Sobre la metáfora

Fue durante el otoño de 1967 cuando Jorge Luis Borges llegó a Boston invitado por la universidad de Harvard para dar una serie de conferencias en torno a la poesía. Una de dichas conferencias la dedicó exclusivamente a hablar de la metáfora y de lo que él entendía por este concepto. Con ese tono cercano e irónico tan borgesiano nos trasmite la idea, ya desarrollada anteriormente por Leopoldo Lugones, de la existencia de un número limitado de “metáforas modelo”, o de lo que también llama “afinidades esenciales”, que han sido utilizadas una y otra vez por los poetas a lo largo de los siglos. Dichas metáforas modelo no serían muy numerosas, sino que, según Borges, podrían reducirse a once o doce, entre las que encontraríamos algunas como la comparación -toda metáfora consiste en la referencia a una cosa en términos de otra distinta- entre ojos y estrellas, entre tiempo y río, entre mujeres y flores, entre vida y sueño… Pero lo verdaderamente importante no sería que exista un número muy reducido de modelos, sino el hecho de que a partir de este número reducido de modelos se pueda conseguir un número ilimitado de variaciones.
           
Tomemos un ejemplo modélico como la comparación modelo entre ojos y estrellas, para ver las distintas modalidades que admite. Según Dámaso Alonso, toda metáfora cuenta con dos planos: un plano real y otro imaginario. Si decimos tus ojos son como estrellas, el plano real son los ojos y el plano imaginario o emocional serían las estrellas; pero también podríamos decir las estrellas son como ojos que nos miran, entonces habremos invertido los papeles. Con esto solo queremos recalcar que se trata de la misma metáfora. Sin embargo, para que la metáfora sea más efectiva es necesario que la implícita comparación o relación del plano real y el plano imaginario sea sorprendente y novedosa, pero también ha de ser reconocible por el lector. Sin embargo, esa frescura, esa novedad dependen en parte del suficiente grado de tensión que exista entre las dos cosas que se comparan. De modo que nos preguntamos ¿cómo podemos conseguir esto si hemos partido de la base de que existían un número limitado de metáforas modelo? Es cierto que Borges, al final de la conferencia, deja abierta una alternativa de metáforas inclasificables, metáforas que no podrían encuadrarse dentro de ningún modelo definido. ¿Carecen entonces de frescura y novedad las metáforas modelo? ¿Habremos de considerarlas como metáforas muertas? Eso dependerá de la pericia que el autor tenga con el lenguaje. Difícilmente podrán resultarle al lector poéticas las metáforas que antes se han utilizado como ejemplos. Y es que en toda metáfora importa tanto los elementos que se relacionan como la propia manera de relacionarnos entre sí. Si dicha relación no es novedosa y original, producirá el efecto de un cliché, una metáfora agónica: enojo y reproche del lector contra el mal gusto del autor.
           
Los siguientes versos de Espronceda deberían causar este mismo efecto:
 
Despierta, hermosa señora,
Señora del alma mía:
Den luz a la noche umbría
Tus ojos que soles son.
 
Aquí encontramos un uso deficiente de la metáfora, en donde el cliché remarca la carencia total de sustancia poética de estos versos, que desde luego no son los mejores del poeta romántico español. Para evitar malentendidos, parafraseando la frase que Cernuda aplicó a Goethe, diremos: “si al escribir estas palabras cometo alguna injusticia sobre Espronceda, acaso no tenga importancia; el renombre de Espronceda es de esos a los que no puede alcanzar cualquier injusticia que contra él se cometa”. Al contrario, se vuelve esa falta contra aquel mismo que la comete.
 
Veamos ahora otro uso distinto de la misma metáfora ojos/estrellas. Esta vez va a ser revitalizada por un autor como Juan Ramón Jiménez, en un poema sin título de su obra Arias Tristes, en donde encontramos los siguientes versos:
 
Estrellas, estrellas dulces,
tristes, distantes estrellas,
¿sois ojos de amigos muertos?
-¡miráis con una fijeza!-
¿Sois ojos de amigos muertos
que se acuerdan de la tierra?

En este caso la metáfora aparece revestida de un ornato poético mejor elaborado, en donde la fonética cumple un papel esencial. Ese titilar suave de las estrellas, aunque no se nombre, aparecesutilmente sugerido por la repetición y combinación de los fonemas /s/, /t/ y /r/. Es precisamente esa unión de fonemas vibrantes y fricativos lo que dota al poema de una musicalidad que se convierte en elemento esencial del mensaje. Lo que consigue con ello es atribuir ciertas cualidades animistas a las estrellas, haciendo que su imagen ganen viveza en la mente del lector. Porque nosotros sabemos que si miramos fijamente las estrellas, las estrellas titilan, parecen parpadear, al igual que nuestros ojos. Muchas veces, es esa sutil omisión lo que carga a una metáfora de un valor mucho más fuerte de lo que en palabras dice. El hecho mismo de que se encuadre dentro de una pregunta potencia esa ambigüedad, esa indeterminación intencionada.
           
Por último, veamos otro ejemplo de esta misma metáfora modelo de la mano de otro de los grandes poetas españoles: Pedro Salinas, que en el segundo poema de su obra La voz a ti debida dice:
 
De tus ojos, sólo de ellos,
sale la luz que te guía
los pasos. Andas
por lo que ves. Nada más.
 
Es el mismo caso del primer ejemplo de Espronceda: el poeta habla de los ojos de la amada. La amada es la luz misma que alumbra el mundo en tinieblas del amante. Entendemos entonces que la amada es completamente autónoma del amante, y esto es lo que deja entrever Salinas en su poema, señalando una conexión con la concepción platónica del amor expuesta en el Banquete. Esa autosuficiencia absoluta, esencial, de la amada se define en el “Andas / por lo que ves. Nada más”. Este poema se encuentra en estrecha relación con otro poema del mismo autor, el poema Estabas, pero no se te veía de Razón de amor:

Es
que a ti sólo se llega por tu luz.
Y así cuando te ardiste en otra vida,
en ese llamear tu luz nació,
la cegadora luz que te rodea
cuando mis ojos son los que te miran
-esa que tú me diste para verte
para saber quiénes éramos tú y yo:
la luz de dos.
 
A diferencia del último poema, los ojos aquí son los del amante. Sus ojos, al ser él amado por ella, adquieren el mismo poder que los de la amada, autonomía para moverse y comprender el mundo, adquiere una “razón de amor”, maravilloso título de poemario en donde elementos aparentemente antagónicos -inteligencia y pasión- aparecen directamente conectados. Cuando Salinas dice “cuando te ardiste en otra vida” se está refiriendo al tiempo en el que la amada correspondía al amante, así que nos encontramos ante una metáfora doble: arde la luz y arde el amor. Así vemos cómo se pueden conseguir efectos muy especiales a través de la manipulación e interrelación de metáforas que en principio podrían considerarse como muy trilladas o agónicas. 


 
Álvaro Arias Fernández

Álvaro Arias Fernández

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