Entrevista a Gema Palacios

"El futuro no existe si no existen los lectores"

Gema Palacios

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Gema Palacios, poeta zaragozana del 92, es filóloga hispánica por la Universidad Autónoma de Madrid y máster en Estudios Literarios por la Universidad Complutense. Pronto presentará el que será su tercer poemario Treinta y seis mujeres, tras Morada y Plata (Ebediziones, 2013) y Compañeros del crimen (Ediciones Paralelo 2014).
 
Su escritura se desnuda a través del lenguaje, del símbolo, de la insinuación y de un trazo que se torna a menudo sinuoso, solitario, abrigado al calor de la sensualidad. No abandona la búsqueda de sí. Es aullido que se dilata íntimo y sincero. El ritmo de su poesía abre al sentimiento, a la caricia y al encuentro. Y la profundidad, ahondada en la experiencia, llega en el momento, en el precipicio, en un incendio que a veces parece contenido y otras se deja llover.
 
Diría que, con voz propia, recoge el relevo de la herencia de Pizarnik, de Szymborska, de Tsvietáieva, pero eso, me lo tendrá que decir ella…
 
Pregunta. Escribía Alejandra Pizarnik: no/ las palabras/ no hacen el amor/ hacen la ausencia ¿Es la poesía una distancia o un acercamiento a esa ausencia?
 
Respuesta. Siempre he tenido grabados a fuego esos versos de Alejandra, a la que considero, más que una madre, una verdadera hermana en la poesía. Ausencia y necesidad febril del precipicio en todo instante, a toda hora. La poesía es la única forma de acercarse a ese lugar tan frágil –llamémosle ‘vértigo’- que está en el límite de la propia vida.
 
P. Como filóloga literaria y al conocer gran parte de las voces iberoamericanas ¿en quién encuentras mayor cercanía o entendimiento?
 
R. Mi talentoso amigo y ex editor, Munir Hachemi, me señaló como escritora latinoamericana durante una de las presentaciones de Compañeros del crimen, y a pesar de que no me siento cómoda con las etiquetas, creo que en algo acertó al referirse a mi yo artístico de esa manera. Y es que en la literatura latinoamericana he encontrado una libertad infinita que siempre he admirado como lectora y, en ocasiones, tratado de imitar con mis propios métodos. Mi entendimiento con el inclasificable Cortázar es visceral, así como con otros magos como Huidobro, Juarroz o Bolaño. Sin embargo, estudiar Filología Hispánica te lleva a tener sed de otras literaturas, así que cada día que pasa no dejo de enamorarme de nuevos autores de distintas tradiciones: Rilke, Hesse, Mansfield… la lista es muy extensa. Lo cierto es que resulta muy hermoso seguir descubriendo autores en los que te reconoces. A día de hoy no puedo abandonar la literatura rusa.
 
P. A propósito de tu blog ´Museo de ingenuidades´ ¿la lectura es un acto temerario?
 
R. Absolutamente. La lectura es un acto temerario, un juego de valientes. Eso lo aprendí de Roberto Bolaño, que repitió varias veces en sus textos literarios y ensayísticos: “salir a pelear, aun a sabiendas de que vas a perder, eso es la literatura”.
 
P. Yo amo la extrañeza de los seres que son incendio y son delirio y cuyos pasos tropiezan, seducen al andar por su terca valentía. ¿Hay valentía en la locura?
 
R. Siempre me ha atraído la locura, la estrecha vinculación que existe entre ésta y la literatura. Locura entendida como una suerte de actitud vital, un lanzarse a la piscina continuo, con decisión, sin detenerse a medir las consecuencias. Cuando escribí Compañeros del crimen hice mía esta locura, y desde entonces no ha dejado de perseguirme. Ahora, sin embargo, noto cómo se van apaciguando mis tiempos. Pero intento seguir siendo valiente, no flaquear más de lo necesario; me lo debo a mí misma.
 
P. Hermana, amar es esto: saberse esclava del aullido/ flotar en un mar de ignorancia/ dejar paso a la herida del pronombre y de la piel. Sobrarían reinterpretaciones pero a propósito de ese verso ¿qué deuda o cicatriz tiene la poesía con el amor?

R. La poesía ha tratado, trata y seguirá tratando los grandes temas universales: el tiempo, la muerte, y por supuesto, el amor. La creación es una búsqueda continua, un interrogante que no cesa, de ahí la emoción que siente el artista, su condición errante. Tal vez no hablaría de una deuda de la poesía con el amor, sino más bien de una reconciliación. La poesía es el ser, y el ser está abocado al amor. Me atrevería a decir que es su única vocación.

P. Tus versos a menudo se despejan en la sinceridad de la experiencia ¿qué lugar ocupa ésta en tu proceso creativo?

R. “Todo comienza y termina en mí. / Yo soy el infinito proyecto de mí misma/ por encima de mí / me sobrevuelo” rezan unos versos de Chantal Maillard. Personalmente, creo que toda creación tiene un fuerte componente autobiográfico; no importan las máscaras o los disfraces bajo los que quiera ocultarse el artista: lo cierto es que siempre está ahí. Incluso si leemos con atención El Quijote, ¡podemos entrever en más de una ocasión la mano cervantina! Mis versos no tendrían sentido si no surgieran desde la sinceridad de lo íntimo. En el fondo, no dejo de narrarme una y otra vez a mí misma a través del tamiz de la palabra.

