Más allá de cronologías, cabe decir que la I Guerra Mundial cerró, trágicamente, el siglo XIX. Arruinada Europa, el arte y los artistas se entregaron con denuedo a la revisión, en una frenética actividad casi obsesiva, de la obra y, por ende, de la cultura toda. Desde la cumbre hasta la base, se fue desmontando el antiguo sistema; se redefinieron los principios y las funciones. Todo esto, para lograr, finalmente, levantar un nuevo sistema de expresión que fuera testimonio de la renuncia total hacia el arte anterior. Rimbaud pespunteaba su propio lenguaje poético; Schönberg sus propio sistema musical y Picasso, su propio lenguaje pictórico. Todos ellos ejercían su pulsión artística como si fueran a descubrir un arte nuevo; un nuevo continente expresivo.
Y aunque Vallejo y Neruda marcan cierto inicio en la literatura hispanoamericana, que comienza a asumir tales preocupaciones, lógicamente de forma más tardía que en Europa, es la poesía de Nicanor Parra la que mejor representa ese ímpetu por empezar de cero. El propio poeta lo dice en la Advertencia al lector de Poemas y Antipoemas: “Como los fenicios, pretendo formarme mi propio alfabeto”.
Un alfabeto propio, que Parra construyó mediante un método curioso: atacar la ilusión estética, abriendo el poema a formas prosaicas y quebrando en él, todo atisbo de serenidad. Parra llama la atención al lector y le pide que vuelva; que centre su atención en un poema en el que no hay ya más imágenes; sólo un retablo.
El yo anti-heróico
En el centro del poema, exhibiéndose en el retablo, se encuentra pues el yo lírico de Parra. Un yo que no es estático, que no aparece ahí, tieso, sino que el lector lo ve en movimiento; dramatizado. Un yo que padece, que actúa, que se indigna y acusa, que ríe y asume el dolor de sí mismo y del mundo. Un yo pontífice, estos es; un yo que tiende puentes como diálogos entre la identidad del mundo y el poeta mismo, enhebrándolo suspicazmente; llenándolo de tensión.
“Parra ha creado un personaje, una figura fantasmagórica”, dice Guillermo Rodríguez Rivera en el prólogo a Poemas de Parra que editó la Casa de las Américas en su colección Literatura Latinoamericana. Y no le falta razón. En la obra de Parra se despliega un yo anti-heróico, asedidado por la frustración y el mundo moderno; un héroe, a su pesar.
Y el antihéroe Parra va fijando su atención por aquí y por allá, posando su mirada escrutadora lo cotidiano. Y es por esto por lo que el lenguaje de la anti-poesía de Parra es, mayoritariamente, informativa. En esencia, es la crónica de una supervivencia, anotada por un antihéroe que se ve en medio de unas ruinas cultuales; en medio de un desértico paraje.
Así, el prosaísmo de Parra adquiere un hondo significado. Lo narrativo es, esencialmente, prosaico. Una prosa que, además, viene a colaborar en el derrumbe de toda ilusión estética. El prosaísmo lleva al anti-poema a los terrenos del lenguaje oral. Pero aún con esto, la genialidad de Parra va más allá, pues prosaico su lenguaje; sus anti-poemas son un equilibrio entre la poesía y lo que no es poesía; entre el verso y la prosa.