Regina Navarro

El jardín del microcuento

Regina Navarro es periodista, especializada en periodismo cultural y lifestyle. Colaboradora habitual de Papel –el dominical del diario El Mundo– o la revista de Artes Escénicas Godot, explora el mundo de la micro-literatura desde el blog El jardín del microcuento, con el que busca el lado ficticio de la realidad. ¿O era la realidad dentro de la ficción?

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Blog | El jardín del microcuento

En mi cuaderno

Ilustración: Guillermo Petit

 

Detrás de aquella ladera había uno de esos acantilados de paredes demasiado altas. Me gustaba ver como las olas rompían con fuerza contra aquella pared de piedra y como la espuma, dorada cuando los rayos de sol la iluminaban, se deshacía en cada atardecer. Subía allí con mi cuaderno y una caja de acuarelas e intentaba capturar todos los tonos ocres y anaranjados que tiene el ocaso.
 
A veces, después de pasar horas pintando, me tumbaba sobre la hierba caliente y medio seca a contemplar aquel paisaje, y jugaba a adivinar como sería la vista desde la otra perspectiva. Luego mis manos se enredaban entre la hierba seca y la acariciaban, hasta que quedaba sumergido en una especie de sopor vespertino que la brisa fresca de la noche terminaba apartando. Entonces todo era negro y plata y mi cuerpo estaba entumecido.
 
Recuerdo que a veces solías acompañarme. Te gustaba observarme dibujar aquellas imágenes mientras dejaban que los rayos de sol tostasen tu cuerpo, mientras tarareabas canciones que todavía resuenan en mis oídos, mientras inclinabas tu cabeza hacia atrás cada vez que besaba tu cuello.
 
Aquellos veranos encadenados parecían eternos bajo el sol pálido de aquel agosto. Mis manos temblaban cada vez más y solo conseguía plasmar a tientas los recuerdos de un hombre herido que, en la soledad del estío, recuerda como eran sus tardes de joven. Y me veía allí, en esa ladera, dibujando paisajes de agua y contemplando tu risa mientras volaba por el cielo. A veces le daba forma de gaviota, otras era una estrella que aún brillaba, aunque el sol siguiera calentando.
 

Hoy camino despacio por los senderos que me acercan a ese mar a veces embravecido, que ruge con fuerza bajo mis pies. Me acerco demasiado el borde del acantilado y contemplo la espuma, o lo que imagino que debe serlo. Los ojos, como las manos, como mi cuerpo, fallan cada año y se empeñan en devolverme la silueta borrosa de un manto infinito. Doy vueltas sobre mi mismo y escucho el eco de tu risa, esa que se fue un día pero que permanece presa en mi cabeza. El tiempo y su tic tac desenfrenado me devuelve una y mil veces aquella tardes de verano y me mantienen cautivo, pintando una y mil veces el tono anaranjado del ocaso en mi cuaderno.

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