Fernando Alonso Barahona

Razones para el Siglo XXI

Fernando Alonso Barahona (Madrid, noviembre 1961). Abogado y escritor. Jurado de premios nacionales de literatura y teatro. Colaborador en numerosas revistas de cine y pensamiento así como en obras colectivas. Ha publicado 40 libros. Biografías de cine (Charlton Heston, John Wayne, Cecil B De Mille, Anthony Mann, Rafael Gil...) , ensayos (Antropología del cine, Historia del terror a través del cine, Políticamente incorrecto...) historia (Perón o el espíritu del pueblo, McCarthy o la historia ignorada del cine, La derecha del siglo XXI...), novela (La restauración, Círculo de mujeres, Retrato de ella...) poesía (El rapto de la diosa) y teatro (Tres poemas de mujer).

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Alfredo Landa, recuerdo de un actor

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Sus gestos, su simpatía, su carisma y una mirada entre ingenua y penetrante, siempre sincera, hicieron el milagro.

En San Sebastián hice una función en el teatro, y cuando salí en el primer mutis y me aplaudieron, vi un destello, un relámpago que me inundó, y una voz me dijo: Tú tienes que ser cómico

Alfredo Landa.

 

La muerte de Alfredo Landa (3 marzo 1933 - 9 mayo 2013) deja de nuevo en soledad al cine español en unos meses trágicos en los que también han desaparecido grandes como José Sancho, Sara Montiel, Fernando Guillén, Aurora Bautista, Carlos Larrañaga o Juan Luis Galiardo.

 

Alfredo Landa -nacido en Pamplona y Areta de segundo apellido como el detective al que daría vida en El crack- protagonizó varias décadas del cine español y como escribiera con agudeza Berlanga pocos actores en la historia del cine han sido capaces de crear un subgénero con su propio nombre, en este caso el landismo. Y precisamente ese punto de gloria del que el propio Landa se enorgullecía se ha convertido en un obstáculo para su reconocimiento unánime a la hora de enjuiciar su trabajo profesional.

  

El landismo ha sido odiado por la crítica cinematográfica casi en bloque, pero como ha recordado Manuel Hidalgo, el menosprecio actual no es comparable a la auténtica saña con que fue recibido en los momentos de su apogeo por la misma crítica (los antecesores de la misma) y los jóvenes cineastas de aquel momento que aspiraban a hacer un cine personal o de autor.



El tiempo, casi siempre juez sabio, suele poner las cosas en su sitio. El landismo, es decir las películas de comedia autóctona, gruesas y castizas que Landa –como José Luis López Vázquez, Manolo Gómez Bur y tantos otros protagonizaron en los últimos años 60 y primeros 70– hizo a las órdenes de Mariano Ozores, Pedro Lazaga o Ramon Fernández, no pasarán desde luego a la historia del séptimo arte. Hasta ahí no hay duda, sin embargo es muy aventurado anular por completo su valor. Y no solo desde el punto de vista sociológico sino desde la óptica del mero divertimento. Puede que esa visión de Landa corriendo en paños menores detrás de rubias despampanantes no resulte demasiado presentable, pero algo en aquellas películas ha pervivido o al menos ha reflejado de nuestros propios demonios, cuando décadas después los índices de audiencia de las distintas televisiones o la venta de DVD aumentan cuando se emiten títulos como Cuatro noches de boda, entrañable comedia de Mariano Ozores con Concha Velasco, Antonio Ozores y una retahíla de inolvidables secundarios, Cuarenta grados a la sombra, Jenaro el de los 14, La graduada -con una espléndida Lina Morgan-, El reprimido, Vente a Alemania Pepe (título premonitorio por cierto, una de los mejores del ciclo que dirigiera Lazaga), película que hoy triunfa en las audiencias como el día de su estreno o El alcalde y la política de Ozores, también de morbosa actualidad. Y ello sin olvidar el inmenso fenómeno de taquilla que supuso No desearás al vecino del quinto (1970) de Ramón Fernández disparatada comedia que aún hoy provoca risas tal vez culpables pero risas al fin y al cabo.

 

Mariano Ozores, uno de los artífices del landismo, escribió en sus desternillantes memorias:

 

Para tener el apoyo oficial en los años sesenta había que ser de izquierdas. Y yo no era de nada. Ahora, décadas después hay que seguir siendo de izquierdas. Y yo sigo siendo de nada.

 

Curioso y sarcástico comentario que tiene un gran poso de verdad. En los años 60 y 70 la Administración –y la crítica especializada– apoyaban el llamado nuevo cine español. Y ello pese a lo escaso de sus resultados (los inicios de dos buenos directores como Manuel Summers y Mario Camus y algunas obras sueltas como La busca, de Angelino Fons y La tía Tula, de Miguel Picazo). Poco más.

