Entrevista a Pablo Neruda

"La envidia llega a veces a ser una profesión"

Dijo García Márquez sobre él: "El más grande poeta del siglo XX en cualquier idioma". Y ciertamente, más allá de gustos y de filias y fobias que abundan en el panorama literario, así se le reconoció en su día. Hoy, el poeta chileno ocupa un lugar preeminente en el Olimpo de la literatura, más aún, de la palabra.
La máquina del tiempo sigue dando problemas. Algo se avería con cada viaje que la deja inutilizada durante meses y el doctor Stoicescu, más amigo de la siesta recién descubierta que del trabajo, tampoco es el vivo ejemplo de la diligencia.
 
Finalmente, tras semanas de presiones orquestadas y pulcramente ejecutadas tanto por mí como por el redactor jefe de RitmosXXI.com, Miguel Mirón, el doctor se puso manos a la obra. “Es un fusible, que se ha fundido”, dijo tranquilamente. En un santiamén, la máquina estuvo lista para nuestro siguiente viaje. La decisión estaba tomada desde hace tiempo: Pablo Neruda.
 
Las coordenadas fueron sencillas: Chile, año 1972, justo un año después de la recepción del Premio Nobel.
 
*****
 
 La máquina me dejó frente a una casa costera, no sé si típica chilena o no, pero muy hermosa. Frente a un profundísimo mar, sin duda se trataba de Isla Negra, la casa de Neruda. Entre donde yo estaba y el hogar, un jardín distaba. Al acercarme, vi que mi objetivo estaba allí, tomando el aire. Perdida, tras unas cuantas entrevistas en el tiempo, la vergüenza y con decisión, me acerqué.
 
- ¿Pablo Neruda?
- Soy yo, si y ¿usted quién es?
- Verá, mi nombre es Álvaro, y vengo del siguiente siglo
- ¿Del veintiuno?
- Sí eso es, del veintiuno. Verá, vengo para hacerle una entrevista para mis lectores...
- Señor Álvaro, soy muy amigo de fantasías pero ahora mismo estoy agotado y no tengo tiempo ni espíritu para dedicarme a ellas con usted
- Que no, don Pablo, que le digo la verdad.
 
Y como iba siendo costumbre, le enseño mi teléfono móvil y las entrevistas anteriormente realizadas. Neruda se convence y sorpresivamente, acepta.
 
- Pero no vaya diciendo por ahí que viene usted del siguiente siglo porque lo más seguro es que acabe en una institución psiquiátrica.
- Entendido. ¿Empezamos?
 
 
Pregunta. ¿Cómo llegó usted al mundo de la poesía?
Respuesta. Me refugié en la poesía con ferocidad de tímido. Aleteaban sobre Santiago [de Chile] las nuevas escuelas literarias. En la calle Maruri 513 terminé de escribir mi primer libro. Escribía dos, tres, cuatro y cinco poemas al día.
 
P. ¿Habla usted de Crepusculario?
R. Sí, así es. Para pagar la impresión tuve dificultades y victorias cada día. Mis escasos muebles se vendieron. A la casa de empeños se fue rápidamente el reloj que solemnemente me había regalado mi padre, reloj al que él había hecho pintar dos banderitas cruzadas. Al reloj siguió mi traje negro de poeta.
 
P. Tenía usted un impresor que para qué las bromas…
R. Era inexorable y, al final, lista totalmente la edición y pegadas las tapas, me dijo con aire siniestro: “No. No se llevará ni un solo ejemplar sin antes pagármelo todo”. El crítico Alone aportó generosamente los últimos pesos, que fueron tragados por las fauces de mi impresor; y salí a la calle con mis libros al hombro, con los zapatos rotos y loco de alegría.
 
P.¿Cómo vivió ese momento en el que tenía entre sus manos su primera obra?
R. Es un momento que ya nunca más volverá. Vendrán muchas ediciones más cuidadas y bellas. Llegarán sus palabras trasvasadas a la copa de otros idiomas como un vino que cante y perfume en otros sitios de la tierra. Pero ese instante en que sale fresco de tinta y tierno de papel el primer libro, ese minuto arrobador y embriagador, con sonido de alas que revolotean y de primera flor que se abre en la altura conquistada, ese minuto está presente una sola vez en la vida del poeta.

 
 
P. Tras Crepusculares llegan los Veinte poemas, quizá su libro más famoso
R. Buscando mis más sencillos rasgos, mi propio mundo armónico, empecé a escribir otro libro de amor. El que usted dice. Los Veinte poemas de amor y una canción desesperada son un libro doloroso y pastoril que contiene mis más atormentadas pasiones adolescentes, mezcladas con la naturaleza arrolladora del sur de mi patria. Es un libro que amo porque a pesar de su aguda melancolía está presente en él el goce de la existencia.
 
