Una mirada posmoderna

Una mirada posmoderna

Paula López Montero, Madrid, 1993. Crítica cultural, ensayista y escritora. Colabora en la crítica cinematográfica de la revista Cine Divergente, y ha apoyado proyectos emergentes como la red cultural Dafy, y promovido y organizado eventos poético-musicales en la capital. Graduada en Comunicación Audiovisual por la Universidad Carlos III de Madrid, con estancia en la Universidad King´s College de Londres, y actualmente cursando el Máster en Crítica y Argumentación filosófica en la Universidad Autónoma de Madrid. Su tesis gira en torno a la dialéctica entre el cine y la filosofía, aunque encuentra en la poesía y en la música una alimentación espiritual necesaria en el frenesí contemporáneo.

Una mirada posmoderna, es un acercamiento y cuestionamiento de nuestro yo, y nuestro proceso como civilización dentro del marco histórico-cultural, desde una mirada joven, deconstructivista y, sobre todo, crítica.

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Blog | Una mirada posmoderna

La crítica, una cuestión necesaria

Y no porque algunos brillantes autores aclamen una necesidad de revisión de viejas estructuras, sino porque es el mismo tiempo de la historia quien nos lo pide.

Hace poco se presentaba ante mis manos un libro que considero imprescindible, y no por ser precisamente un tema de actualidad, sino porque es un tema tan ancestral que se remonta hasta los orígenes mismos de la civilización y el pensamiento: Sócrates, la muerte del hombre más justo. Si recalco aquí su importancia, haciéndolo digno de lectura en la Posmodernidad, es porque de alguna manera nos hace conscientes de la renuncia que como sociedad hacemos a la verdad. Una verdad hoy de nuevo, como lo fue siempre, necesaria.
 
Sin duda alguna, entre unos apuntes espléndidamente descubiertos, muy perspicazmente sobresalía un capítulo del filósofo Diego S. Garrocho titulado La esperanza socrática, filosofía o barbarie. Entre los vericuetos mencionados por el jovencísimo doctor me llamó la atención no sólo el contenido casi revelador de aquellas letras así como su tema tan de actualidad, sino una frase que me tomo el privilegio de mencionar “Si buscamos la verdad, signifique esto lo que signifique, lo hacemos por dos motivos: el primero de ellos es porque confiamos en que esta verdad exista, y el segundo es porque confiamos, también, en que esa verdad sea mejor que la apariencia en la que hoy vivimos.” (Diego S. Garrocho, 2015). Si a mí me resulta de un interés innegable es porque, precisamente en la Posmodernidad, es donde se diluye más esa verdad –signifique lo que signifique-, camuflada al servicio, casi siempre, de la ideología. Todo un capítulo en relación a los hechos, sumados a otros muchos, que marcaron nuestra injusticia como civilización y la renuncia a la verdad: La muerte de Sócrates y la muerte de Jesucristo.
 
Bien, pueda entonces parecer que la crítica expuesta en nuestro título recaiga sobre el libro mencionado, pero si fue traído a colación fue para llevarnos a otro nivel mucho más escurridizo: la necesidad crítica en la actualidad. Queda entonces expuesto no sólo por las brillantes anotaciones mencionadas, sino en otros autores como Sigmund Freud que argumentaba, el siglo pasado en su Malestar de la Cultura, algunas raíces del problema cercanas. Así, tras nuestra trayectoria histórica que apunta al fin –si no estaba acabada ya-, esa renuncia a la verdad se ha vuelto tan incuestionable que nosotros como sociedad vivimos ensimismados, acunados en una cómoda mentira, convertida ya en una completa verdad.
 
Si algo parecía que habíamos perdido el siglo pasado era, no sólo la humanidad, sino la esperanza. Y aquí es donde entra en juego aquella crítica necesaria. Lo que nos lleva en un frenesí tremebundo hacia el fin es, para mi gusto, la falta de juicio y crítica con nuestro presente. Bien, no perdamos la esperanza porque sería perder de nuevo un rasgo de nuestra humanidad, motor de pregunta, de afán filosófico necesario per se.
 
La crítica, pues, es necesaria. Y no porque algunos brillantes autores aclamen una necesidad de revisión de viejas estructuras, sino porque es el mismo tiempo de la historia quien nos lo pide. No sólo desde un revisionismo o una, filosóficamente hablando, deconstrucción desde las más altas esferas que se quedan ancladas en los discursos académicos y que parecen casi inaccesibles para la cotidianeidad y el frenesí contemporáneo del tiempo, sino desde el periodismo como vehículo cuya dialéctica nos ofrece de nuevo una verdad que habremos de juzgar por nuestro propio yo. Un periodismo al servicio de la verdad, que recupere a sí mismo su esencia, que no se deje llevar por el cometido ideológico-económico sino por el afán de conducir una verdad que deba ser conocida por todos –si es que tuviésemos el valor de llegar a conocer-. Sólo así podríamos devolver a los raíles de la historia el sentido mismo.  
 
Después, para los espíritus leones, de poco servirá tal técnica, -por supuesto estamos aquí siempre para algo más, quizá sea la mala costumbre de quedarnos ya con lo que tenemos- pero lo que no podemos negar es la destreza comunicativa de los medios de comunicación, que si bien están hoy en día al servicio de la ideología y demuestran ya, en su afán por vender, la carcoma en la madera de la vieja tradición, juega a favor de la dialéctica necesaria entre el pueblo y la luz. Habré de confesar en tal punto que no soy periodista, y que exijo –dentro de la humildad del verbo- un paso siempre más allá. Un paso poético-filosófico, que camine sobre el vacío con el único fin que debe tener el tiempo. Pero entiendo perfectamente que la transparencia periodística que aquí se reclama, diluye más la frontera entre periodismo y filosofía. Una cuestión, entonces, de mirada.  

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