Abordar la poesía de Javier Vicedo Alós es ir hacia la escritura misma, hacia el tejido del mundo, desde la propia construcción cuyo abismo hacia el exterior muestra el vacío de todo lo que se escapa del nombre, del hombre, de la palabra. Ventanas a ninguna parte, premio RNE de poesía Joven en 2009, es otro punto más en su textura, confirmada –aún atentando a su Coda Abierta- y además nueva, en Fidelidad de una sombra.
Javier Vicedo Alós escribe: “Ahora debería ser el fruto,/ comprobar que el trabajo significa.// Pero donde el final hay un principio./ Se fueron todas las palabras.// Alguien debe firmar este silencio./ Pon tu nombre, como si no supieras/ que también él se irá:”. De Javier aprendí que la crítica literaria, es decir, la escritura sobre la escritura, es un a-tentado de la confirmación, es ir hacia la tentación de la propia firma que se diluye, que desaparece y que trata de ser confirmada en sus propios signos, en su propia palabra, en su propio universo. Pero el escritor es consciente de los propios vicios de la circularidad del nombre y de la firma, y atenta contra ellos, propone una escritura que se deshace, que enmudece cada vez más.
Ventanas a ninguna parte (Editorial Pre-Textos) se abre “En busca del poema” en el abismo del propio pronunciamiento: “El hambre de palabras que no acierto/derrumba y levanta mis días./ En busca del verdor de un grito:/ un grito que partiera de lo roto,/ y justamente esa fuera su fuerza/ para romper el mundo, para recomponerlo.”; en la necesidad de entender la propia desjuntura, el dolor, la soledad, la recomposición de la lengua que ofrece hondura: “no hay nada en el reverso de la lengua,/ sólo un sentimiento de hondura”.
Con una profunda apreciación del silencio y de la música, donde la palabra a veces estorba, ensucia, donde en el exceso de la escritura del mundo se empieza a volver más sabio el callarse: “No hay palabra más cierta que otra./ Se aprende a callar con los años,/ aunque parezca que hablemos.// Se nace sin palabras/ y con todas las palabras rotas nos vamos.// Y sin embargo,/ aunque vivir sea enmudecer,/ existe un placer original en el silencio/ que justifica todos los silencios”.
El cuerpo, la experiencia y su vulnerabilidad, es el centro posible, la ventana cuyo lenguaje y pensamiento hacen de su propio movimiento el nombre. El deseo parece la estructura subterránea de todo por qué: “Sólo el deseo da nombre a las cosas”. En su movimiento circular, del que también quedan los rastros de la propia autoconfirmación, el hombre rodea su historia. La apreciación del tiempo en los versos de Javier Vicedo Alós es subliminalmente certera, sugerente, abandona la definición y se instala en un profundo acto poético: la revelación. Su lenguaje revela, y deja el desvelamiento a otros oficios como el de la filosofía quien por cierto bien podría mirarse en estas ventanas.
Por otro lado, y haciendo mención a la hondura, atiende a ciertos conceptos a medio camino entre lo filosófico y lo religioso para desgarrarlos, es el caso de los tres poemas que comprenden “Tríptico de la caída” donde escribe en “I”: “Que ya nadie prometa una mano junto a la otra,/ el universo es una mano que tiembla a solas.” En “II”: “Abramos la mano y cifremos el mundo.” Sus versos se construyen en la tradición, heredero de toda un devenir histórico-poético que se va haciendo eco en muchos escritores y que desde el multiversum de sus lecturas (cuya confluencia podría decirse que tiene cierto parentesco con la poesía de la primera mitad del siglo XX), Javier Vicedo Alós reconoce en Roberto Juarroz su gran inspiración.
El cansancio es quizá uno de los aciertos al ser humano tardo-moderno, escribe: “Avanzar no es lo mismo que ascender,/ y vivir es cansarse de esperar.” La poesía de Javier, se ancla profundamente en la observación, de ahí sus ventanas, y en el mismo acto de observación, el tiempo toma forma de una manera distinta, y a menudo cada vez más solitaria. Como presagio de poesía o del lenguaje, el tiempo y la forma escapan distintos a la urgencia de las calles y autopistas, construye paisajes retrospectivos, interiores, llenos de vacío. En su detenimiento una encuentra una sensibilidad afín, quizá demasiado desolada, o quizá no tan solitaria, la poesía sigue siendo el último estribo de unión con el mundo, el último grito en el desierto. Es quizá en el poema “Ventanas a ninguna parte” donde se resuelva su pregunta: “¿Qué miras más allá de la ventana:/ el mundo o el mundo que quisieras?/ Tal vez no estés mirando nada/ y nada es todo lo que de ser, serías.// Mirando nadas se construye un hombre”.