Razones para el Siglo XXI

Razones para el Siglo XXI

Fernando Alonso Barahona (Madrid, noviembre 1961). Abogado y escritor. Jurado de premios nacionales de literatura y teatro. Colaborador en numerosas revistas de cine y pensamiento así como en obras colectivas. Ha publicado 40 libros. Biografías de cine (Charlton Heston, John Wayne, Cecil B De Mille, Anthony Mann, Rafael Gil...) , ensayos (Antropología del cine, Historia del terror a través del cine, Políticamente incorrecto...) historia (Perón o el espíritu del pueblo, McCarthy o la historia ignorada del cine, La derecha del siglo XXI...), novela (La restauración, Círculo de mujeres, Retrato de ella...) poesía (El rapto de la diosa) y teatro (Tres poemas de mujer).

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Dionisio Ridruejo; rebelde y honrado

Dionisio Ridruejo

El escenario


La crisis económica, política y, sobre todo, de referencias y valores de la España contemporánea desemboca en multitud de vacíos. Regreso al pasado sin red: el independentismo inventor de historias y de deudas inexistentes, olvido de la historia y sus enseñanzas incluso aunque por ley –extraña manera de recordar– se haya querido imponer una ley de memoria histórica basada en el rencor y la revancha. Vacíos de ideas y de proyectos un sistema se parece a un tinglado -en términos de Ridruejo-. Y ese sistema se deshace en instituciones desprestigiadas, sistema financiero en crisis y una extraña sensación de divorcio entre la vida oficial y la real. La demagogia, la falsedad, la manipulación mediática, han ocupado el puesto de la eficacia y la verdad.  Los discursos de gobierno y oposición son casi intercambiables: basta con que gobernante y opositor cambien de trinchera y den la vuelta a sus mensajes.

Todo ello se traduce en un rencor contra le excelencia que ya supo ver hace décadas Julian Marías, y en un olvido de la verdad. De ahí el desprestigio de la política por cuanto sus hacedores optan por hablar en lenguaje de partido, oscureciendo la autenticidad, y lo que es peor, la propia realidad.
 
El olvido de la historia tiene mucho que ver con la ausencia de maestros de referencia. La España del siglo XXI echa de menos la palabra y la idea de personas integras y profundas como Miguel de Unamuno, Ortega y Gasset, Ramiro de Maeztu, Eugenio D,Ors, Gregorio Marañón, Julian Besteiro, Javier Zubiri, Julián Marías o Dionisio Ridruejo. Aunque muchos españoles ignoren sus nombres o solo les suenen a alguna calle de Madrid o a denominación de algún Instituto de Enseñanza Media.
 
El centenario del nacimiento de Dionisio Ridruejo en octubre 2012, la edición de los imprescindibles estudios y análisis de Marco Penella sobre la llamada Falange teórica, la completa biografía escrita por Jordi Gracia (La vida rescatada de Dionisio Ridruejo) y el estreno de una obra de teatro, Dionisio Ridruejo. Pasión española, son destellos que nos recuerdan una de las más fascinantes personalidades de la política –de la metapolítica en realidad– del siglo XX: Dionisio Ridruejo.
 

Las trayectorias de Dionisio Ridruejo

 
Nacido en Burgo de Osma el 12 de octubre de 1912 de una familia de clase acomodada de provincias, la figura de Ridruejo simboliza de algún modo la tragedia española del siglo, sus miserias y grandezas y sus gigantescas contradicciones que sin embargo merecen ser comprendidos. Entender España, hacerla inteligible como escribiera Marías, es lo que intentó y vivió en sus carnes y en su espíritu Dionisio Ridruejo de forma íntima y radical.
 
La trayectoria de Ridruejo, personal y biográfica, explica de forma sorprendente y airada la propia entraña española.
 
El joven Dionisio, enamorado de una dama falangista –Marichu Mora– admirada también por José Antonio Primo de Rivera, llega a través de ella a conocer personalmente al fundador de Falange Española, organización en la que ya milita el joven escritor desde 1933. De aquel entrecruce de seductoras personalidades quedó inscrita en el alma de Dionisio Ridruejo una profunda admiración por la persona, el talante y el halo espiritual de Jose Antonio, un sentimiento que se mantendría durante toda su vida pese a los numerosos avatares político que habría de vivir y sufrir.
 