 

Más sintomático resulta que lo índices de audiencia de las emisiones televisivas del cine popular de aquella época (cualquiera de Landa o Paco Martínez Soria) arrase sobre cualquier otro producto en boga del momento (el Nuevo cine o la ignota Escuela de Barcelona). Tal vez Don erre que erre (1967), Cuatro noches de boda o Cuarenta grados a la sombra merezcan mayor atención que la que siempre se les ha prestado. Tal vez reflejen una parcela del carácter nacional, o simplemente son divertimentos que continúan haciendo reír al espectador desprejuiciado.

 

Claro que la miopía de la industria oficial y la crítica tampoco valoraron empeños del calibre de Los ojos perdidos, bello film romántico de Rafael García Serrano, El salario del crimen, espléndido thriller de Julio Buchs, o la sardónica Verde doncella, de Rafael Gil.



Y es que Berlanga –uno de los más grandes-, Bardem, y Buñuel –otro gigante– nunca estuvieron solos. No podemos olvidar a Rafael Gil –de quien acabamos de recordar su centenario– José Luis Saenz de Heredia, Edgar Neville, Ladislao Vajda, Manuel Summers, Mario Camús, Juan de Orduña, José María Forqué, José Antonio Nieves Conde, César Ardavín...

 

El protagonista resumió así en sus memorias aquella etapa tan popular, amada y a la vez despreciada por algunos: “Fue un fenómeno sociológico", reconoció añadiendo: "En todos ellos he puesto ilusión, y a la ilusión no se le traiciona". Sin duda un bello y sincero epitafio.

 

Alfredo Landa sobrevivió al landismo, execrado por muchos pero luego homenajeado por Pedro Almodóvar en clave moderna, puesto al día (con menos gracia) por las hoy olvidadas comedias de “la movida madrileña” y sinceramente recreado por el maestro Berlanga en La vaquilla o Moros y cristianos. En la primera Landa ofrecía un personaje mordaz dentro de una serie de tipos humanos profundamente berlanguianos y por así decir, derivados de la comedia típica y castiza española: los soldados de ambos bandos durante la guerra compartiendo aficiones, alimentos y toros por encima de sus diferencias ideológicas.

 

Ya en su primera etapa, Alfredo Landa había intervenido en obras maestras como El verdugo (1964) del mencionado Berlanga o en Atraco a las tres (1961) de José María Forqué, ambas en papeles secundarios pero muy brillantes. Y enseguida llegó otro título antológico: La niña de luto (1965), una de las mejores obras del original Manuel Summers: los avatares de una chica (María José Alfonso) a punto de casarse que ha de posponer una y otra vez la boda por el luto al que se ve sometida por la muerte sucesiva de varios familiares.

 

Al lado de Conchita Velasco brilló en La decente (1970), comedia de Miguel Mihura llevada al cine con tino por José Luis Saenz de Heredia y con Forqué hizo otra muy popular: Las que tienen que servir, con Gracita Morales y Manolo Gómez Bur, ambos inolvidables.

 

Ninette y un señor de Murcia (1965) fue una eficaz adaptación de Miguel Mihura a cargo de Fernando Fernán Gómez. Años después Garci incluyó a Landa en el reparto de la nueva versión de Ninette, protagonizada por Elsa Pataky y Carlos Hipólito. Y fue en este rodaje donde el autor de estas líneas tuvo el honor de conocer al gran actor. Lamentablemente problemas de salud le obligaron a abandonar la película (fue sustituido por Fernando Delgado, otro ilustre veterano).

 

Y los títulos se agolpan, casi todos muy populares incluso en la actualidad cuando se emiten en las televisiones o en Cine de Barrio y sus secuelas. Así El alma se serena (1969), de Saenz de Heredia, No somos de piedra (1967), de Summers, Soltera y madre en la vida (1969) de Javier Aguirre. Y esencias puras del landismo como Guapo heredero, busca esposa (1972) de Luis M. Delgado, París bien vale una moza (1972) de Pedro Lazaga, El reprimido (1973) –uno de los emblemas del subgénero firmada por Mariano Ozores– o la curiosa Los pecados de una chica casi decente (1975) también de Ozores.

 

Se suele decir que la nueva ruta de Landa como actor se inicia en El puente (1976), de Bardem, una película muy sobrevalorada y –esta sí– con un interés meramente sociológico. Sin embargo, los inmensos talentos de Landa como actor habrán de brillar en su colaboración con José Luis Garci, tal vez el hombre que mejor comprendió su manera de actuar llevándole al límite en El crack -cine negro-, Las verdes praderas (1978) -comedia dramática que supuso el final y a la vez el punto más alto de la entonces popular Tercera Vía– y los intensos y bellos melodramas: Canción de cuna e Historia de un beso

 

Alfredo Landa se convirtió en el actor favorito del ganador del Oscar español (Volver a empezar) y le ofreció personajes complejos y muy variados, el detective German Areta de las dos partes de El crack, desencantado, un punto cínico a escasa distancia del clásico americano Philip Marlowe.

