Tras la Primera Guerra Púnica (262-241 a. C.) los cartagineses habían empezado a extenderse por los territorios de la Península Ibérica en busca de recursos materiales y de pueblos aliados, preparándose para otra campaña militar contra Roma. La violación del Tratado del Ebro del 226 a. C. entre Roma y Cartago, con el ataque de Sagunto por las tropas de Aníbal, fue el casus belli deseado por ambas potencias para reanudar las hostilidades. El control económico del Mediterráneo sólo podía tener un único señor.
Aníbal fue el que tomó la iniciativa del ataque, emprendiendo una estrategia inesperada que ya había sido preparada por su padre Amílcar: entrar en la Península Itálica por el norte, cruzando los Pirineos, la Galia y los Alpes. La primera guerra púnica había tenido como principales escenarios de batalla Sicilia y Cerdeña, y el ejército romano no contaba con una invasión por el norte. El factor sorpresa, junto con el gran manejo táctico de Aníbal, determinó que las primeras campañas fueran un éxito, llenando de moral a las tropas cartaginesas y aumentando la desconfianza entre las poblaciones romanas, las cuales muchas de ellas acabaron pasándose al bando cartaginés.
El ejército de Aníbal solo tuvo 8.000 bajas frente a las 70.000 de los romanos | ||||
En el 217 a. C. expiró el mandato de Fabio, mas sus sucesores continuaron con la estrategia que él había establecido: no enfrentarse directamente a Aníbal hasta que hubiesen reunido un ejército lo suficientemente poderoso como para derrotarlo. Finalmente, bajo las órdenes de dos cónsules, Lucio Emilio Paulo y Cayo Terencio Varrón, se congregaron ocho legiones, 40.000 soldados de infantería con aproximadamente 2.400 unidades de caballería, además de otros 40.000 aliados itálicos reclutados de diversas poblaciones. Estos últimos carecían de una preparación militar adecuada, y constituirían un estorbo a la hora de maniobrar en el momento de la batalla.
Aníbal, entre tanto, había pasado el invierno apostado en la población de Geronium, consiguiendo el abastecimiento necesario para pasar las penurias de la dura estación. Cuando llegó la primavera asedió la ciudad de Cannas, al sudoeste de la península itálica, cortando con ello el suministro de cereales a otras ciudades romanas. Fue entonces cuando se creyó oportuno salir en busca de Aníbal para plantarle cara en el campo de batalla.
Las legiones romanas emprendieron la marcha hacia el sudoeste, en busca de Aníbal. El mando del ejército iba alternándose cada día entre los dos cónsules: Paulo y Varrón. La historiografía ha considerado que este fue otro de los elementos que dificultaron el manejo de un ejército tan numeroso. Varrón era partidario de ir a enfrentarse directamente a Aníbal, confiando en que la aplastante superioridad numérica del ejército romano haría imposible la victoria del bando cartaginés. Por otro lado, parece que el triunfo romano en una serie de escaramuzas previas a la gran batalla pudo ser uno de los factores que alimentaran el exceso de confianza en Varrón, además de su famosa temeridad y sus ansias de gloria. Paulo, en cambio, era de espíritu más comedido y reservado, y prefería esperar a que Aníbal tomase la iniciativa y evitar riesgos innecesarios.
El talento de Aníbal en esta batalla lo consagró como uno de los mayores tácticos militares de todos los tiempos | ||||
El talento de Aníbal en esta batalla lo consagró como uno de los mayores tácticos militares de todos los tiempos. El ejército cartaginés, en pasmosa inferioridad numérica, solo tuvo unas 8.000 bajas frente a las casi 70.000 de los romanos. Hasta la batalla de Adrianópolis con las invasiones bárbaras que marcan el fin de la Antigüedad, ningún ejército romano volvería a sufrir una derrota de estas dimensiones. Pese a todo, aunque la batalla de Cannas fuera la gran obra maestra de Aníbal, con ella se cerró la primera etapa de la Segunda Guerra Púnica. A partir de entonces se va a considerar inútil presentar batalla a Aníbal y se vuelve a recurrir a la estrategia Fabiana y a la guerra de desgaste. El cerco estratégico del Mediterráneo se acentuará para evitar la llegada de refuerzos que apoyasen la causa cartaginesa. Por último, las legiones romanas, mediante una serie de campañas en Hispania conseguirían aislar definitivamente a los ejércitos de Aníbal, asegurándose así la victoria.