La biografía convencional de Dionisio relata de manera casi siempre mecánica sus dramas biográficos: su pasión falangista, su paso por la Dirección General de Prensa y Propaganda a la que llega de la mano de Ramón Serrano Suñer poco antes del final de la guerra y en la que permanecerá hasta la mitad de 1941, su dura experiencia en la División Azul, su progresivo desencanto que le lleva a romper con Franco en 1942 –aunque aún en 1947 fue recibido por el Jefe del Estado en audiencia privada poco antes de obtener el puesto de corresponsal de la prensa del Movimiento en Italia-. En estos años se inicia la angustia de su progresivo exilio interior y se vuelca en su vida privada -su familia– y sus empeños literarios que le llevan a obtener en 1952 el Premio Nacional de Literatura y en 1955 el Premio Mariano de Cavia por un precioso artículo sobre Ortega y Gasset. Después, tras la caída de Ruiz Gimenez y su equipo aperturista, Ridruejo acentúa su aislamiento y da los primeros pasos que le conducen de la soledad interior al encuentro con la oposición democrática al franquismo. Una especie sin duda minoritaria que merece ser protegida por cuanto la oposición real al régimen provenía casi en exclusiva del Partido Comunista. Y si ya en aquel tiempo Stalin había demostrado lo terrible de su alternativa, aún habrían de venir la sangre y el fuego de los tanques en Checoslovaquia, la revolución cultural china, el genocidio de Pol Pot en Camboya o la dictadura castrista.
 
Y ya en los últimos años sesenta –tras participar en el Congreso antifranquista de Munich– fundó la Unión Social Demócrata, un grupo político con el que trataría de integrar a las diversas Españas que ansiaban la libertad y la democracia . Pero Ridruejo –como Moisés– no llegó a entrar en la tierra prometida. Falleció víctima de una angina de pecho el 29 de junio de 1975.
 
Y sin embargo, la aparente ruptura de Dionisio Ridruejo que fue honrada y sincera al contrario de tantas otras acomodaticias que habrían de llegar, tiene mucho más de continuidad que lo que se aparenta. Tan solo Marco Penella en su brillante ensayo La falange teórica, lo entendió en su fibra más intima.
 
Por supuesto que los protagonistas de aquella teoría esbozada siguieron sus propias trayectorias. Algunos como Raimundo Fernández Cuesta, Girón, Arrese o Pilar Primo de Rivera permanecieron en el Régimen fieles a Franco y tratando de encontrar el hueco personal e ideológico. Otros como Hedilla o Narciso Perales pasaron a la oposición pero sin abandonar la bandera falangista, aunque –eso si– aventuraron sus aspectos más izquierdistas en lo económico, a veces ignorando los cambios de las circunstancias españolas y europeas.
 
Ridruejo optó por coronar su evolución abandonando la bandera que un día levantó con entusiasmo. No fue un cambio vertiginoso sino pausado, meditado, que precisó el paso de los años y numerosas lecturas, experiencias, conversaciones y contactos. Ridruejo encarnaba la Falange teórica en estado casi puro, revolucionaria desde luego pero con una estética y un núcleo ciertamente influenciado por el fascismo. De hecho la primera gran decepción con Franco es cuando Dionisio comprueba que el nuevo Caudillo es un conservador autoritario muy alejado del fascismo europeo.<#60;/div>
 
Mi general: Si me atrevo a distraer la atención de V.E con esta carta es simplemente por una razón de conciencia… Seguir viviendo silencioso y conforme como un elemento, aunque insignificante, del Régimen me parece en el estado actual de cosas un acto de hipocresía… Durante mucho tiempo he pensado, junto con algunos servidores más inteligentes y leales –más exigentes y antipáticos quizá también– que ha tenido Vuecencia, que el Régimen que preside a través de todas sus vicisitudes unificadoras, terminaría por ser al fin el instrumento del pueblo español y de la realización histórica refundidora que nosotros habíamos pensado. No ha resultado así y se lleva camino de que no resulte ya nunca… Lo cierto es que los falangistas no se sienten dirigidos como tales, no ocupan los resortes vitales del mando, pero en cambio los ocupan en buena proporción sus enemigos manifiestos y otros disfrazados de amigos, amén de una buena cantidad de reaccionarios… La Falange gasta esterilmente su nombre y sus consignas en una obra generalmente ajena y adversa perdiendo su eficacia, y la pugna hace que toda su obra aparezca llena de contradicciones y sea estéril» (Casi…, págs. 236-237).
 
La estancia durísima en Rusia y la caída de los fascismos con su rastro penoso –sobre todo en Alemania– hiere el alma de Ridruejo y pone la semilla, seguramente, para el inicio del cambio que le llevaría a abandonar esa bandera. Desde 1942 hasta 1957 –fechas más o menos simbólicas– el antiguo jefe de Propaganda camina desde el fascismo decepcionado hasta el falangismo posible, para alcanzar el umbral de una democracia social, con matices orteguianos, capaz de defender la libertad y siempre desde un compromiso humanista de primer orden.
 
La labor política fue escasa porque el tiempo no dio para más. La unión socialdemócrata fue solo él y con su prestigio fue capaz de integrar ideas y personas diferentes. Ahora bien, ese cambio profundo –que mantuvo sin embargo siempre la fe religiosa y el sentimiento patriótico– no pasó por rechazar la admiración por el fundador de aquella sugestiva teoría, el hombre por encima de la doctrina: Jose Antonio.
 

