Regina Navarro

El jardín del microcuento

Regina Navarro es periodista, especializada en periodismo cultural y lifestyle. Colaboradora habitual de Papel –el dominical del diario El Mundo– o la revista de Artes Escénicas Godot, explora el mundo de la micro-literatura desde el blog El jardín del microcuento, con el que busca el lado ficticio de la realidad. ¿O era la realidad dentro de la ficción?

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Blog | El jardín del microcuento

Gregarismo ordenado

Ilustración: Guillermo Petit

Quiere salir. Grita pero no lo logra. A veces piensa que no le quedan fuerzas o que es mejor resistir. ¿A qué? Al paso del tiempo y de la vida, a ese momento en el que todo acaba, en el que no queda nada en lo que apoyarse. Ni rincones en los que ocultar un miedo que sigue persiguiendo, que sigue escupiendo a los ojos del de enfrente. O tal vez fue a los tuyos. Quiere escapar. Y siente presión en el pecho. Un dolor entrecortado, que solo se calma cuando esa voz resuena a lo lejos, como un eco infinito. Reverberaciones y sonidos que se mezclan con los ruidos de un mar atacante. ¿Lo escuchas? No está tan lejos. Y tampoco tan cerca. ¿Qué me dices si nos asomamos? Que igual nos caemos. Resbalar es demasiado sencillo. O demasiado complicado. Es mejor intentarlo aunque luego… aunque le miedo… aunque tu… aunque yo… Se escapa. Se desvanece mientras se transforma en el líquido eterno. Perdura. Ese es su afán. Vivir eternamente, ¿a qué precio? No lo sabe, no le importa, pero se olvida de lo más importante. Del aquí y del ahora, del dolor que no cesa, de los gritos que se siguen escuchando ahogados, y de una mano que se alza en medio de la penumbra. ¿La recuerdas? Se debatía entre la soledad y el miedo. Luego llegaste tú y… bueno. Podríamos decir que las luces empezaron a encenderse, aunque algunas lámparas estaban fundidas. Será mejor cambiar las bombillas. Acarícialas con cuidado, tal vez vuelvan a funcionar. Imposible, se quebraron y ya no hay remedio. Es mejor tirarlas. Lánzalas entonces con todas tus fuerzas, que se rompan en mil pedazos, que alguno de ellos se clave en tu piel tierna y todavía demasiado blanca para los meses en los que estamos. No es blanca, es transparente, casi de cristal. A veces diría que se puede ver todo lo que pasa dentro. Eso resulta repugnante. Sí, puede ser, sobre todo cuando lo que se observan son vísceras y sangre. Se retuercen y nos recuerdan que en el fondo todos somos iguales. ¿Clones? No, no necesariamente. Más bien todo lo contrario, pero es innegable que formamos parte de un todo, de un conjunto solitario. ¿Un conjunto puede ser solitario? Puede serlo, o si no fíjate en las grandes mandas que caminan con paso firme y decidido, pero no se miran, no se tocan, no se ven. Son formaciones aisladas, conjuntos infinitos de seres inertes. Ya casi sin vida. Respiran solo porque están acostumbrados a ello. ¿Y el caminar? Un reflejo. Nada del otro mundo, impulsos simplemente. ¿Nos transformaremos en eso? Ni creo, al menos no con la celeridad que esperas. Supongo que con el tiempo… Tenderemos a un gregarismo ordenado.

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