P. ¿Cómo ve, ahora que ha pasado tanto desde sus primeros paso y ostenta el Nobel, su trayectoria?
R. Nunca pensé, cuando escribí mis primeros solitarios libros, que al correr de los años me encontraría en plazas, calles, fábricas, aulas, teatros y jardines, diciendo mis versos. He recorrido prácticamente todos los rincones de Chile, desparramando mi poesía entre la gente de mi pueblo.
 
Yo encontré mi época trastornada por las revoluciones de la cultura francesa. Siempre me atrajeron, pero de alguna manera no le iban a mi cuerpo como traje. Huidobro, poeta chileno, se hizo cargo de las modas francesas que él adaptó a su manera. A veces me pareció que superaba a sus modelos. Algo así pasó, en escala mayor, con la irrupción de Rubén Darío en la poesía hispánica. Pero Rubén Darío fue un gran elefante sonoro que rompió todos los cristales de una época del idioma español para que entrara en su ámbito el aire del mundo.
 
P. Y entró. ¿Cómo fue y es su relación con el idioma?
R. No se puede vivir toda la vida con un idioma, moviéndolo longitudinalmente, explorándolo, hurgándole el pelo y la barriga, sin que esta intimidad forme parte del organismo. As#38;iacute; me sucedió a mí con la lengua española. La lengua hablada tiene otras dimensiones; la lengua escrita adquiere una longitud imprevista. El uso del idioma como vestido o como la piel en el cuerpo; con sus mangas, sus parches, sus transpiraciones y sus manchas de sangre o sudor, revela al escritor. Esto es el estilo.
 
Neruda y la crítica
 
P. Dicen de usted, llenos de extrañeza, que es un hombre feliz
R. Los poetas tenemos derecho a ser felices, sobre la base de que estamos férreamente unidos a nuestros pueblos y a la lucha por su felicidad. “Pablo es uno de los pocos hombres felices que he conocido” dice Ilya Ehrenburg en uno de sus escritos. Ese Pablo soy yo y Ehrenburg no se equivoca.  Comprendo que la probable felicidad ofende a muchos. Pero el caso es que yo soy feliz por dentro. Tengo una conciencia tranquila y una inteligencia intranquila.
 
P. La crítica y los críticos le achacan su nivel de vida. Le llaman despectivamente, “poeta burgués”.
R. A los críticos que parecen reprochar a los poetas un mejor nivel de vida, yo los invitaría a mostrarse orgullosos de que los libros de poesía se impriman, se vendad y cumplan su misión de preocupar a la crítica. A celebrar que los derechos de autor se paguen y que algunos autores, por lo menos, puedan vivir de su santo trabajo. Este orgullo debe proclamarlo el crítico.
 
 
P. Aunque usted hable en genérico, la realidad es que esos ataques se centran en usted.
R. Cuando leí hace poco los párrafos que me dedicó un crítico joven, brillante y eclesiástico, no por brillante me pareció menos equivocado. Según él mi poesía se resentía de feliz. Me recetaba el dolor. De acuerdo con esta teoría una apendicitis produciría excelente prosa y una peritonitis posiblemente, cantos sublimes. Yo sigo trabajando con los materiales que tengo y que soy. Soy omnívoro de sentimientos, de seres, de libros, de acontecimientos y batallas. Me comería toda la tierra. Me bebería todo el mar.
 
P. ¿Cómo lleva la férrea crítica a la que está sometida su obra?
R. Es natural que mi poesía esté sometida al juicio tanto de la crítica elevada como expuesta a la pasión del libelo. Esto entra dentro del juego. En esa discusión no tengo voz, pero si voto. Para la crítica de las esencias mi voto son mis libros, mi entera poesía. Para el libelo enemistoso tengo también el derecho de voto y este también está constituido por mi propia y constante creación.
 
P. He leído, no sé dónde, que cuando usted empezó los poetas eran personajes que no merecían ningún respeto, al menos en su país. ¿Era así realmente?
R. En los tiempos en los que empecé a escribir, el poeta era de dos características. Unos eran poetas grandes, señores que se hacían respetar por su dinero, que les ayudaba en su legítima o ilegítima importancia. La otra familia de poetas era la de los militantes errabundos de la poesía, gigantes de cantina, locos fascinadores, atormentados sonámbulos.  Yo me lancé a la vida más desnudo que Adán, pero dispuesto a mantener la integridad de mi poesía. Esta actitud irreductible no sólo valió para mí, sino para que dejaran de reírse los bobalicones.
 
