Educado en la máxima de los estilistas de “leer, leer y leer”, Bousoño se separa de ellos al apartar el idealismo de sus análisis poéticos y apostar por una lectura formal, estructural y retórica que debe más a Aristóteles que a Croce. Siempre preocupado en buscar “el nombre exacto de las cosas” practicó, tanto en poesía como en teoría, la reelaboración constante, la matización, la ampliación…como si la perfección fuera la meta y él su constante seguidor. Cuarenta años dedicó a su Teoría de la expresión poética, que si en su primera edición era un pequeño libro, termina convirtiéndose en dos gruesos volúmenes que sólo se relacionan con el primero por el nombre y por el germen que dio lugar a la obra.
Supo muy tempranamente este lector empedernido que la poesía había dado un salto cualitativo en la segunda década del siglo XX y que dicho cambio había inaugurado una nueva época. La constatación de este hecho la llevó a cabo estudiando el lenguaje poético que, por sí solo, dada fe de todos los demás cambios. Y en el ámbito poético nada más significativo que la metáfora. Era la época en la que en Lieja aparecía el llamado Grupo Mi, por la M griega de metáfora. Sin embargo, Bousoño se va a mantener más cerca de los textos que el mencionado grupo, hecho que hizo que no se le incluyera en la corriente de Neorretórica que se dio en la Europa del momento. Ninguna teoría al margen de los textos, actitud mantenida con fidelidad durante décadas; el tiempo le ha dado la razón. Las teorías que se construyen al margen de las producciones literarias pueden ser coherentes y tener apariencia sólida, pero es cuestión de tiempo que se desmoronen. Este es el motivo de que la retórica de los autores de Lieja hoy esté prácticamente olvidada mientras que la obra de Bousoño es cada vez más leída y apreciada.
Cabe decir, en cualquier caso, que la obra bousoñana fue muy apreciada tempranamente por los autores hispanoamericanos. El autor asturiano sufrió ser español como tantos otros. Leído con sagacidad por los poetas, no siempre recibió la Teoría de la expresión poética el reconocimiento que se merecía, y este mérito es que constituía una obra imprescindible para aprender a escribir poesía, no solo para entenderla. Tras la Guerra Civil y la censura establecida en España parecía que se había olvidado cómo escribir toda poesía que no fuera social, comprometida o existencialista, era como si todo el legado de una de las generaciones más brillantes de nuestra tradición se hubiera olvidado, la Generación del 27. Fue una fortuna que tras la guerra Dámaso Alonso y Vicente Aleixandre siguieran en España, aunque sus vidas fueran complicadas. Aleixandre, con una enfermedad renal y con incapacidad total estaba encerrado en su casa, en la calle Welingtonia nº 5, lugar que pasaría a convertirse en un templo de la poesía para los escritores españoles e hispanoamericanos que lo visitaban constantemente en una búsqueda reiterada de magisterio. A esos encuentros iban también Dámaso Alonso y Carlos Bousoño, muy joven el último en relación a los veteranos poetas que vivían lo que ha venido llamándose “exilio interior” pues, aunque no fueron detenidos ni se exiliaron tras terminar la contienda, en España no disponían de toda la libertad que hubieran deseado. En ese lugar se encontraban también con José Luis Cano, el algecireño que llevó durante años la revista Ínsula, símbolo de la resistencia poética y crítica, revista castigada en más de una ocasión por la censura al evitar que determinados números vieran la luz. Bousoño y Alonso publicaban en Ínsula con cierta asiduidad.
Ya doctorado, el poeta, crítico y teórico asturiano se convertirá en docente de la Facultad en la que había estudiado. Allí le acompañó Alonso durante un tiempo. Pero algo parecía disgustar a los profesores del centro, algo parecía no encajar. Aunque Bousoño pronto se convirtió en un referente, como lo habían sido sus maestros, el reconocimiento académico no le llegó y se jubiló sin ser catedrático, algo a lo que siempre le quitó importancia pero en el fondo le dolió, como tuve oportunidad de comprobar yo misma siempre que hablamos del tema en persona. Frente a la actitud de la Universidad Complutense los premios de otras procedencias nunca dejaron de llegarle: fue premio Príncipe de Asturias en 1995, Premio Nacional de Poesía en 1990 y finalista al Cervantes en el 2000, entre otros. Desde 1980 hasta su muerte fue miembro de la Real Academia Española de la Lengua, ocupó el asiento M.
Y justo a la salida de la Academia lo esperé yo muchos jueves cuando estaba haciendo mi tesis doctoral. Me desplazaba desde la Universidad de Granada hasta Madrid y hacía en el tren un guión de lo que quería preguntarle, pero ese guión no servía para nada. En cuanto empezaba a hablar Bousoño narraba historias henchidas de literatura y, a veces, de profunda tristeza. Siempre supe que estaba con un hombre que era el representante de toda una época y que mi suerte era enorme, pues recibía conocimientos en primera persona. Mi tesis no tuvo ningún problema para realizarse y leerse, sé que en otras universidades españolas el “tema Bousoño” estaba vetado. Una noche, viendo las noticias, apareció en La 1 una breve entrevista con motivo del Premio Cervantes, vi mi tesis, ya publicada, en un primer plano de su mesa llena de libros, y recibí el guiño. Era su forma de darme las gracias. Hoy solo puedo decir: Gracias, Carlos, por lo que me enseñaste y por lo que nos seguirás enseñando. Sigues vivo en cada biblioteca, en cada libro, en cada lectura.
(*)Genara Pulido es profesora titular de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada de la Universidad de Jaén.