Conmemoración del centenario de la obra de Ortega

Una propuesta de relectura de Meditaciones del Quijote

El profesor Ignacio Blanco, periodista e investigador de la Fundación José Ortega y Gasset ofrece en este amplio artículo las claves para leer (o releer) la obra del filósofo. Accesible para los lectores poco habituados a Ortega, el artículo del profesor Blanco contiene, en suma, un itinerario de lectura sin engaños.
José Ortega y Gasset apenas escribió libros. En rigor, entre las 10.000 páginas que suma la última edición de sus Obras completas (10 volúmenes, Fundación José Ortega y Gasset / Taurus, 2004-2010), acaso encontremos un solo libro redactado en sentido estricto como tal libro, y es este de las Meditaciones del Quijote, que vio la luz en 1914 y cuyo centenario se conmemora. El resto de su obra la componen, en su inmensa mayoría, artículos de periódico; también cursos, conferencias, prólogos, discursos. Este simple hecho dice poco y a la vez lo dice todo del gran pensador español contemporáneo. Después veremos por qué; antes hay que decir una palabra sobre la obra homenajeada.
 
En ese primer libro, un libro único e inacabado, ya está contenida la semilla germinal del sistema filosófico de Ortega. Tan es así, que para aprehender la sustancia última y radical del raciovitalismo no queda más remedio que sumergirse en la lectura de estas meditaciones. Una lectura que, dicho sea como advertencia, debe hacerse despacio, en silencio, sin distracciones circundantes. La prosa de este joven Ortega de 30 años, a la sazón catedrático de Metafísica que lleva más de una década publicando artículos de periódico, se vuelve 
intrincada y compleja en las Meditaciones del Quijote. No es un texto fácil; de hecho, es de los textos más complejos de este autor.
 
Una lectura, la de las Meditaciones, que, dicho sea como advertencia, debe hacerse despacio,
en silencio, sin distracciones circundantes
Procede preguntarnos qué son las “Meditaciones del Quijote”. Pero al hacerlo no quisiera entretener al lector con detalles prosaicos, detalles que además ya han sido explicados por otros estudiosos de Ortega. Diré tan solo –en deferencia a lectores poco familiarizados con el autor– que el título puede inducir a engaño si se espera encontrar un tratado sobre la enorme obra cervantina. Es, ciertamente, un título anfibológico: no revela si trata sobre las andanzas de Alonso Quijano, sobre la manera en que este hombre vio su vida o sobre la novela escrita por Cervantes. Ni siquiera sabemos si simplemente son las meditaciones del propio Ortega a propósito de la lectura del Quijote, o incluso que el filósofo se autodefina en el título como un quijote meditabundo.
 
Hay que tener paciencia con esta obra orteguiana, pues el enigma tampoco queda desvelado cuando terminamos de leerla. Como señaló con acierto Francisco José Martín en Revista de Occidente (mayo de 2005), se queda el lector con la sensación extraña de que no ha conseguido apresar algo prometido desde el comienzo, una sensación como de orfandad o cierto vacío. Y es que estamos ante un ensayo inacabado. Consta de un prólogo titulado “Lector…”, una “Meditación preliminar” y una “Meditación primera”. Eso es todo. No hay más, a pesar de que Ortega había proyectado una serie de diez meditaciones.
 
Ahora bien, ¿qué hay en lo que hay? Todo, amigo lector. En las escasas ochenta páginas de Meditaciones del Quijote está todo Ortega; y aún diría más: el arcano de su pensamiento se concentra específicamente en el prólogo: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo” (OC, tomo I, p. 757). En mi opinión, la obra orteguiana posterior a 1914, muy rica en forma y fondo, no es sino una prolongación de esta raíz radical de su filosofía.
 
Atención a estos dos conceptos: circunstancia y salvación. Esta filosofía de la vida que se eleva sobre los hombros del racionalismo y rebasa el simple vitalismo, nos revela que la vida es la vida de todo hombre que, aquí y ahora, se encuentra con que tiene que vivirla. La vida no nos es dada ya hecha y vivida. La vida hay que vivirla. No nos queda más remedio que vivir nuestra vida. Vivir es escribir nuestra propia biografía. La vida es biografía. Ahora bien, la construcción del proyecto vital que tenemos inexorablemente que afrontar está determinada por las circunstancias en que esa vida comienza y se desarrolla. Ortega parece interpelarnos a cada uno de nosotros: ¿Cuáles son tus circunstancias, querido lector?
 
La circunstancia está compuesta por las realidades que nos circundan aquí y ahora. No son realidades de otra época; son estas. No son circunstancias de otros hombres; son tus circunstancias, ¿no las ves? No hay alternativa vital posible: vivir consiste en hacerlas tuyas y con-vivir con estas tus circunstancias. Al enunciar esta explicación filosófica de algo tan inmediato y evidente como las propias circunstancias corremos el riesgo de una hermenéutica intangible y abstracta, y nada más lejos de la realidad: las circunstancias de Ortega en 1914 fueron la España de la Restauración, con la podredumbre de su sistema de partidos y una política fétida, clientelista e ineficaz; la brecha científica y cultural entre España y Alemania; la posibilidad del horizonte europeo que se desvanece con la devastación de la Gran Guerra, etc.
Las circunstancias de Ortega en 1914 fueron la España de la Restauración, con la podredumbre de su sistema de partidos y una política fétida, clientelista e ineficaz
 
Todos vivimos nuestra vida atenazados por nuestras circunstancias; circunstancias que no hemos escogido sino que devienen como una imposición inapelable que nos coloca en una posición determinada. Pues bien, desde esta posición que “ocupamos fatalmente en el universo” se ve la vida como se ve. Nos lo explica Ortega en el texto “Verdad y perspectiva”: he ahí un hecho absoluto, la sierra del Guadarrama. Desde la vertiente segoviana se ve una sierra diferente a la sierra que se ve desde Madrid. ¿Tendrá sentido que el segoviano y el madrileño disputen sobre cuál de las dos visiones es la verdadera sierra del Guadarrama? “Las dos lo son”, dice Ortega, cada una congruente con el punto de vista que adopta el espectador. Dicho de otro modo, que una misma realidad se multiplica en tantas realidades como observadores la miran, y cada una de ellas es verdadera de acuerdo con la posición desde la que se mira.
 