Pensamiento en la encrucijada

 
Hay varios aspectos que atraen sobremanera en la persona y la vida de Dionisio Ridruejo y que sirven de ejemplo de conducta permanente: la honradez de su pasión y de sus políticas, el paralelismo dramático de su vida con la de Jose Antonio Primo de Rivera o más aún con lo que José Antonio pudo haber realizado de haber tenido la oportunidad de vivir, y en último lugar su aportación a un auténtico sentido de democracia social tan necesario en los tiempos actuales. ¿Cómo hubiera actuado Ridruejo en la encrucijada de la España contemporánea?
 
Y todas estas vertientes envueltas en la poesía, algo poco usual en un pensador. Dionisio Ridruejo fue un poeta sobresaliente, un escritor sobrio y sereno (ahí están sus Cuadernos de Rusia, impresionantes o sus ejemplares Casi unas memorias), el tono machadiano, castellano, profundo de sus poemas de amor y tierra, paisajes y sentimientos, constituyen un escenario atractivo y sugerente para cualquier persona que se acerque a su vida y a su obra: Poesía en armas (1940), Sonetos a la piedra (1943), Elegías (1948), Casi en prosa (1972), y En breve (1975)
 
La honradez intelectual, el valor personal –en sus puestos relevantes en Rusia, en la oposición real a Franco, en la construcción de un futuro– brillan a gran altura en Ridruejo. No fue liberal en sentido estricto, combatió al liberalismo desde la falange y no lo adoptó –al menos formalmente– en su última política cuando abrió sus ideas a la democracia social. Sin embargo, en su comportamiento político profundo late un auténtico sentido liberal, en el sentido íntimo del término. Y este no es otro que el de Marañón: liberal es considerar la posibilidad de que el adversario pueda tener razón, u Ortega (La rebelión de las masas).
 
Esa semilla de autenticidad y valores es lo que le convirtió en el falangista más audaz y seductor del nuevo régimen en 1939, caer en gracia al propio Franco que le toleró no pocos desplantes insólitos, atacar sin miedo al régimen: “ha dejado de ser un proyecto aunque se mantenga como tinglado” o mantener amistad con multitud de personajes brillantes y diferentes, desde Ramón Serrano Suñer –una de las seis únicas personas que pudo visitarle en los ultimos momentos de su vida-, Pilar Primo de Rivera –que le admiró hasta el último día de su vida- Carlos Llopis, Pedro Laín, Jorge Semprun, Gregorio Peces Barba, Miguel Boyer o Julián Marías.
 
En este sentido, la muerte de Dionisio en la Clínica de la Concepción en Madrid el 29 de junio de 1975 iba a simbolizar la tan deseada integración de las Españas. Junto a Serrano Suñer, arquitecto del Régimen y desde tiempo atrás apartado de actividad política directa, y Pilar Primo de Rivera, se acercaron a la capilla ardiente junto a Ruiz Gimenez, ex ministro ya en la oposición, Gil Robles el viejo lider de la derecha (CEDA) en la República, también en la oposición moderada. Y compartieron dolor y recuerdos escritores, intelectuales y artistas: Luis Rosales –quien leyó un hermoso poema en su homenaje- Cela, Aranguren, Conchita Montes, Marías, Pedro Laín, Buero Vallejo. Ortega Spottorno, Alfredo Mañas, Chueca Goitia, Manuel Aznar, Ricardo de la Cierva  y politicos de futuros espectros entre la UCD y el PSOE: Tierno Galvan, Óscar Alzaga, Cantarero del Castillo, Arias Salgado, Garrigues Walker, y el colofón final de José Solís, ministro secretario general del Movimiento en un símbolo de ese eslabón perdido, cambiado desde la sinceridad pero siempre presente aunque fuera como un hilo entre pasado y futuro.
 
La voluntad de cambio y libertad en Ridruejo, que llegó a calificarse al final de su vida como neosocialista o socialista no marxista, atraviesa la trayectoria personal de su biografía, el hombre que compuso dos estrofas del Cara al sol y murió con fe inquebrantable en la dignidad del ser humano.
 
