para. De la estación reciénregada,
Como una rosa inmensa se va alzando la tarde.
En la bruma vibrante del poniente amarillo,
Tristes cristalerías soñolientas se abren.
El paraje es romántico, lírico, inesperado;
Campanas nunca oídas endulzan el instante…
Quisiera el corazón, cual un niño indolente,
Quedarse,… aunque se fuera… Pero el tren, sordo, parte,
…Y se pasa muy cerca de casas, de jardines,
de un río verde con sombras horizontales…
…A una vuelta, un momento, y por última vez,
surjen, como entre sueños, torres de oro y de encaje…

He hablado antes del Juan Ramón gran prosista crítico. Pero también fue insuperable la prosa ensayística, memorialística, epistolar, aforística, imaginativa… En un proyecto de su obra completa que la enfermad y la muerte le impidieron terminar, reservaba varios volúmenes a su obra en prosa. Para que vean lo viva y divertida que puede ser ésta, les he espigado unas líneas de su libro Por el cristal amarillo:

Don Carlos Girona

Lo suyo me parecía todo lo mejor: su paraguas, su chaleco, sus tarjetas, sus quevedos de oro… Y lo que hablaba. Y sentía una gran indignación cuando los otros señores del casino de los Caballeros –don José Sáenz, que leía a Galdós; don Juan Márquez, don José Joaquín Rasco, don…-se burlaban de lo que decía. Por ejemplo, cuando decíaáccido.
 
-Pero don Carlos, que no es áccido. Vamos por el diccionario.
-A mí no me importa nada el diccionario. Es áccido, y nada más.

En toda mi infancia lo ácido fue áccido para mí. Y la palabra tenía así un mayor poderío: el vinagre, la naranja, la uva agraz. Para mí decir áccido era señalar un elemento. Y lo áccido era mucho más ácido cuando yo pensaba en la pelirroja, verde y pecosa Trinidad.

Han pasado cuarenta años y todavía no me parece ácido tan ácido como áccido.
 
Juan Ramón era, como queda dicho, un gran prosista, y él mismo confesó que puso tanto empeño y trabajo en dejar una obra en prosa tan importante como en verso. Quién no ha leído o ha oído hablar de Platero y yo, el mejor libro de poemas en prosa en lengua española. La presencia de la Mujer, junto con la Obra y la Muerte, son los tres grandes temas que vertebran sus libros. De la muerte habla uno de sus poemas más intensos y famosos, "Y se quedarán los pájaros cantando":
 
Y se quedarán los pajaros cantando 

…Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando.
Y se quedará mi huerto con su verde árbol
y con su pozo blanco.

Todas las tardes el cielo será azul y plácido,
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las esquilas del campanario.

Se morirán los que me amaron
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y lejos del bullicio distinto, sordo, raro
del domingo cerrado,
del coche de las cinco, de las barcas del baño,
en el rincón oculto de mi huerto encalado,
entre la flor, mi espíritu errará callando.

Y yo me iré, y seré otro, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido…
Y se quedarán los pájaros cantando.


Mañana, segunda parte
Fernando Ortiz

Fernando Ortiz

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