Esta es una de las lecciones más esclarecedoras que pobres individuos tecnológicos como nosotros podemos extraer de la relectura de Meditaciones del Quijote a los cien años de su publicación: la realidad que vemos, pensamos, conceptualizamos puede ser una realidad completamente diferente para el Otro. Todo depende de las circunstancias en las que cada uno se halle. ¡Si esto se comprendiera cuántos conflictos se desvanecerían! Los enfrentamientos entre los hombres son la mayoría de las veces confrontaciones de puntos de vista.
 
Nos asomamos al precipicio de un problema vital de primer orden y que la Fenomenología trata de explicarnos: la realidad que se presenta ante nosotros solo es una parte de esa realidad. Cuando miramos la naranja que está ahí, sobre la mesa, sentimos que vemos la naranja completa; pero no reparamos en que solo una de sus dimensiones es la que aparece proyectada en nuestra retina, y que quedan ocultas a nuestra visión dos terceras partes de la naranja. Sin embargo, ¿por qué sentimos que al ver la naranja la vemos entera, sin amputaciones? El hecho es que nuestra mente completa el resto de la esfera cítrica que el ojo no ve.
 
Así se produce nuestra comprensión de la mayor parte del mundo. En rigor es una comprensión intelectual del mundo. Más que ver las cosas lo que hacemos es pensarlas. ¿Cómo se ha construido nuestra concepción del mundo? Determinada por la circunstancia en que nos vimos incardinados al nacer. “El hombre es fundamentalmente un heredero”, dice Ortega, y con ello responde a la pregunta de por qué pensamos como pensamos y de dónde vienen estas ideas y opiniones que tenemos.
 
¿Y la salvación? ¿Qué es, en este contexto, la salvación? ¿Por qué escribe Ortega “y si no la salvo a ella, no me salvo yo”? El propio autor lo explica en el prólogo de Meditaciones: “Dado un hecho –un hombre, un libro, un cuadro, un paisaje, un error, un dolor– llevarlo por el camino más corto a la plenitud de su significado. Colocar las materias de todo orden, que la 
vida, en su resaca perenne, arroja a nuestros pies como restos de un naufragio, en postura tal que dé en ellos el sol innumerables reverberaciones” (tomo I, p. 747).
Solo en la medida
en que comprendo
las cosas en la plenitud de su significado, puedo disponer con ellas
mi proyecto vital
Es todo un programa de vida. Convinimos que vivir es vivir en unas circunstancias dadas. Estas circunstancias, que son la suma de las realidades que la vida pone ante nosotros, son los mimbres con que tenemos que tejer nuestra biografía. No hay otros; son estos mimbres de aquí y de ahora. Este fatalismo es el que debe llevarnos a mirar esa realidad con amor intellectualis, o sea, con sincero y afectuoso afán de comprender las cosas. Pues solo en la medida en que comprendo las cosas en la plenitud de su significado, puedo disponer con ellas mi proyecto vital: “Hay en toda cosa la indicación de una posible plenitud”.
 
Pero hay más: si salvar las cosas es llevarlas a la plenitud de su significado, al hacerlo salvamos nuestra propia vida: “Yo sospecho –escribe Ortega– que, merced a causas desconocidas, la morada íntima de los españoles fue tomada tiempo hace por el odio, que permanece allí artillado, moviendo guerra al mundo” (tomo I, p. 748). Este imperativo del amor intellectualis mueve toda la obra orteguiana, y lo hace con un mensaje claro e inequívoco: Yo quisiera proponer en estos ensayos a los lectores más jóvenes que yo, únicos a quienes puedo, sin inmodestia, dirigirme personalmente, que expulsen de sus ánimos todo hábito de odiosidad y aspiren fuertemente a que el amor vuelva a administrar el universo” (tomo I, p. 749).
 
En conclusión, la relectura de Meditaciones del Quijote con motivo del centenario de su publicación se presenta como una ocasión propicia para reflexionar sobre la tolerancia y la inteligencia, sobre el problema que es vivir, sobre el modo en que la comprensión de la realidad difiere en función de las circunstancias de cada uno, sobre la necesidad de acercarnos a las cosas con afán de comprender realmente la plenitud que hay en cada una de ellas.
 
Y un último aviso al lector poco familiarizado con Ortega que haya decidido sumergirse en la lectura de las Meditaciones: no menor a estos hallazgos de orden intelectivo será el placer que le producirá la descripción que hace Ortega del Bosque de la Herrería, junto a El Escorial, descripción que arropa y enmarca la “Meditación preliminar”. Ahí comprenderá que Ortega no es solo la primera inteligencia española, sino también uno de los más sublimes escritores en lengua castellana. 
 
(*)Ignacio Blanco es Doctor en Ciencias de la Información e investigador de la Fundación José Ortega y Gasset. Dedicó su tesis doctoral a la obra periodística del filósofo. 
Ignacio Blanco (*)

Ignacio Blanco (*)

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