El paralelismo de la pasión de Dionisio Ridruejo con la de Jose Antonio Primo de Rivera es estremecedor. En 1935 el grande de España, marqués de Estella, asistente habitual a cenas decadentes –al decir de Ramiro Ledesma– o bares de copas de élite, el amante de hermosas damas de alta alcurnia y cultivador de cortes literarias de nivel, renuncia a una vida apacible –que en el fondo deseaba– rompe con su mundo e incluso con su seguridad política y se echa en brazos de la soledad, a la intemperie, a la tragedia. Falange gira entonces a la izquierda -pese al odio de la izquierda- y la vida cómoda se convierte en peligro, compromiso y aislamiento. Desde marzo de 1936 Jose Antonio vive en la cárcel donde morirá asesinado el 20 de noviembre tras una farsa de juicio. Entre sus papeles póstumos, junto al apoyo –pese a las reticencias– a sus compañeros y militares que luchan en los frentes –Jose Antonio musita que tal vez en el futuro, si mantiene la fidelidad a sus ideas, él volverá a la cárcel –otra cárcel– de vencedores o vencidos. Siempre España rota e imperfecta.
 
Dionisio Ridruejo en 1942 y aún en 1947 cuando cabía la marcha atrás, pudo optar por una vida cómoda y apacible en la tranquilidad del poder y con múltiples contactos de todo tipo, incluso aspirando a las instancias de los puestos relevantes que al fin y al cabo había ocupado con menos de treinta años. Pero al igual que José Antonio, decidió optar por la autenticidad de sus ideales y por seguir pensando aunque ello suponga –naturalmente– variar las conclusiones u obtener nuevos puntos de vista. La vida –como escribe Marías– es futuriza y precisa decisiones constantes. No es un poso fijo sino un desarrollo móvil, variado, abierto a nuevas alternativas y problemas.
 
La decisión de Ridruejo –progresiva, agónica, sincera– le procuró aislamiento, extrañamientos e incluso cárcel, una cárcel distinta  a la de Jose Antonio pero espiritualmente la misma prisión: la que encarcela el espíritu libre, generoso, rebelde.
 
La Falange teórica, ese ramillete de fogonazos de patriotismo crítico, justicia social, idealismo y autenticidad tal vez no abandonara nunca –como entrevió Penella– a Dionisio. El hombre que en 1970 recomendara a alguno de sus asombrados seguidores la lectura de la obras completas de Jose Antonio, hablara horas con silencios y palabras a Ricardo de la Cierva señalando que “algunos de los políticos contemporáneos no fueron fascistas tan solo porque no llegaron a tiempo”, y el hombre –en definitiva– al que Penella le musitó que siempre estaría en la oposición: a la República, al franquismo y seguramente a la nueva situación que llegaría en el futuro.
 

Presente y futuro

 
¿Qué hubiera sido de Ridruejo si hubiera traspasado el umbral de la tierra prometida que el ayudó a traer? La pregunta es un imposible metafísico porque cada uno es uno mismo y su circunstancia, y si no la salva a ella no se salva él. Pregunta tan absurda -pero a la vez tan apasionante– como la de imaginar a José Antonio vivo y en activo en la España de Franco en el caso de haber sobrevivido a la cárcel de Alicante.
 
Dionisio Ridruejo, homenajeado como precursor de la transición democrática en el inicio de 1975 por una importante elite de la que sería futura clase política, hubiera abominado de los separatismos, de la corrupción, de la mediocridad rampante, de la inautenticidad y la cobardía. La decepción acompaña siempre a la integridad.
   
El antiguo jefe de Propaganda de Serrano Suñer, el soñador de la justicia y la política para todos, el intelectual integrador de las distintas Españas, el poeta de verso firme y lírico no era hombre de componendas. Su exilio interior tal vez fuera su coraza, el escudo de su pureza intelectual, su honradez pública y privada.
 
Ridruejo no hubiera transigido con la injusticia social, habría buscado el consenso, pero desde las ideas, no desde los beneficios y las prebendas. Hubiese seguido amando la libertad, la reconciliación entre los españoles y por supuesto pensando por sí mismo, sin disciplinas absurdas de voto o correcciones políticas. Hubiese conectado con políticos de distinto signo, moderados pero no dóciles. Lo cierto es que su partido socialdemócrata no le sobrevivió y sus restos se integraron en la UCD y en el PSOE. Tal vez la idea primigenia de lo que pudo llegar a ser aquel grupo se encuentre hoy en UPyD –a salvo de comportamientos concretos de sus protagonistas, hablando desde un plano histórico y político- y seguramente sería un exiliado interior una vez más y a la vez un ejemplo moral de vida intelectual y política.
 
Dionisio Ridruejo (1912-1975) es sin duda una prodigiosa aventura del pensamiento.
 
Y resbaló el amor estremecido
por las mudas orillas de tu ausencia.
La noche se hizo cuerpo de tu esencia
y el campo abierto se plegó vencido.

Un ayer de tus labios en mi oído,
una huella sonora, una cadencia,
hizo flor de latidos tu presencia
en el último borde del olvido.

Viniste sobre un aire de amapolas.
Como suspiros estallando rojos,
bajo el ardor de las estrellas plenas,

los labios avanzaron como olas.
Y sumido en el sueño de tus ojos
murió el dolor en las floridas venas.