Balas de Plata

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Álvaro Petit Zarzalejos, es periodista y escritor. Fundador y editor de Ritmos 21 de información y análisis cultural, ha entrevistado a algunas de las personalidades más relevantes de la cultura española de los últimos años. Como escritor, ha publicado el poemario Once Noches y Nueve Besos (Ediciones Carena 2012) y Cuando los labios fueron alas (Ediciones Vitruvio).

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Teofrasto de actualidad

Por medio del buen amigo Eduardo Fernández me llega su última obra como traductor: los Caracteres de Teofrasto (Ed. Rialp, 2015), un filósofo discípulo de Aristóteles y su sucesor al frente del Liceo. La obra, brevísima, aúna 30 textos sobre los vicios y las malas costumbres. 30 textos escritos hace cientos de años y que, sin embargo y como suele suceder con las buenas obras literarias e intelectuales, están hoy de actualidad.
 
Es cierto que hoy no hay preocupación alguna ni por “los vicios” ni por las “malas costumbres”. No la hay porque, de hecho, tanto unos como otros parecen estar postergados del debate ético y social que cada día vivimos en los medios de comunicación y los juicios acerca de la bondad o maldad de una acción han sido condenados al ostracismo, so pretexto de la libertad (¿libertinaje?) individual y el civilmente sacrosanto principio del todo depende del cristal con que se mire.  Tamaña estupidez no la habrían visto los ojos de Teofrasto. Sin  embargo, sus textos de los Caracteres – brillantemente traducidos por Fernández, todo sea dicho – han sobrevolado los tiempos hasta llegar al nuestro para recordarnos, de manera sencilla y contundente, que existe eso que en otro tiempo se llamaron “vicios” y “malas costumbres”.
 

La obra arranca con el texto De la falsedad. ¿Hay, acaso, mal más endémico en nuestro tiempo que el de la falsedad?. En la corrupción vemos, quizá, el mejor ejemplo. Políticos que aparecen en televisión hablando de la limpieza que debe guiar toda acción de un político, mientras sus bocas, a la vez que hablan, rezuman pestilencia. Por eso, y pensando especialmente en la corrupción, valga recordar las frases finales de este primer apartado: “No hay nada peor que las palabras engañosas del falso. Sin duda, hay que protegerse más de estos caracteres hipócritas, que del veneno de las víboras”.
 
Pero más actual si cabe es el capítulo VI, en el que el pensador griego trata de la desvergüenza, que define como “la tolerancia de acciones y palabras indecentes”.  ¡Qué palabra tan olvidada! La vergüenza hoy apenas existe. No hay más que dedicar unos minutos del día a ver la televisión para comprobar como la indecencia campa a sus anchas. Señoras que van pregonando, previo pago, sus genitales secretos; señores que otro tanto hacen… Y ahí están, pasados los años, engrosando sus cuentas corrientes gracias a que años atrás un torero o una tonadillera, según el caso, se revolvió entre sus sábanas.
 
Y no habrá que apagar la tele si quiera, para poder darse cuenta de que el capítulo décimo quinto está también – como diría el repipi – de rabiosa actualidad. Es el apartado que incluye el texto De la grosería. Como todos hemos visto y vemos la televisión, creo que no hace falta añadir más. Cientos de ejemplos pueden vernírsele a uno a la cabeza.


El que más interés suscita, o al menos a mí así me lo parece, es el vigésimo noveno. De la predilección por los malos, una propensión que define el filósofo como “un deseo de maldad”.  ¡Nada tan impropio de nuestro tiempo buenista como el deseo de mal! Es duro escribirlo y más duro aún reconocerlo, pero la verdad es que sí existen quienes desean el mal. Si son mayoría o minoría, lo desconozco (aunque tiendo a pensar que son minoría). Pero que existen, es evidente. “Sobre los buenos – dice Teofrasto al definir al personaje -, piensa que su bondad es sólo aparente; afirma que realmente no hay nadie bueno, que todos los hombres son iguales e incluso se toma a broma que pueda existir alguien bueno. Si alguien lo pone en duda, aclara que el malvado es un hombre liberal”.  El deseo del mal es una realidad tristísima; una realidad que mueve conflictos en numerosos países de África, por ejemplo.
 
No hemos cambiado tanto como a bote pronto pudiera parecer. Es curioso cómo aquellos “vicios” y “malas costumbres” que a Teofrasto movieron a escribir su libro, siguen estando hoy presentes.  

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