P. ¿Qué compromiso ha de tener un escritor consigo mismo?

R. El compromiso con uno mismo ha de ser total. Si no, ¿para qué la escritura?

P. Es recurrente la herida en tu obra, una herida que a veces es sombra ¿qué es el dolor?

R. Escribo sobre la herida y escribo sobre el dolor porque es aquello que me hace temblar, porque no tengo control sobre él y desearía entenderlo. La escritura es también una forma de conocimiento –parcial, por supuesto- de la realidad. Tal vez lo importante es que, mientras escribo, me hago preguntas, y algunas veces –muy pocas- encuentro respuestas. Sólo por eso ya merece la pena seguir adelante.

P. Una pregunta que como escritora quizás hayas tratado de responder y que es uno de los grandes interrogantes del siglo pasado y éste ¿qué es una mujer?

R. Si esta pregunta sigue siendo necesaria es porque a lo largo de la historia no ha existido la igualdad entre hombres y mujeres, no sólo dentro del ámbito artístico sino en todos los aspectos de la vida. Hay que luchar para combatir esto desde la educación más temprana. Desde mi experiencia, primero como alumna y más tarde como profesora de literatura, encuentro una ausencia mayúscula en los temarios escolares, donde las autoras mujeres apenas son mencionadas. Si no recuerdo mal, sólo aparecen tres nombres: Teresa de Ávila, Rosalía de Castro, y Carmen Laforet. ¿Soy a la única que le estremece este panorama? Ahora, de cara al doctorado, y siguiendo con las líneas de investigación que ya he tratado, me gustaría ahondar en escritoras que, pese a haber tenido una voz propia igual a la de sus compañeros, no han sido tan estudiadas como ellos o no se les ha dado la misma importancia porque los temas que trataban no eran de “interés colectivo”. No voy a extenderme más; en definitiva, una mujer es exactamente lo mismo que un hombre.

P. En las actas del I Encuentro de Crítica y Juventud de los Escritores Bárbaros nos invitas a no olvidarnos del maravilloso silencio de la poesía de Alejandra Pizarnik ¿el silencio se dice? O ¿cómo decir el silencio?

R. En ese texto, que lleva por título, “Maneras de nombrar el vacío” trato de ahondar en los silencios de la poeta argentina, quien, desde mi punto de vista, se aproximó a él de tal forma que su gran obra solo pudo culminar con el silencio perfecto, también el más atroz: la muerte. El silencio no es decible, pero sí se puede caminar hacia él, tenerlo como referencia. A ella siempre la pienso viva: Alejandra.

P. Al igual que muchas de las voces del panorama poético emergente conjugas recitales, con publicaciones en internet y la edición impresa ¿cómo crees que se perfilará el futuro de la poesía?
 
R. La literatura siempre camina sobre un hilo muy delgado que genera incertidumbre. El hecho de que los soportes digitales se hayan convertido en un vehículo para la difusión de la poesía me parece significativo, y gracias a ellos he podido entrar en contacto con poetas a los que, tal vez de otra manera, hubiera tardado mucho en conocer o a los que tal vez no habría accedido nunca. En ese sentido es una ventaja. Ahora bien: me asusta que la poesía derive en otros cauces y llegue a rebajarse hasta el punto de convertirse en otra cosa. Como defensora absoluta de la literatura en papel impreso tengo fe en que esto no suceda.

Creo que hace falta que muchos de los poetas que se afanan en publicar libros como churros pasen más horas de su vida perdidos entre las estanterías de La Central o de cualquier otra librería. El futuro no existe si no existen los lectores.
 
P. Tu tercer poemario Treinta y seis mujeres verá dentro de poco la luz. Como adelanto ¿esta vez por qué afluentes nos vas a llevar?
 
R. Por los afluentes que la propia vida me ha llevado. Treinta y seis mujeres conjuga poemas muy breves, que caminan hacia ese silencio del que hablaba antes –y que me atrae como un imán- con otros más extensos, donde el verso se tambalea hacia el aforismo y llega a adquirir un valor individual. Es un poemario heterogéneo, como los dos anteriores, que encuentra su punto de unión en el cuerpo, un cuerpo de mujer que va escribiéndose poema tras poema. Además, esta nueva criatura alberga palabras que son fruto del encuentro de la literatura con otras artes, como la pintura, la fotografía y la música. En Treinta y seis mujeres hay lugar para el jazz, el expresionismo o el autorretrato.
Este poemario es un grito tajante.
 
P. En un compromiso con la realidad y con la poesía ¿qué pregunta dejarías abierta para re-pensar?
 
R. Frente a la recurrente dicotomía: vivir para escribir o escribir para vivir, acostumbro a plantear este enfoque: ¿no serán literatura y vida las dos caras de un todo? 

Una cosa está clara: hay que estar en la vida para poder escribir.  
Paula L. Montero

Paula L. Montero

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