Antonio Agudelo.
El cielo ajedrez.
Prólogos de Alejandro López Andrada y Verónica Aranda.
Epílogo de Salvador Negro.
Ilustraciones de Juan Carlos Mestre.
El sastre de Apollinaire. Madrid, 2016.
El silencio se extiende sobre la mesa del mar y apenas nada se mueve ni busca la salida. El arlequín no entra en su misterio donde el mal apaga sus países ni desaparece en batallas de la noche funeral y vacía. La luna es limpia en el cielo ajedrez, para que nada pueda caer en el cero de Dios. Sobre la mesa el pan y los colores de las frutas en platos limpios. Eso no es la dictadura militar, no todas las palabras condenan a muerte. Aquí no hay ruinas ni se deja paso a la cruda verdad del río del silencio, su próximo ataúd. El arlequín respira su humano aliento, esa sabiduría para ser feliz el día de Pentecostés. Hay café y pasteles tricolores sobre la mesa del mar, paz en los manteles. En la oscuridad del comedor, todo volvía. Es la igualdad con el otro, la dignidad de las palabras. No hay luz más allá de la revelación de la muerte: luz insumisa, luz. Apollinaire recomienda la Revolución Industrial, ser un desobediente activo como Max Ernst que dibuja el Nuevo Mundo, no un físico cuántico de la brevedad suicida en la Casa del Sueño. Es el sufrimiento inútil, la enfermedad venérea, la tortura medieval, la guerra, la infamia y hasta la misma muerte. Luz tenaz, luz. La luna es limpia en el cielo ajedrez, no enciende los huesos en el cero de Dios.
De ese texto, El cielo ajedrez, toma su título el volumen de Antonio Agudelo que acaba de publicar El sastre de Apollinaire con ilustraciones de Juan Carlos Mestre.
Un volumen que reúne, junto con los poemas meditativos de El rincón del silencio, la sección a la que pertenece el significativo texto que acaba de ver el lector, los de dos libros ya publicados: la colección de haikus Central Térmica(2012) y los poemas visionarios de El sueño de Ibiza (2008), convertido aquí en la tercera sección del volumen.
Entre el versolibrismo y el haiku, pasando por el poema en prosa, la disparidad estilística y métrica de estos textos es una muestra de la versatilidad poética de Antonio Agudelo, que por debajo de esa variedad construye un mundo poético propio a través de la desobediencia de su ambición expresiva y de una mirada personal hacia lo hondo y lo misterioso, al mundo, a la naturaleza y al fondo de sí mismo con la palabra, convertida en la chispa que enciende el fuego de la poesia y sus revelaciones.
A partir de temas esenciales en la poesía, como el amor y el tiempo, la naturaleza y la identidad, la labor de minero que asume todo poeta verdadero se concreta en una voluntad de indagación en lo oscuro, de iluminación en lo invisible que se resume en textos como este Consejos Noé, en el que la palabra se desata y fluye en busca del sentido: