Balas de Plata

Balas de Plata

Álvaro Petit Zarzalejos, es periodista y escritor. Fundador y editor de Ritmos 21 de información y análisis cultural, ha entrevistado a algunas de las personalidades más relevantes de la cultura española de los últimos años. Como escritor, ha publicado el poemario Once Noches y Nueve Besos (Ediciones Carena 2012) y Cuando los labios fueron alas (Ediciones Vitruvio).

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Día Internacional del Libro

La distopía del mundo sin libros

Imagen de la película ´Fahrenheit 451´, que recrea el escenario de un mundo sin libros.

Hay un síntoma que evidencia la verdadera depauperación de una sociedad; una suerte de caballeros del Apocalipsis galopando sobre un cielo enrojecido. En definitiva, una señal: la extinción del libro. Y cuando escribo libro me refiero exactamente a eso: un libro, en papel, con sus tapas rústicas o de cartoné. No me refiero al libro electrónico, que ya tiene para nombrársele la palabra e-book, horrible importación inglesa que sin ningún tipo de escrúpulos hemos incorporado a nuestro vocabulario y que, esperemos, la Academia nunca incorpore a su Diccionario, aún ni siquiera en su posible forma castellanizada.

Y el matiz, como suele ocurrir en todo orden vital, es importante. Si desapareciera el libro en formato físico (otra horrible expresión), habríamos también sucumbido ante el empuje de la tecnología y poco o nada nos quedaría ya en común con quienes nos precedieron. Pues, a fin de cuentas, lo tradicional es también eso: un puente que une generaciones. Y la tecnología –o por mejor decir: su uso un tanto ideologizado– puede, a un mismo tiempo fortalecer esos lazos o borrarlos de un plumazo. Todo depende, como siempre, de lo que hagamos.


La relación de verdadera intimidad que uno acaba estableciendo con las páginas de un libro, el vínculo que se crea con el objeto en sí, conforman toda una realidad –la del libro y su lector– que difícilmente podrán suplir los unos y los ceros que, en esencia, conforman internet y sus productos. Sin embargo, aún con esto, lo cierto es que el libro está en franca decadencia, gracias, entre otras, a la labor de las sucesivas e ínclitas reformas educativas. Cada vez se lee menos en España, lo que, siendo el país de Alfonso X el Sabio, San Juan de la Cruz, Cervantes, Garcilaso y otros tantos, es doblemente lacerante. Pero hagamos un ejercicio de distopía orwelliana e imaginemos, como el escritor inglés hizo con un mundo en el que hubiera triunfado el socialismo, cómo sería el mundo si el libro desapareciera.

Además de condenar a muchos escritores a la indigencia o generar una evidente pobreza social, de todas, la consecuencia que más trascendencia tendría sería la extinción del silencio. Algo que, en parte, ya está ocurriendo pero que alcanzaría cotas inusitadas si el libro, que era hasta ahora una de sus barreras, desapareciera. ¿Qué ocurriría si el silencio se perdiera? Que el ser humano cambiaría, su capacidad para la reflexión (que sólo germina en el silencio) quedaría arrejonada de muerte y tras ello, la voluntad se desbocaría pues sin la reflexión para sujetar las bridas, nada más que un torpe y emborrachado galope cabría. Con una voluntad mermada, lo lógico sería que la vida en sociedad tal y como la conocemos, también desapareciera. Sin embargo, como en la novela de Orwell, no sucedería así, sino que la vida en sociedad continuaría por la vía del control hiperbólico del propio existir, del propio pensar, del propio dormir e incluso del propio soñar. La vida en sociedad seguiría, a costa de entregar la libertad.


Esto, lógicamente y como avisamos, no era más que un juego distópico (¿o no?). Probablemente, el mundo no se convertiría en un caos ni nosotros nos convertiríamos en animales. Seguramente, la extinción del silencio que el final del libro generaría, sería una extinción silenciosa que apenas notaríamos, lo que impide una revolución de voluntades recién embrutecidas. Lo que sí escaparía a la distopía que proponíamos y se embarcaría en ese espacio a veces tan terrible que es la realidad sería la pobreza y falta de libertad en la que nos sumiríamos si el libro desapareciera. Pues es el libro, en cuyas páginas no se encuentran fronteras, el que va derribando muros y cercas que nos encierran en nuestro pequeño mundo particular, o lo que es peor, en nosotros mismos, en nuestros ombligos. Con la extinción del libro, perderíamos la enorme capacidad para el gozo que tenemos. Nos limitaríamos a un placer sensual y brutote, que en nada puede comparársele a  la lectura de Julio Verne o de Salgari. Los seres humanos dejaríamos en parte de hacer honor a tal título.

Pero todo esto, claro, no es más que una distopía ¿verdad? 

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