Se conmemora el bicentenario del nacimiento del gran poeta y escritor José Zorrilla (1817-1893). Autor de poemas inolvidables como el que le dio a conocer en el entierro de Larra (“Ese vago clamor que rasga el viento es la voz funeral de una campana”), o el mítico Oriental que casi todos los españoles han recitado alguna vez (“Corriendo van por la vega a las puertas de Granada hasta cuarenta gomeles y el capitán que los manda”), Zorrilla alcanzó también la inmortalidad con sus obras de teatro, sobre todo Traidor, inconfeso y mártir y Don Juan Tenorio, el clásico que no ha dejado de representarse año tras año desde su estreno. Don Juan Tenorio es la obra más popular y emblemática de toda la historia del teatro español. Desde su estreno en el Coliseo de la Cruz de Madrid en 1844, se han sucedido cientos de versiones e interpretaciones de tenorios por toda España.
Zorrilla, al contrario que otros grandes poetas románticos como Bécquer o Espronceda, gozó de una vida larga y pudo saborear las mieles del éxito durante largos períodos de su fecunda existencia. Pero en ese bicentenario resulta apasionante recordar la escenografía que otro mito español, Salvador Dalí, creara allá por la década de los 50 del siglo pasado para la representación del Tenorio. El Museo Reina Sofía alberga hoy parte de esa colección.
Los más grandes actores españoles desde Guillermo Marín hasta Francisco Rabal, pasando por Enrique Guitart, Armando Calvo, Carlos Ballesteros, Ramón Langa, Carlos Lemos… se enorgullecieron de haber representado el Tenorio. La primera versión cinematográfica se remonta a 1922. Una película dirigida por Ricardo de Baños y protagonizada por el entonces galán Fortunio Bonanova.
Luis Buñuel, como anécdota curiosa, recordaba haber organizado representaciones en la Residencia de Estudiantes en torno a 1924. En el reparto nada menos que Salvador Dalí en el papel de don Luis Mejía, y Federico García Lorca como el Escultor.
Museo Reina Sofía.
Dalí (1904-1989) se consideró a sí mismo como un artista eminentemente teatral y volcado en el arte de las imágenes. Desde sus incursiones cinematográficas (Un chien andalou (1929) y La edad de oro (1931) de Luis Buñuel, Spellbound (1945) de Alfred Hitchcock o Destino (1946) de Walt Disney), pasando por la confección de decorados y vestuario para teatro, ópera y ballet, el genio de Dalí se pone al servicio del mundo de las artes escénicas y la imaginería fílmica.
Montajes en los que intervino Dalí fueron nada menos que Mariana Pineda, de Lorca (Compañía Margarita Xirgu. Teatro Goya Barcelona, 1927); Rosalinda o Como gustéis, de Shakespeare (Dirigida por Luchino Visconti. Roma, 1948); Salomé, de Oscar Wilde, con música de Richard Strauss (Director: Peter Brook. Convent Garden de Londres, 1949); Gala, ballet de Dalí-Béjart, y La dama española y el caballero romano, ópera-ballet de Scarlatti (Teatro La Fenice de Venecia, 1961).
En 1949, Luis Escobar (1908 - 1991) se propone llevar a escena una versión revolucionaria e innovadora de Don Juan Tenorio de Zorrilla. Para conseguir este fin, no duda en encargar la realización de los decorados y el vestuario a Salvador Dalí. Escobar se trasladó a Cadaqués, mantuvo varias entrevistas con el genial artista, y le convenció para que hiciera los figurines y la escenografía de la obra de Zorrilla. El ministerio del que dependía la cultura teatral no podía pagar los emolumentos que solía cobrar el genio. Pero Escobar le convenció, y aceptó el encargo por una cantidad muy inferior a lo que normalmente cobraba.
Dalí acogió con gran entusiasmo el encargo de diseñar la escenografía y los figurines para el Don Juan Tenorio, porque, tal y como reconoce en sus propias palabras: “Estaba escrito que yo tenía que hacer un Tenorio. Es una obra típicamente daliniana. Era absolutamente inevitable”.
La finalidad del proyecto era modernizar la puesta en escena del Tenorio ajustándose al original y potenciando el carácter fantástico-religioso que el propio dramaturgo señalaba para su drama. La idea de Dalí era crear un ambiente sugestivo y poético, utilizando decorados simples pero dotados de gran carga simbólica en los caracteres de los personajes: la azucena en Doña Inés, la tornera sin rostro, la inocente paloma en la jaula, el mal augurio en la rotura de un plato o las continuas calaveras. Es como un presagio del destino trágico de Don Juan: Amor, muerte, sensualidad.
La obra fue estrenada en el Teatro María Guerrero de Madrid el 1 de noviembre de 1949, bajo la dirección escénica de Luis Escobar y Huberto Pérez de la Ossa. Posteriormente, hubo dos reposiciones una fue en el Teatro María Guerrero, el 3 de noviembre de 1950, y la última en el Teatro Español, el 30 de octubre de 1964. y con ilustraciones musicales de Regino Sáinz de la Maza. Don Juan aparece surcado por mariposas y en determinadas escenas una cresta de gallo rodea su cabeza. Doña Inés se asemeja a una flor de lirio o a una paloma enjaulada. En las escenas finales, los esqueletos, las apariciones y los efectos especiales revelan la inspiración daliniana que en efecto entronca de forma natural y atractiva con la noche de todos los santos y con el texto brillante del autor. Una puesta en escena onírica, entre gótica y surrealista que sorprendió en su época y que aún hoy continúa provocando.
Katy Villagra juzgó el trabajo: “El decorado ideado por Dalí para este acto es un prodigio de belleza e ingenio y otro ejemplo más de su famoso método paranoico-crítico: las enormes calaveras que vemos de lejos nos ofrecen otra imagen, si nos acercamos: las cuencas de los ojos son, en realidad, dos girasoles; la nariz, las hojas verdes de la flor y su enorme boca, que semeja, más que dientes, las teclas de un piano, son las mangas del vestido de unas bellas mujeres-columna, de pecho descubierto, unidas por los brazos. Estas columnas y flores se unen formando una cadena de impresionantes calaveras. Lo bello (mujeres, flores, sexo) frente a lo lúgubre (calaveras, castigo, muerte). Una vez más la pulsión sexual unida a la muerte, tan inherente al mito donjuanesco”.
En 1952 la representación del Teatro María Guerrero se llevó al cine en un experimento fílmico notable, una especie de Estudio Uno cuando este programa aún no se había inventado ni existía la Televisión Española. Alejandro Perla dirigió la película con un reparto de grandes nombres como Enrique Diosdado, María Carmen de Mendoza, José María Rodero, Carmen Seco, Amelia de la Torre y Adolfo Marsillach.
El toque surrealista y mágico de Dalí confiere al Tenorio una imagen única, fascinante. Es el encuentro de dos genios y de un mito. Merece la pena recordarlo en este bicentenario.