 

El padre de familia trabajador y ahorrativo de Las verdes praderas que descubre la inutilidad de tanto esfuerzo si se va desperdiciando la vida sin disfrutar el día a día, o esas profundas miradas, cansadas pero llenas de amor que componen esos dos auténticos westerns de sentimientos –como los definiera Garci– que son Canción de cuna e Historia de un beso. A su lado,  extraordinarias actrices jóvenes como Maribel Verdú, Amparo Larrañaga –en la primera- y Beatriz Rico o Ana Fernández en la segunda.

 

Y por supuesto, Mario Camus, otro de los directores importantes del cine español de las ultimas décadas, que le brindó un auténtico “tour de forcé” interpretativo en Los santos inocentes (1984) al lado de Paco Rabal, Terele Pávez y Juan Diego. Es tal vez el papel más importante y reconocible para el espectador de su ultima etapa como actor, ese hombre pobre, honrado, sacrificado que arrastra sus heridas para servir incluso a costa de su dignidad logra realmente instantes conmovedores y revela su extraordinario talento interpretativo.

 

Alfredo Landa triunfó en la TV (aún se recuerda el éxito de Lleno por favor), trabajó con directores jóvenes como Antonio del Real (El río que nos lleva, 1989) alcanzó éxitos comerciales sobresalientes en El bosque animado (1987), de J.L. Cuerda o Las autonosuyas (1983) de Rafael Gil, compartió talento con Berlanga, José Sacristán y multitud de actores clásicos en la mencionada La vaquilla –farsa ambientada en la guerra civil- y bordó el personaje de Sancho Panza en el Don Quijote de Manuel G. Aragón junto a Fernando Rey que daba vida al ingenioso hidalgo. Alternó además restos del landismo como Aquí el que no corre vuela (1992) de Ramón Fernández, comedia de situación: Por fín solos (1994) de Antonio del Real con ensayos difíciles como La luz prodigiosa (2003) de Miguel Hermoso. De todos salió bien parado. Como de la televisión (la serie Tristeza de amor) demostrando siempre su excepcional dominio de la escena y su carisma sobresaliente.



Garci le proporcionó sus últimos grandes trabajos, Tiovivo c 1950 (2005) y en 2007, Luz de domingo. Ya retirado escribió unas polémicas memorias: Alfredo el grande, en las que no se cortó a la hora de hablar mal de algunos compañeros de trabajo (sobre todo el productor José Luis Dibildos, pero también Josele Román o incluso Gracita Morales). Las páginas autobiográficas en forma de gran entrevista personal –al periodista Marcos Ordóñez- desgranaron 1.000 anécdotas y pequeñas y grandes historias sobre el cine español. Costumbres sexuales de algunos, productores que compraban ellos mismos entradas de sus películas para engañar a las cifras oficiales, subvenciones dudosas, cambios de chaqueta políticos, la sombra de las drogas en algunos, estafas... pero también deseos de vivir, ambición artística, personas honradas y un gran amor al cine. Verdadero o falso, todo se le perdonó porque su estatura era ya gigantesca como actor y como estrella.

 

Alfredo Landa nunca protagonizó escándalos; orgulloso de su familia, de su mujer y sus hijos, creyente y al margen de cualquier maniobra política fue capaz de concitar adhesiones diversas y lo que es más importante que muchos españoles se sintieran identificados con su personaje, con su sinceridad, con sus errores y defectos pero también virtudes. No es flaco mérito para un actor que no precisó ser un galán o convertirse en actor de carácter para llenar una pantalla. Sus gestos, su simpatía, su carisma y una mirada entre ingenua y penetrante, siempre sincera, hicieron el milagro.

 

En 2007 la Academia de Cine le concedió un justo Goya de Honor, reconocimiento a toda su trayectoria. Y Landa se refugió en los recuerdos, trató de combatir la fragilidad de su salud, siguió jugando al mus, preparando cocteles originales permitiéndose además una saludable incorrección política: "sólo hay media docena de señores con talento, que lo hacen bien"- declaró sobre el cine español contemporáneo explicando a continuación que el desencuentro con el público se debía a que "les damos morralla".

 

Los grandes actores no se despiden, por eso Alfredo Landa está presente mientras el cine continúe viviendo en nuestros recuerdos y en nuestros corazones.

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