P. Permítame que abunde un poco más en su relación con la crítica, ya que me sorprende lo mucho que le atacaron y cómo le veneran ahora.
R.  A mí me llamaron un muerto de hambre en mi mocedad. Ahora me hostilizan haciendo creer a la gente que soy un potentado, dueño de una fabulosa fortuna que si bien no tengo, me gustaría tener, entre otras cosas, para molestarlos más.
 
P. ¿Las críticas se dirigían sólo a su supuesta fortuna?
R. No, que va. Otros miden los renglones de mis versos probando que yo los divido en pequeños fragmentos o los alargo demasiado. No tiene ninguna importancia. ¿Quién instituye los versos más cortos o más largos, más delgados o más anchos, más amarillos o más rojos? El poeta que los escribe es quien lo determina. Lo determina su respiración y con su sangre, con su sabiduría y su ignorancia, porque todo ello entra en el pan de la poesía.
 
P. ¿Cómo debe ser, a su juicio, el poeta?
R.  El poeta que no sea realista va muerto. Pero el poeta que sólo sea realista va muerto también. El poeta que sea sólo irracional será entendido sólo por su persona y por su amada, y esto es bastante triste. El poeta que sea sólo racionalista, será entendido hasta por los asnos, y esto también es sumamente triste. Para tales ecuaciones no hay cifras en el tablero, no hay ingredientes decretados por Dios ni por el Diablo, sino que estos dos personajes importantísimos mantienen una lucha dentro de la poesía y en esta batalla vence uno y vente otro, pero la poesía no puede quedar derrotada.
 
P. ¿Y qué me dice de la originalidad? ¿un mantra más?
R. Yo no creo en la originalidad. Es un fetiche más, creado en nuestra época de vertiginoso derrumbe. Creo en la personalidad a través de cualquier lenguaje, de cualquier forma, de cualquier sentido de la creación artística. Pero la originalidad delirante es una invención moderna y una engañifa. Hay quienes quieren hacerse elegir Primer Poeta de su país, de su lengua o del mundo. Entonces corren en busca de electores, insultan a los que creen con posibilidades de disputarles el cetro y de ese modo, la poesía se convierte en una mascarada.
 
 
P. En cuanto a su poesía, ¿conserva el mismo tono ahora que con Crepusculario?
R.  Conservo mi tono propio que se fue robusteciendo por su propia naturaleza, como crecen las cosas vivas. Es indudable que las emociones forma parte principal de mis primeros libros, ¡y ay del poeta que no responde con su canto a los tiernos y furiosos llamados del corazón!. Sin embargo, después de cuarenta años de experiencia, creo que la obra poética puede llegar a un dominio más substancial de las emociones.
 
P. Perdone Don Pablo, pero no me he enterado de nada…
R. (Esboza una sonrisa y resopla). Creo en la espontaneidad dirigida. En buena parte de mi obra he querido probar que el poeta puede escribir sobre lo que se le indique, sobre aquello que sea necesario para una colectividad humana. Casi todas las obras de la antigüedad fueron hechas sobre la base de estrictas peticiones. Las Geórgicas son la propaganda de los cultivos en el agro romano.
 
P. Le pido, de nuevo, permiso para cambiar de tema. Hábleme de Matilde, su mujer…
R. Lo he dicho todo en mis Cien sonetos de amor. Tal vez estos versos definen lo que ella significa para mí. La tierra y la vida nos unieron. Y aunque esto no interesa a nadie, somos felices. Dividimos nuestro tiempo común en largas permanencias en la solitaria costa de Chile. Matilde canta con voz poderosa mis canciones. Yo le dedico cuanto escribo y cuanto tengo. No es mucho, pero ella está contenta.
 
P. Hecha la disgresión, volvamos al llamado “mundo literario”. ¿Tiene muchos enemigos, señor Neruda?
R. Supongo que los conflictos de mayor o menor cuantía entre los escritores han existido y seguirán existiendo en todas las regiones del mundo. En la literatura del continente americano abundan los grandes suicidas. Los pequeños rencores se exacerban en América Latina. La envidia llega a veces a ser una profesión.  En cuanto a mí, me han tocado en suerte tan persistentes y pintorescos envidiosos…
 
P. ¿Y nunca le han irritado?
R.  Es posible que alguna vez me irritaran esas sombras persecutorias. Sin embargo, la verdad es que cumplían involuntariamente un extraño deber propagandístico, tal como si formaran una empresa especializada en hacer sonar mi nombre. Pero fíjese, la muerte trágica de uno de esos sombríos contrincantes ha dejado una especia de hueco en mi vida. Tantos años mantuvo su beligerancia hacia cuanto yo hacía que al no tenerla extraño su carencia.
 
Neruda y España
 
P. Su relación con España es una relación de amor. Me encantaría que me hablara de su libro España en el corazón.
R. La guerra comenzaba a perderse. Los poetas acompañaron al pueblo español en su lucha. Federico ya había sido asesinado en Granada. Miguel Hernández, de pastor de cabras se había transformado en verbo militante. Con uniforme de soldado recitaba sus versos en primera línea de fuego. Manuel Altolaguirre seguía con sus imprentas. Instaló una en pleno frente del Este, en un monasterio, cerca de Gerona. Allí se imprimió de manera singular mi libro.
 
P. ¿Cómo se gestó ese libro?
R. Los soldados del frente aprendieron a parar los tipos de imprenta. Pero entonces faltó el papel. Encontraron un viejo molino y allí decidieron fabricarlo. Extraña mezcla la que se elaboró entre bombas que caían, en medio de la batalla. De todo le echaban al molino, desde una bandera del enemigo hasta la túnica ensangrentada de un soldado moro. A pesar de todo, el papel quedó muy hermoso. Los pocos ejemplares que de ese libro se conservan, asombran por la tipografía y por los pliegos de misteriosa manufactura.
 
 
P. Pero, si mis datos no están mal, apenas impreso el libro, la República cayó definitivamente
R. No están mal sus datos. Así fue. Cientos de miles de hombres fugitivos repletaron las carreteras que salían de España. Era el éxodo de los españoles, el acontecimiento más doloroso de la historia de España.
 
Con esas filas que marchaban al destierro iban los sobrevivientes del ejército del Este, entre ellos Manuel Altolaguirre y los soldados que hicieron el papel e imprimieron España en el corazón. Mi libro era el orgullo de esos hombres que habían trabajado mi poesía en un desafío a la muerte. Pero más allá de las fronteras, trataron brutalmente a los españoles que llegaban al exilio y en una hoguera, fueron inmolados los últimos ejemplares de aquel libro ardiente que nació y murió en plena batalla.

El Premio
 
P. Y ya para terminar, me gustaría tratar el tema del Premio Nobel. Es una larga historia la suya con el Nobel ¿no?
R. Durante muchos años sonó mi nombre como candidato sin que ese sonido cristalizara en nada. En el año 1936 fue serio.
 
P. Pero no se lo dieron…
R.  No, no me lo dieron. Por la tarde me vinieron a ver los embajadores suecos. Me traían una cesta con botellas y delicatesen. La habían preparado para festejar el Premio Novel que consideraban seguro para mí. No estuvimos tristes y tomamos un trago por Seferis, el poeta griego que lo había ganad. Ya al despedirse, el embajador me llevó a un lado y me dijo:
 
- Con seguridad la prensa me va a entrevistar y no sé nada al respecto. ¿Puede decirme quién es Seferis?
- Yo tampoco lo sé – le respondí.
 
P. Y por fín llegó el premio, el año pasado
R.  Estaba yo en París, recién llegado a cumplir mis tareas de embajador de Chile, cuando empezó a aparecer otra vez mi nombre en los periódicos. Matilde y yo fruncimos el ceño. Acostumbrados a la anual decepción, nuestra piel se había tornado insensible. A las once y media del 21 de octubre me llamó el embajador sueco para pedirme que lo recibiera, sin anticiparme de qué se trataba, lo que no contribuyó a apaciguar los ánimos.  En ese momento una radio de París lanzo un flash, anunciando que el Premio Nobel 1971 había sido otorgado al “poètte chilien Pablo Neruda”.
 
- Muchísimas gracias por su tiempo, Don Pablo
- De nada joven amigo.
- ¿Sabe?, me lo imaginaba diferente… - carraspeé un poco, dubitativo – más serio
- ¿A sí? ¿y cómo cree ahora que soy?
- Más amistoso de lo que yo creía
 
Sus risas resonaron en el jardín de Isla Negra. Tras un apretón de manos, salí satisfecho del encuentro. “Un hombre curioso, sin duda uno de los grandes poetas de la lengua española”, pensé justo antes de marchar en mi móvil la clave para regresar a mi tiempo.

Las respuestas de esta entrevista han sido tomadas, literalmente,
de las memorias de Pablo Neruda, Confieso que he vivido
A.Petit (Sígueme en @apetitz)

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