La irrupción a veces turbulenta de nuevos partidos políticos con la vitola de novedad y sus relaciones con presuntos modelos iberoamericanos asaltan los medios de comunicación con análisis y reportajes variados.
¿Es la formación de Pablo Iglesias –Podemos– una variante izquierdista de los populismos hispanoamericanos?
Dejemos para próximos estudios el caso de Venezuela y el chavismo, sin duda un antimodelo para cualquier país que mire hacia el futuro, y nos centraremos en el caso de Argentina, nación ligada desde siempre a España por multitud de vínculos históricos y culturales.
Todo parece confuso: las diversas ramas del peronismo, la dificultad en entender desde Europa un movimiento tan peculiar como el formulado por Juan Domingo Perón (1895- 1974), la estrafalaria aparición de miembros de la judicatura argentina pidiendo la detención –fuera de toda normativa– de ciudadanos españoles... y nada menos que desde una nación como Argentina, apasionante y bella, cuna de Borges, Gardel y Eva Perón, pero también de historia convulsa, con una retahíla de golpes de Estado, terrorismo, represión y en los últimos lustros, aguda crisis económica (corralito incluido).
En 2003 tuve la oportunidad de publicar Peron o el espíritu del pueblo (Criterio Libros), un estudio complejo no solo de la personalidad y la vida de Perón sino de la propia historia Argentina.
Pocos resúmenes más perfectos que una anécdota del propio General Perón. Cuando los medios le preguntaban por el reparto político de su patria, él contestó: “un tercio de conservadores, un tercio de radicales, un tercio de socialistas”. El asombrado periodista repuso “¿Y los partidarios de usted?”. A lo que Perón contestó: “Ah ¡peronistas somos todos!”.
Hoy, algunos grupos en las afueras del sistema hablan de las conexiones peronistas. Debieran especificar con cual de sus ramas. Perón fue capaz de integrar a la extrema izquierda montonera, a la extrema derecha más o menos siniestra de López Rega, a liberales atlantistas –por así decir– como Carlos Menem o a socialdemócratas curiosos como Nestor o Cristina Kirchner. La muerte de Antonio Cafiero (septiembre 1922- octubre 2014), peronista católico y moderado, tal vez haya simbolizado sin querer la pérdida de la raíz originaria de este movimiento que comenzó en la tercera vía del filofascismo en los años cuarenta –la gran admiración de Perón hacia Mussolini es un hecho incontrovertible– y terminó en la mesa de los países no alineados en los años setenta en compañía de Fidel Castro.
Pero los aprendices de revolucionarios que quieren pasar del salón o de las aulas de la Universidad a la agitación social deberían recordar la historia tal y como fue:
- Juan Domingo Perón vivió 14 años en la España de Franco –tras un accidentado exilio en varios países americanos desde 1955 cuando fue derrocado por un golpe militar en Argentina-. Desde su quinta en Puerta de Hierro (Madrid) planificó su regreso al poder. Y cuando en junio de 1973 el recién estrenado Presidente peronista de izquierdas, Héctor Cámpora -cuyos discursos y acción política harían las delicias de Pablo Iglesias, Monedero o Iñigo Errejón- visita Madrid para rendirle novedades y pedirle que regrese de nuevo a Argentina, lo hace en Madrid. El acto y la firma de los nuevos acuerdos entre España y Argentina tuvieron como protagonistas a Franco, su ministro Laureano López Rodó, a Perón -en la sombra-, el presidente Cámpora y el omnipresente López Rega.
- Semanas después Perón arrasa en las elecciones argentinas, y aún herido por el cáncer vuelve a la Presidencia (octubre 1973) con un programa de conciliación, reforma e integración nacional. En la plaza de mayo y ante una multitud, el primero de mayo de 1974, Perón echa a los montoneros de su movimiento y les acusa de querer destruir la esencia del Estado.
- Perón muere el 1 de julio de 1974 dejando tras de sí una penosa inestabilidad: Isabelita, su mujer en la débil Presidencia, López Rega y sus manejos, el terrorismo de extrema izquierda, el golpe militar, la dura represión...
El peronismo es un fenómeno inexplicable fuera de Argentina, un análisis de su obra y su legado resultan apasionantes para cualquier estudioso de la política y la historia. Las conclusiones objetivas a buen seguro no coincidirían con sus exegetas pero desde luego tampoco con sus furibundos detractores en Europa.
Los modelos –parece– se le derrumban a Podemos. ¿Será capaz de encontrar alguno nuevo más allá de la agitación y la demagogia?